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En la oscuridad el pasillo es largo y frío… los pasos se escuchan fuertes con el eco, la muerte está cerca y nadie lo sospecha. En la oscuridad, ella se escuda para descargar sus alas sobre los anestesiados durmientes.

Vestida de blanco nieve, con las pupilas dilatadas, con el pulso firme, se excita al ver como exhalan su último aliento sin necesidad de derramar una sola gota de sangre, sin necesidad del grito y la persecución.

Ahí espera su próxima presa, una mujer de avanzada edad que se aferra como puede a la vida por medio de la máquina de oxígeno que se mueve al ritmo pesado de un tren viejo, se acerca con la sonrisa perversa cubierta con el cubrebocas color azul, las manos nunca tiemblan cuando de quitar la vida se trata, la acción siempre es decidida y se toma su tiempo para ver como la vida se fuga y el pulso va cediendo hasta detenerse, mientras el Cristo que yace en la cabecera de la cama es testigo mudo de la infamia.

Se larga como si nada arrastrando los pies mientras en su interior el orgasmo del placer maquiavélico hace que se moje… así termina esta guardia.

Los días pasan y en el bolsillo de sus pantalones conserva el objeto robado de su víctima indefensa, se asoma al cuarto desocupado, cierra los ojos y recuerda con éxtasis aquel momento y mirando con recelo al Cristo, dice: - Solo soy el Caronte a tu servicio.

Muchas veces los demonios no llegan del infierno, muchas veces los demonios no lucen tan aterradores ni se aparecen por medio de ritos, muchas veces los demonios somos nosotros mismos camuflados en angélica envoltura, pero una cosa sí es segura, ya sea que provenga del infierno o hayan nacido en esta frágil tierra, ambos se cubren con el manto de las tinieblas.

Ella, que se llamaba así misma ‘Caronte’, era una psicópata confesa que, bajo la fachada de piadosa enfermera, buscaba placer en la muerte del más débil.

Estaba en el cuarto de la crueldad y el Cristo a mi cabeza me miraba con compasión y desespero; no podía moverme, hablar, pero podía ver y escuchar… no sabía lo que me esperaba.

La noche llega y en el cambio de guardia veo como se asoma su sonrisa macabra, no puedo sospechar lo que es capaz de hacer esa cara que le gusta maquillarse de piedad.

Transcurren las horas y el ruido le da paso al silencio, el instinto hace de las suyas y de alguna forma presiento que nada anda bien, sé que el Cristo que me mira desde su incómoda posición no puede hacer nada, excepto ser de nuevo el inmóvil testigo de como el mal se sale de nuevo con la suya.

Pierdo la noción del tiempo, siento como mi cuerpo lucha por no dormirse… tengo miedo de no volver a despertar, de repente escucho unos pasos que se arrastran, unos pasos pesados como si esa persona estuviera dominada por algo más.

Siento que entra a mi habitación, con la mascarilla puesta veo como esos ojos están repletos de maldad, no deja de mírame con insistencia y sabe que puedo verle y oírle.

El horror se viste de blanco y la desesperación hace presencia… si tan solo pudiera luchar… no puedo moverme. No hay monólogo desesperante, ni discurso para infundirme miedo, el silencio ya hace de las suyas. ¿Por qué nadie viene?

Ella me mira con extraño placer, sus ojos estaban desorbitados y esta vez se quita el cubre bocas, sus labios temblaban, escurría el sudor de su frente y dijo: - Es la primera vez que mi pasajero está consciente y el éxtasis que siento ahora es tan sublime que pareciera que viniera del mismo cielo.

Esas palabras lanzadas al viento me acaban de condenar y elevando mi plegaria al cielo, espero por un milagro, esa cruz con el flagelado de mirada impotente lanza su condena: “Todo está consumado”.

Los últimos minutos de abandono por parte del Padre, no dieron para repasar mi existencia… los últimos minutos estaba frente a mi demonio que no paraba de sonreír y pude ver con asco como llegaba al orgasmo, como humedecía sus pantalones, de manera altanera me arranca la pulsera que llevo puesta, que horas antes me la había puesto mi madre… la besa, se la lleva al pecho y la guarda en su bolsillo.

Mientras mi cerebro se apagaba, ella se retiraba con la jeringa en la mano, arrastrando el paso como si remara el barco de Caronte.

 

Autora: Angelique Reid

Nací y vivo en la ciudad de Bogotá; escritora, poeta, a veces hago crítica política y social, y además soy criminalista de profesión.

Porque nada está escrito, todo está por escribirse, por relatarse y por contarse, es por eso que me dedico a este bello oficio, para que por medio de mis líneas se transporten a otras realidades y puedan comprender las emociones humanas y no tan humanas.

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