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El vapor salió del pico de la pava subiendo hacia el techo para mezclarse con la humedad de la tarde. Joaquín fue hasta la cocina, giró la perilla, la llama dejó de tocar el metal, a estas alturas color chamuscado. Buscó un trapito, el único que tenía, sucio grasiento y con olor a frituras, vertió el agua en el termo, luego abrió la canilla y el agua fría apaciguó la temperatura. <<Qué calor, esto nos va a matar a todos, quién dice que no sea lo mejor.>> pensó Villagra regresando al patio, donde estaba Jonás observando el cielo ennegrecido que prometía tormenta, aunque sus promesas siempre fueran impredecibles. Salvio quiso decir algo, pero cerró la boca, en vez de hablar palpó el bolsillo del pantalón buscando un paquete de California, lo encontró, sacó un cigarrillo y lo prendió. <<Domingo, domingo, domingo.>> se dijo.

—Domingo que sueña tormenta—dijo Jonás—, será la lluvia quien salve a Puerto Heredia.

Un trueno bramó entre las nubes.

—Callate—dijo Joaquín sonriendo, pensando que con la lluvia no sería necesario prender el ventilador—. No sea que una inundación nos lleve a todos.

Cebó un mate para Jonás, que continuaba mirando el cielo como buscando descifrar algo entre los relámpagos y truenos, en el viento que comenzaba a crecer, caliente, húmedo.

—Antes de que se largue—chupó la bombilla hasta el final—, antes de que se largue vamos para el centro, al bar La Galería para ser más exacto.

—Pero fuiste vos el que dijo que tomemos mate—protestó Villagra—, yo quiero quedarme a cebar mate.

—Cambié de opinión—prendió un cigarrillo—. Es domingo, che. Las casas me están matando.

Joaquín dejó en el interior de la casa la mesa ratona, el mate que no limpió y que cuando regresara tendría mal olor y la yerba un tono oscuro, hundido. Jonás ya estaba en la vereda recibiendo el aire caliente, su cabello castaño levantándose ante la brisa polvorienta que elevaba bolsas y botellas olvidadas en la vereda de la ciudad. <<Cuando está de humor tiene ganas de salir, cuando no es imposible sacarlo de su casa. Pero aun así es difícil descifrar su estado de ánimo oculto en su cara inexpresiva, seria, siempre cansada. Y hoy, que quiere salir, asumo que no está de humor>> pensó Villagra echando llave a la puerta de calle, deteniéndose en la vereda para prender un cigarrillo con las dificultades impuestas por el viento. El sol estaba prácticamente muerto, no quedaba nada más que la oscuridad volcando sus rayos, más adelante, tal vez, lluvia.

—¿No te volvió a joder más?—preguntó Jonás mirando la casa de Liliana Frey.

—No, no la volví a ver—dijo Joaquín soltando el humo despacio, viendo como el viento lo dispersaba—. Después de aquella noche nunca más, ni siquiera la vi cuando salí de la casa todo atontado, sin entender.

—Esa mujer es indescifrable—dijo Salvio sonriendo—. Parece que se llamara a largos reposos y es por eso que la gente de la ciudad la da por muerta, pero vos sabes bien que no está muerta.

—Lo sé, lo sé—recordó cuando salió de esa historia por la madrugada, luego de horas y horas de buscar la llave en la oscuridad, de gritar el nombre de Liliana en la oscuridad sin que ella respondiera ni diera muestras de estar respirando, sintiendo que las mariposas descoloridas daban vueltas en el comedor—. No lo imaginé nunca.

—Podés imaginarte mil cosas y ninguna va a salir con la misma imagen. Bueno vamos que ya se larga.

Avanzaron por las veredas desiertas de la calle Defensores, topándose a cada paso con furiosos remolinos de polvo, un cable de luz oscilante sobre sus cabezas, los gatos saltando desesperados las tapias, de tanto en tanto un coche un coche a alta velocidad, no había nada que no sugestionara una tormenta. Plaza Kafka estaba libre de parejas asentadas en los troncos de los palos borrachos o recostadas indiscriminadamente sobre los banquitos delante de los niños que van a jugar en los juegos, de los tipos que creen que meditar es fumarse un porro y mirar el cielo mientras escuchan la supuesta música de hoy y beben cerveza, la plaza estaba desolada de aquellos que la transfiguraron hasta darle un nombre propio, un significado propio, sin darse cuenta que la plaza a la que van con tanta frecuencia nunca es la misma plaza. <<Aquí lo conocí a Jonás la noche en que me asaltaron, cuando vio todo y no hizo nada para ayudarme más que acercarse cuando los muchachitos se fueron>> pensó Joaquín. Por la calle Carrasco se movían otras personas, apuradas como hormigas dispersándose ante la inminente tempestad, tocándose los cabellos ya arruinado por la tierra contenida de todo un verano que llegaba al fin con la tormenta del equinoccio, los naranjos parecían respirar y suspirar con el viento, las naranjas ácidas cayendo de sus ramas a la calle todavía caliente, cenicienta.

—¿Cómo va esa facultad?—preguntó Jonás prendiendo un California con dificultad—Hace dos semanas que comenzaste las clases.

—Y bien, mucho no puedo hablar—dijo Joaquín tocándose la mata de pelo negro—. Dice un profesor que la historia es para tener certidumbre de lo que pasó, que la historia da seguridad.

Salvio pateó una naranja, irónicamente enojado.

—La historia no da certidumbres sino más bien preguntas—dijo moviendo el cigarrillo para todos lados—, te formula las preguntas de dónde venimos, qué somos, por qué. Nadie puede decir que la historia responda fielmente a los hechos, ni siquiera un testigo de determinado hecho. La sugestión que inducen ciertos hechos nos dice que hay cosas que no fueron contadas y que no van a ser contadas. Por supuesto no vayás a escribir esto porque no te aprueban más.

Villagra no respondió, recordó las tristes paredes de la facultad, hombres y mujeres hablando durante horas delante de un pizarrón, de un escritorio, locuaces, con aires de eruditos, hablando sin cesar hasta que sonaba el timbre y el aroma a satisfacción aparecía en un cigarrillo fumado en la vereda. Dieron un rodeo por la plaza 14 de julio, los álamos bramando, la tierra tapando la estatua del ángel, <<Del polvo vienes y en polvo te convertirás>> parafraseó Salvio ante la quietud del ángel. Llegaron al bar La Galería en medio de una polvareda que convertía en aire los olores ocultos del verano: ácidos, podridos, transpirados, absorbidos por el asfalto, las veredas, las plantas y que ahora no tenían más remedio que escupir. Se sentaron en el fondo de la galería, mirando a los pocos parroquianos que estaban en el interior del bar disfrutando del aire acondicionado, a salvo de la tormenta del equinoccio.

—Pedí lo que quieras—dijo Jonás—. Yo te invito.

—Pobre tu vieja, che—dijo Joaquín y prendió un Queen.

—Gasta menos de lo que gasta la tuya en alquiler, mercadería y los giros que te manda—replicó Jonás.

<<Es cierto>> pensó Joaquín, casi que viendo a su madre en el pueblo Los Pinos, entrando leña porque el otoño en las montañas siempre tiene en sus profundidades mucho de invierno. El mozo se acercó, ambos pidieron un tostado de jamón y queso y dos coca cola de 1 litro.

—De cómo que saliste de tu casa—dijo Villagra por decir algo, aplastando el cigarrillo en el cenicero de metal.

—Tenía que salir—dijo Jonás—. Mil días encerrado y uno para caminar, por lo menos uno tiene que ser para caminar.

—¿Y tu mamá?—preguntó Joaquín—¿Sigue con el vino blanco?

—Un ebrio romance de nunca acabar—prendió un cigarrillo—. Hoy, cuando yo me disponía a leer los cuentos de Flannery O’Connor, entró en mi despacho con un vaso de vino blanco y me contó una historia que la involucra aunque yo no puedo asegurar que ella participó y en el caso de que participara no puedo asegurar que sucedió tal cual lo contó, hablando de historia.

—¿Qué pasó? ¿Los militares?

Jonás asintió al tiempo que el mozo dejaba los tostados y las gaseosas sobre la mesita redonda de madera cubierta con un mantel blanco. En medio de un estrépito de truenos apareció la lluvia y podía verse, pese a la oscuridad, como aplastaba las nubes de tierra, los remolinos, el olor a polvo reprimido ingresando a la galería.

—En el 76—dijo Jonás luego de tragar un bocado del tostado—cuando los muchachos de la junta dieron el golpe de estado llamándolo proceso de reorganización nacional e hicieron cualquier cosa menos reorganizar el país, mi mamá ya vivía en Puerto Heredia y desde Ciudad Capital se asomaban las tropas del general Villegas para tomar posesión. Según mamá participó del grupo de resistencia que se oponía a la dictadura, aunque ella no era comunista ni partidaria de ningún partido político, se oponía por razones lógicas. Los del FRP (Frente de Resistencia Popular), unos días antes del golpe, cuando la cosa era inminente, lograron ingresar de contrabando por las comunas Villa Nogales y Defensor Almar armas de fuego y unos cuantos morteros con el fin de ofrecer una oposición bélica y seria. Hombres y mujeres, de dieciséis años en adelante, conformaron la tropa que iba a ofrecer una resistencia férrea durante una semana. Mamá me contó que durante la semana ella estuvo en el frente, al pie de los morteros, en la primera línea, atrincherados en las afueras de la ciudad que es el único lugar por el que se puede entrar.

>>En un principio los militares se sorprendieron cuando recibieron los primeros impactos de los morteros, las pocas ametralladoras y unas cuántas granadas, nunca se lo esperaron, tanto que tuvieron que retirarse para volver a las horas listos para entablar el combate. <<Me costaba tanto aceptar que estaba matando a personas, pensaba que ellos tenían familia, que con sus errores y todo seguían teniendo padre, madre, hijos. Pero después, meses después, deseaba la muerte para aquellos que los engendraron>> dijo mamá y yo pensé en todos los infelices que engendraron a la dictadura, desde políticos de alto mando a pelotudos que pensaban que eran una solución, habría que preguntarles qué solución ofrecieron, cuándo una dictadura fue la solución. En fin, no creo que mamá pensara en eso, ella lo decía porque los militares empezaron a aumentar la artillería y pronto trajeron cañones de largo alcance, tanques e iniciaron también un bombardeo aéreo. Vio morir a muchos de sus compañeros sin que tuviera tiempo de detenerse y por lo menos preguntar los nombres, todos los frentes del FRP fueron retirando sus líneas hasta quedar arrinconados en la plaza principal de Puerto Heredia, en la 14 de julio, llamada así porque un 14 de julio ofrecieron la rendición. <<Apenas dejamos nuestras armas nos golpearon como bestias, reían y decían que estábamos derrotados, que éramos pulgas en el lomo de la constitución>> me dijo mamá bamboleándose sobre la silla, en frente de mi escritorio.

>>Dice que a las patadas los llevaron a la comisaría, les sacaron fotos, les pusieron un sacó sobre la cabeza y les echaron combustible hasta que vomitaron, muchos murieron en su propio vómito según ella. Luego fue la celda, una habitación solitaria sin cama ni ventana, ni siquiera luz artificial y los guardias ingresando, diciéndole que era una puta comunista, que le cortarían el seno izquierdo para que aprendiera a mirar hacia la derecha. Los interrogatorios, los golpes, la picana eléctrica en su sexo, las risas ante sus gritos en un humor que solo ellos entendían, nunca me dijo si fue abusada, yo creo que sí, no es algo de lo que ella quiera hablar y eso reafirma mi creencia. De vez en cuando pasa una hormiga por el piso y si la ve se la queda mirando durante mucho tiempo, aunque la hormiga no esté, y me contó que en un periodo sin fechas en las reducidas paredes de cemento sin revocar, lo único inofensivo que alcanzó a ver fue una hormiga o mosca que quería aprovecharse de sus heridas. Dice que pocas veces recibía comida, que a lo sumo le tiraban un plato de polenta hirviendo que debía comer sin cubiertos, con la boca, como si fuera un cerdo y es que quizás ellos creían que de verdad era un cerdo, por eso es que mi mamá detesta la polenta, yo no probé un plato de polenta hasta los dieciocho años, y eso porque fui a comer en la confitería La Hora. Una vez se atrevió a pedir un espejo, dice que el guardia se enfureció y llamó al sargento y que el sargento empezó a decirle que tenía pinta de pulga hinchada, llena de sangre, una pulga dura que ellos se estaban encargando de vaciar, que la golpeó un par de veces por su silencio, entonces mamá también hace silencio y deduzco que es porque ese sargento, entre tantos, abusó de ella. Vas a la pieza de mi mamá y tiene los espejos rotos, puede verse, pero partida en mil pedazos y yo creo que es porque ellos la partieron en el caso de que todo sea como me lo contó. Esta historia me la cuenta siempre, supongo que por la ebriedad nunca sabe que la está repitiendo, y cuando calla empieza a soltar un llanto que no cesa en días y va disminuyendo gradualmente con las semanas. Por eso salí de casa hoy, para respirar antes de volver a entrar en su pena.

Hicieron silencio, Jonás se limpió las manos con una servilleta, luego prendió un cigarrillo. Joaquín miraba hacia la calle, fumando también, la temperatura descendió bruscamente. Él pensaba en su madre, también triste, pero por otras cosas que no tenían nada que ver con la dictadura. La imaginó al lado de la estufa a leña, mirando las series yanquis que según ella la distraían cuando es imposible distraerse, a lo sumo aliviar el dolor con una determinada actividad, pero desplazar la tristeza es imposible. <<Y ella está triste, mañana deber ir a trabajar con el aire en plan otoño/invierno del pueblo, las hojas cayendo en el suelo, las montañas brumosas, la virgen de la copa amenazando desde su altura, todo el pueblo Los Pinos amenazado>> se dijo sabiendo que no la llamaría para preguntarle cómo estaba, temiendo descifrar en su voz la tristeza que suponía cierta, que acechaba con un insomnio duradero.

—Pero nunca lo voy a saber con exactitud—dijo Jonás rompiendo el silencio con su voz entabacada—: si ella es alcohólica y llora tanto por ser una víctima de la dictadura, o si lo hace porque ella fue cómplice de la dictadura. Nunca lo voy a saber, nunca.

 

Autor: Federico Gabriel Espinosa Moreno

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