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Minerva (Adelanto para degustación)



Un amor que no es sincero

siete vidas que no quiero

y sigo… pensando en ella

- Julieta Laso



Son las cuatro de la mañana y estoy altamente embriagada en algún rincón de esta enorme Ciudad. Llegamos al boliche, a ver a no sé qué Dj, pero ya no nos dejan entrar. Ley municipal, después de las 4 am, nadie entra. Me fumo tranquilamente el cigarro de un desconocido, mientras mis amigos imploran que nos dejen entrar. Estoy muy ebria para que algo me importe. No sé de qué charlaba con el pibe que me invitó el tabaco. Algo así como “sí, a nosotros tampoco nos dejaron entrar”. Se apaga el tabaco y a buen tiempo, porque me deja nauseabunda, lo que yo ya sabía que iba a pasar pero mi instinto de alterar mi estado de cuerpo y ánimo es más fuerte que cualquier coherencia, principalmente si estoy movida por el alcohol. Le agradezco y cruzo la calle a donde estaban mis amigos, también borrachos.


Seguían implorandolé al seguridad de la puerta: “por favor, he venido hasta esta ciudad solo para verlo al Dj Pareja.” “Che, boluda, quién es el Dj Pareja?” “¡Callate, pelotuda!” Siguen insistiendo y el pobre gordo, ya cansado de nuestras rejas, llama por su radio a una mujer, que aparece en menos de un minuto, su superior capaz. Dos minutos después estábamos adentro, pero no sin antes haber tenido que desembolsar tres lucas cada uno (en este momento que el dólar oficial está a 110 pesos). Se han hecho doce mil pesos así de fácil los muy cabrones, pero bueno, es lo mínimo por lo que nos han aguantado hinchando sus pelotas por al menos diez minutos hasta que se han dado cuenta que no íbamos darnos por vencidos tan fácil. La perseverancia y falta de vergüenza del borracho es inmedible, la del chapaco también. Del chapaco borracho, entonces… es como una clase de institución: la borrachera chapaca.


Entramos y por atrás oímos silbidos y gritos, seguro otro bando que no han dejado entrar, me río feliz de poder seguir la peda en paz. Después de revisarnos, el Remo, uno de mis amigos borrachos y también de infancia, me da la manito - y capaz le agarramos a la Dafne también. La Dafne, que andaba preocupadísima con otros asuntos para además de su borrachera.


Cruzamos por la cortina negra, pesada, un tanto hedionda y sucia, parece que entramos a otra dimensión. Las luces del boliche vienen de todos lados y predomina el color rojo, las luces nos ciegan de inmediato y en milésimas de segundos percibimos un antro llenísimo. El propio infierno en la tierra y batidas sensibles en el cuerpo entero. De a miradas y en gestos coordinamos en sondear el lugar a modo putivuelta. A mano derecha y al fondo vemos una caseta iluminada llena de abrigos de invierno y en unísono nos dirigimos hacia allí para liberarnos de los nuestros. Es abril y la temperatura a la noche es cruel, tipo 14 grados, tal vez menos. Una reja resguardaba la caseta, dejamos nuestros sacos, nos dan un papel con un número y nos retiramos. Seguimos la putivuelta, primera parada: el bar y dos gin tonic. Novecientos pesos. Toma mil, Remo, ya no te debo nada, le digo. Su cara siempre era de desentendimiento de los números, pero confianza de que no me lo estaba timando. Soy rápida con los números y mis amigos pésimos. Prestame novecientos, mira te doy quinientos, después vos me das el resto, así quedamos, y solo te debo doscientos.


Al fin cada una con su respectivo gin en la mano, nos damos la vuelta y con la mirada ambas acompañamos el caminar de una piba que pasaba con medias pantis negras y una tanga. La parte de arriba no me acuerdo, capaz y no llevaba nada. Solo le había podido prestar atención al andar de quien va por una pasarela, las medias rasgadas y el culo plano. En cuestión de microsegundos me doy cuenta que el ambiente estaba lleno de gentes cuirs. Miraba para todos los lados asombrada: lesbianas, gays, trolos, putas, putos, travas, mostris. La mayoría en pelotas, llenos de glitter y brillo. Lesbianas, lesbianes, lesbianos por doquier. Vuelco la mirada para verlo al Remo y ambas estamos con los ojos llenos de lágrimas y felicidad: “¡Aquí es, Cass! ¡Aquí es!”. Ninguna de las dos lo podía creer, era el paraíso, yo pensaba, el paraíso. Después de pasarnoslá días rodeados de nuestros amigos heteros, en ambientes cishetero normativos, en jodas heteras, ya casi estábamos al borde de una sobredosis heterogenera. Diez eran los días que estábamos en la Argentina y nos iba mal hasta en el tinder, las vibras heterosexuales de nuestros amigos nos estaban cagando la joda y el garche vacacional.


Subimos por unas gradas para dar continuidad a nuestra putivuelta. Aún maravilladas, no nos incomoda el poco espacio para andar. Yo intentaba pasar por los espacios vacíos que dejaba Rema, con precaución absoluta para que mi trago no se me fuese abajo. El gin estaba perfecto, bien frío y con pepino. Pasada la odisea de subir las escaleras, deambulamos y tenemos vista directa al escenario, que está abajo. Un bando de personas frenéticas al frente del dj, todes bailando al ritmo de algún tipo de música electrónica que, claramente, no distingo. El dj que toca ya no es por el cual pagamos tres mil pesos bajo nuestro soborno. Además, resultó que era djs pareja, no dj pareja, porque es de hecho una pareja de djs. Esa noche también tocaban Loló Gasparini y Matías Aguayo.


De la mano bajamos las escaleras y Remo nos arrastra para adelante, en medio a la turba y a la música que se pone cada vez más alta, parece que el cerebro ya no hay, solo la música y la cuerpa que la siente vibrar, que se deja llevar a su compás. A todo esto, ya habíamos perdido a Dafne, que estaba frustrada porque era una fiesta mayoritariamente LGBTQIANP+ y porque el pibe con el que se encontraría la había dejado plantada. El pibe hetero la había dejado plantada en una fiesta de trolos.


Soy consciente de que ningún exceso es bueno, pero cuando se trata de tomarse una copita para salir a bailar, olvido cualquier comprometimiento con mi salud. Porque bailar libera dopamina, porque mover las caderas libera la energía sexual y el miedo, porque el alcohol facilita y deja el momento más agradable o más propicio a que me suelte conmigo misma y sea capaz de disfrutar sin amarras. Esa era una de esas noches, un momento estaba bailando con Remo y al siguiente estaba adentro de un grupo de lesbianas, que bailaban al lado nuestro. Estaba rodeada de por lo menos cuatro cuerpas, una a cada lado. Era un suntuoso baile de ninfas safistas.


En medio balanceo abro los ojos y me deparo con un cuerpo de espalda angosta y recta, clavículas un tanto expuestas, rostro con barbilla puntuda, cabellos cortos, cortos, cortos, un sostén de encaje negro que resguardaba dos tetas pequeñas, lugar en el cual cabían perfectamente. Una imagen divina de ver y tener en frente. Tan lindo de ver que se me guarda automáticamente en la memoria. Mentalmente la baba se me cae por la boca. Acto siguiente me doy cuenta que estoy besando la boca perteneciente a aquel regazo. Paseo mis manos por su espalda, sus brazos, su cuello, principalmente su cuello y su nuca. Paso mi mano por su primoroso cabello para investigarlo y sentirlo a tacto. Nos besamos la boca y jugamos con nuestras lenguas mientras nuestras manos se reconocen en medio a la multitud.


Desconozco el tiempo que pasamos entre besos y el roce de nuestros cuerpos. Me percibo un ser humano de vuelta al plano terrestre y le invito un gin, aunque probablemente ya no tenía plata para eso. Vamos al bar y conoce a Remo. La veo tímida, con las manos inquietas, mirando a los lados y sonriendo a medias. Nos miramos, me hace un gesto con su mano y me dice: ¿vamos? Vamos. Hablo con Remo, le digo que me voy, entonces recordamos que tenemos que recoger nuestros abrigos en el dispute que es el guardador de objetos. Vamos juntas porque tenemos el mismo número, pero ninguno de los dos tiene el papel y tampoco hay nuestros abrigos. Desesperados, comenzamos a buscar con la vista, estaban bien al final, casi invisibles: ¡ahí están señora, esos son, fíjáte es así y asado, te juro! De alguna manera conseguimos comprobar que esos sacos son nuestros y nos los da. Rema se queda, “no me voy ni en pedo”, me dice. Nos despedimos y le pido que por favor me llame cualquier cosa. Saliendo me deparo con Dafne, que traía una gran cara de culo porque era una fiesta tan disidente que le generaba incomodidad, porque además el pibe la plantó y seguro otras razones más, como hambre y cansancio.



 

Esto que estás leyendo es un adelanto de la Plaquette Minerva publicada recientemente por Ediciones Frenéticxs Danzantes.

Si te gustó podés leerla completa online de forma libre ACÁ o comprarla ACÁ


Autore Carole Burry


Lesbiane no binarie, sociólogo, escritora, poeta y artesane. Boliviane y brasileñe, brasileño y boliviano, los dos por igual, en este caso el lugar de nacimiento no importa. Escribe para organizar el caos, aunque no entienda bien de que se trata.


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