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Las montañas nevadas



“Más allá de las nubes, en el refugio del silencio, las rocas se erigen de la tierra rozando los cielos. La niebla cubre la pálida nieve de los gigantes de piedra. Glaciares derretidos llueven desde la cima tintando de blanco el granito. Mientras las aves extienden sus alas volando en la órbita del sol. Suspendidas en el tiempo. Resguardadas por las montañas nevadas”.


Siguiente parada, Nanaimo Station. Tres hombres conversan entre dientes, como huyendo de las palabras. Uno de ellos debe medir cerca de tres metros ya que roza el techo con su calva. Si tuviera que nombrarlo le llamaría Jonás. Los otros dos hombres tienen rostros casi idénticos. El de la izquierda tiene los ojos más negros que he visto, como de un mapache. Abre la boca repitiendo un lenguaje indescifrable hacia el hombre de la derecha, que lleva unos lentes cuadrados y la cabeza del tamaño del mundo. Son las cinco de la mañana y en el vagón todavía no amanece. Jonás está nervioso. Ha dejado de hablar. Sus manos llueven dejando charcos de sudor en el suelo. Caen de su frente gotas de cera derretida por las luces de la ciudad. A lo lejos, un bebé llora mientras su madre chhh chh chh trata de consolarlo acariciando su cabeza. He is so pretty. Un niño habla por teléfono. I thought you were coming today. Seis muchachos se ríen. Forget about her. She doesn´t even like you, man. Jazz de los sesentas salen de unos audífonos baratos. This asian guy enters the theather, stands in front of the screen while the movie is playing, and lights a cigarette. Uno, dos, tres, cuatro ancianos roncan profundamente. Listen you fucker, don´t ever call to this number again! Yo me bajo en la que sigue. Je t'ai dit que je l'aimais ¡Cuanto ruido, carajo! No puedo ni pensar. El vagón se detiene y un sinfín de cuerpos ocupan los espacios vacíos. Abrigos de lana rozan con poliéster mojado por la lluvia. Las piernas me tiemblan. Huele a nublado. Así huelen todos los días de marzo. Pum. Pum. Pum ¿Cuánto llevo aquí esperando? No ha pasado ni un minuto desde que consulté mi muñeca izquierda inútilmente, porque nunca llevo reloj. Parece que fue hace mil suspiros cuando tomé el tren en metro Universidad con destino a ¿Dónde? También eran las cinco de la mañana. O de la tarde. No recuerdo bien. Olía a nublado en la capital mexicana. Un mensaje de voz de Mariana en mi celular. — Pasa a verme a mi casa saliendo de clases — Casa número 334 en la calle Francia. Una puerta vieja pero grande da la entrada a un largo pasillo repleto de fotos de ella y sus hermanos. En el jardín de la izquierda debe estar el pastor belga de su padre al lado de las más de mil colillas de cigarros que fumamos desde que la conocí. Unas escaleras de caracol donde las sombras se pierden, llevan a su cuarto color mostaza en el segundo piso. Aquel cuarto enfermo escuchó todos los vinilos de Los Zafiros que yo ponía en su tocadiscos cada vez que terminábamos de coger. El tragaluz del techo debe seguir iluminando por las tardes ese rostro suyo como de asustada. Sus pupilas verdes siempre dilatadas. Sus cabellos castaños recogidos y ella allí, acostada, seguramente rascándose la delgada punta de la nariz como cuando se ponía nerviosa, triste o feliz. No Mariana. Perdóname, pero no. Ese día ella manejaría por Insurgentes en el Mercedes blanco de su madre rumbo a la Facultad de Arte. Yo tomaría la línea cinco en lugar de la tres de toda la vida, para ganar tiempo. Ganarle al tiempo para redactar una carta de un millón de letras explicándole que la dejaba. No solté ninguna lágrima. Ni tampoco le entregué la carta. El tiempo me andaba ganando la partida— ¿Se encuentra bien, joven? Tiene la mirada muy triste — ¿Quiere usted de veras saber? ¿O nada más es parte del juego? Vamos a ver: Al bien no lo he visto desde hace un rato y por lo que sé, uno sólo mira con los ojos o si acaso con el estómago. Así decía mi abuelo cada vez que se emborrachaba y contaba la misma historia del hombre ciego que soñaba con sopa. Y la tristeza sólo se puede sentir. Cómo pequeñas hormigas recorriéndote los talones. Cómo agujas dejándote lampiño. Cómo interminables platillos chinos que suenan detrás de tus oídos. Plaaaaa ¡Callen a ese niño, por Dios! Nací en el borde. Y acá sigo. No me he movido. Puedo ver el vacío acercándose. Son poco los días que me quedan cuerdo. Pronto todo se va a desmoronar. Una joven pareja juega a las cartas entre los dos asientos del lado derecho. Reina de corazones, dos de tréboles y rey de espadas. Cinco de diamantes, un as, y cinco de diamantes. Par. ¿Y Jonás? Mi madre me llamó en repetidas ocasiones preguntando por qué no había llegado a cenar. ¿Bueno? ----- ¿Hijo? -----¿Julio, estás ahí? ----- . --¿Dónde estás? Te estamos esperando. Hice chiles rellenos. ------------------------Otro día, mamá. Estoy cansado. El teléfono murió. Siguiente estación: Angustia. Un anciano vestido con bigote y un suéter de cuadros se levanta para cederle el asiento a una mujer. La mujer (40) se debate si aceptar aquel gesto o permanecer parada. Todas las miradas sobre ella. ¿Parada o sentada? El anciano comienza a desesperarse. La mujer duda. ¿Qué debe hacer? ¡Ya siéntate! ¡Pobre anciano! ¡Apenas y puede sostenerse en pie y usted arrebatándole su asiento! ¿Dónde está Jonás? ¡Deja que se siente este pobre hombre!¡Insensible! La cabeza me pesa. Puta madre, olvidé mis cigarros en el otro vagón. Querido, Julio. Toda tu familia está preocupada por ti. Tu huida nos tomó por sorpresa. No entiendo por qué decidiste marcharte así de la nada. Vuelve pronto ¿sí? Comprendo si no me amas más, pero no puedes hacerle esto a tu madre. Te extraño. Mariana. Otra vez ese olor. Cómo a perfume barato. Miro de arriba abajo, de un lado a otro rastreándolo y: Ahí está. Viene de aquellos amantes que se besan a tres metros de mí. Aquella fragancia debe ser de la mujer, joven, más o menos de mi edad (aunque en esta ciudad nunca se sabe qué edad tiene uno) que besa al hombre como desesperada. Algo la persigue y por eso aprieta los labios con prisa. No se sí mis ojos me engañaron o creí verla, por un segundo, dirigir su mirada hacia mí. No lo sé. Mis sentidos y yo nos peleamos hace tiempo. No nos hablamos más. El hombre es mayor, mucho mayor. Lleva un traje caro, supongo (qué yo de trajes). Le agarra con fuerza los brazos como si se le fuera a escapar. Él la besa con farsa. Pronunciando otro nombre mientras su lengua roza con la de ella. Y los ojos bien cerrados para que no se rompa la ilusión. ¿Soy yo o el mundo se cae a pedazos? Meto mi mano en mi bolsillo izquierdo con la esperanza de encontrar un cigarrillo suelto. Nada. Tan sólo está la imagen recortada de un cuadro de Pedro Pilo. Las montañas nevadas, jóvenes. Este fue el último cuadro que pintó en vida el joven artista antes de desaparecer para siempre a la edad de veintiún años. A día de hoy, sigue siendo uno de los cuadros paisajistas más enigmáticos de la última década debido a las múltiples interpretaciones que se han hecho del mismo. Algunos afirman que la nieve derritiéndose representa el sentimiento de desesperación e inminente locura que lo llevaría a desaparecer sin dejar ningún rastro. Otros dicen que las montañas son la imagen de su supuesta esquizofrenia. Yo digo que esas son pendejadas, me dice Carlos. Que tantas pinches vueltas le dan a todo, mano. Me cae que el morro pintó esas montañas nada más porque andaba buscando que hacer y todos estos cabrones quebrandose la cabeza por saber que chingados significa. Pues que más, si son unas pinches montañas. Al wey seguro un día se le botó la canica y bolas, que se pela pal norte sin decirle a nadie. Según que era de los Canadian States ¿qué no? ¿o tu si crees en esas jaladas, pinche Julio? Yo ya no creo en nada. Todo lo que creía saber está guardado en el segundo cajón al lado de mi cama en aquella casa en Copilco olvidada por Dios. Acá traigo la llave pero el cajón ya me queda muy lejos. Ya es muy tarde para regresar. Buzón de voz, la llamada se cobrará al terminar los tonos siguientes. Attention passengers, due to a mishap at the Commercial station we will be experiencing heavy turbulence. fasten your seat belts and hug the person next to you very tightly. Everything will be fine. Todo va a estar bien. Todo va a estar bien. Todo. Estar. Bien va a estar. Va todo bien estar. Estar bien va a todo. Todo va a estar. Todo va a estar bien. ¿Qué soñaste? Soñé que me moría. ¿Y tú? Yo nunca sueño, ya lo sabes. Pero esa noche si soñé. Lo recuerdo bien. Fue el sueño más largo que recuerdo. Estaba yo en un bosque y el fuego de una fogata calentaba mi piel desnuda. La noche estrellada servía de red para frenar todos los asteroides del universo. Al lado estaba Mariana. Yo la veía y sus parpados como que me hablaban. Sus labios se abrían y se reía en silencio. Ella seguía hablando y hablando y yo sin poder escucharla. ¿Pero que me estás diciendo? Entonces la tierra empezó a temblar. Los planetas se instalaron en mi torso y sentí todo el peso de la galaxia. No te escucho, Mariana. De pronto, me invadieron unas insoportables ganas de correr. Mi nariz comenzó a sangrar sin cesar. Y Mariana solo me veía. Asustada. Gritando canciones sin notas. La sangre corría y corría y corría y yo sin poder hace nada. Las venas palpitando. El aire escaso. Ya no pude más. Los sonidos desaparecieron y yo corrí hacia la oscuridad. Corrí hasta que el asfalto me quemaba los pies. Corrí hasta sentir la bruma de la madrugada pegándose a mi piel. Corrí hasta perder a mi sombra de vista. ---------------Excuse me? ----------Oiga profe, ¿y usted que cree que le pasó a ese tal Pedro Pilo? Ese es un misterio. Yo creo que se volvió loco. ¿Pero cómo te vuelves loco así nomás? No es de la noche a la mañana, Julio. Poco a poco y sin que te des cuenta, la cordura como que se empieza a olvidar de ti. Cómo cuando estás en un laberinto y avanzas más y más en busca de la salida, pero nada más no la hallas. Y de tanto caminar, las piernas se te empiezan a cansar, la vista se te nubla y sientes que el aire se te escapa. Entonces te paras un momento para descansar un rato. Pero tú sabes que uno hay que mantenerse ocupado. Sino la mente te empieza a jugar chueco y comienzas a confundir las cosas. Eso es lo más peligroso, Julio. Confundir las cosas. Porque las entradas se mezclan con las salidas, los muros con las nubes, las risas con los lamentos. Poco a poco vas perdiendo la vista, el tacto, la voz. Pero tú escuchas tus cantos como si nada, sientes tus cabellos y ves la salida cada vez más cerca. Son puros castillos de arena. Al final terminas hundiéndote en tu propia ilusión. Pedro era un muchachito muy callado. Lo conocí cuando estudió aquí en la prepa hace ya unos años. Tenía un acento de gringo y siempre usaba un gorro para ocultar sus entradas. Ya pintaba para entonces, pero en ese tiempo nadie sabía salvo él mismo. Vete a tu saber que habrá pasado por la mente de ese chavo. A veces uno no puede con tanto desmadre. Pero si te gustó la pintura pasa a mi oficina y te doy una mini réplica que compré cuando fui a una de sus exposiciones. Are you okay? Sir ¿A dónde vas? Ahorita vengo, no me tardo, me dijo. Sus manos estaban muy frías y temblaban. Cerró la puerta suavemente y sin mirar atrás. Mi madre lloraba tanto que pensé que iba a inundar la casa con sus lágrimas. Aquel día en que Octavio se fue, también era marzo. Yo recuerdo estar jugando con el avión que me regaló el tío Luis pensando en que algún día, yo volaría uno de esos y recorrería todas las nubes del cielo. Me imaginaba con unos lentes muy oscuros, sintiendo el viento despeinar mis cabellos mientras daba volteretas entre rascacielos enormes. Volaba y volaba y sentía que era un pájaro buscando el árbol con la mejor sombra para descansar. –¿Pero por qué lloras mami? Papá dijo que no tardaba. Debe haberse perdido, esta ciudad es muy grande – Mi madre nada más sonreía y me acariciaba los cachetes sin dejar de llorar. ¿No te gustaría ir a la playa? Y en aquel mes maldito, mientras mi madre sufría en silencio.

Rascando la arena para ver si podía enterrar su dolor. Tratando que la espuma del mar borrara las llagas en sus parpados marchitos. Yo abandonaba el suelo por unos segundos para elevarme como una enorme aeronave. Fiuuum. Fiuuum. Fiuuum. Rozaba la brisa con mis dedos y con las olas me impulsaba para subir más alto. Subía/ subía/ subía y la playa ya se veía pequeñita pequeñita. Las aves me contaban historias fantásticas de lugares escondidos en las estrellas y yo escuchaba con los ojos bien abiertos. Era feliz. Volando. Hasta que las campanas de la iglesia me trozaron las alas y mi madre me dijo: Acompáñame a misa, ándale.


Yo confieso. Confieso ser un impostor. Un farsante. Mercader de mentiras. De gestos robados. Imitador de lenguajes ajenos. Hambriento hombre sin rostro que suplica por migajas de sangre. Naufrago en un pantano de escombros buscando con desespero sus huellas en el cielo. Payaso atormentado por los lamentos de los coyotes. Cuerpo descompuesto con un alma prestada. Isla de máscaras apiladas regadas por el tiempo. Calle de los mil nombres. Réplicas de flores moribundas. Actor de cuarta con sus líneas tatuadas en la memoria. Yo. Yo. Y solo yo. Que nunca he dicho nada más que la verdad. Que he asesinado esperanzas con mi boca nauseabunda. Construido cárceles traicionado por mis manos. Confieso que he pecado. Y pido redención que me cure de la angustia. Suficiente tortura han sentido mis huesos corroídos por el desasosiego. De tanto que he sufrido el pesar me ha abandonado. Que suenen las campanas hasta quedarme sordo si es necesario.

Con tal de que ahuyenten al invasor que tiene mi cuerpo tomado.


Pummmmm. Pummmmmm. Pummmmmm. Pummmmmm. Pummmmmmm,


Más allá de las nubes, en el refugio del silencio.

¿Me amas?

Perdóname, mamá.

las aves extienden sus alas volando en la órbita del sol.

Todavía estás a tiempo de salvarte.

¿De qué huyes, Julio? ¿A qué le tienes miedo?

Le vas a sacar brillo a esa foto de tanto que la agarras.

Y allí estará su madre. Coleccionando lágrimas una vez más. Y Julio, cobarde, huyendo hacia al norte, en busca de quien sabe qué.

Naciste pesando apenas un kilo. Y te vi tan frágil, que te abracé durante horas hasta que la enfermera me pidió que por favor te dejara descansar.

Estoy harto de esperar.

Ustedes que opinan, ¿A nuestro Julio también ya se le fue la pinza?



Abro los ojos. Todos en el vagón me miran. Hey. Can you hear me? Are you okay? ¿Jonás? You´re bleeding. Are you feeling okay? ¿Qué? ¿Hablas español? Yo asiento con la cabeza. Aquel gigante de la calva reluciente saca un pañuelo de su bolsillo y me lo entrega. En cuestión de segundos el pedazo de tela blanca se torna roja al tocar mi nariz. Jonás me sonríe. Ya no parece nervioso. En el vagón todo ha vuelto a la normalidad y la luz de la mañana comienza a iluminar algunos de los asientos. ¿De dónde eres? De México, le digo. ¿Y qué haces tan lejos? No sé. Vine a ver un cuadro. Meto mi mano a mi bolsillo izquierdo y saco aquella réplica arrugada de las montañas nevadas. Jonás mira la imagen y algo en su rostro se rompe. Un solo gesto. Una pequeña línea de arruga por encima de sus cejas es suficiente para darme cuenta. Su respiración se corta y por un segundo puedo sentir todo el peso de su ser. ¿Sabes dónde puedo encontrarlo? Jonás alza la mirada y entonces el vasto de su soledad me atraviesa el pecho. Sus miedos salen a flote y oigo kilómetros de voces rogando clemencia. Alguien que adopte su tragedia. Una mano que desenrede los nudos de su alma. Que le sobe las heridas y pueda purgarse en su regazo. Un amigo, un amante, una madre. Alguien que comparta su sufrir. Me mira fijamente. Y por más que trato, tampoco puedo dejar de mirarlo. Siguiente parada: Granville Station, No me dice nada. Toda la ciudad se ha callado para escuchar. Sígueme. Y se abren las puertas.


Él y yo. Sin intercambiar palabras. Recorriendo la ciudad. Todavía huele a nublado pero el sol quema como si fuera mayo. Un mar de zapatos inunda las calles del centro de Vancouver. Carrozas de acero sonando sus claxon. Profetas advirtiendo el fin de los tiempos. Boxeadores que piden dinero. Callejones de susurros que no quieren ser escuchados. Llantos de fetos naciendo a tres cuadras a la redonda. Los últimos suspiros de ancianos a la vuelta de la esquina. Los cuervos trinan odas al humo. Se escuchan las pesadillas de los edificios que me tapan el cielo. Las voces escondidas en las profundidades del metro me piden que las acompañe. Pero yo sólo sigo como hipnotizado la sombra de aquel ente extraño con la mirada de huérfano. Y piso. Las calles se van desvaneciendo. Y piso. Los rostros se pierden. Y piso. Como si caminara entre nieve. Calculando cada pisada. Anclado al hombre que decidí llamar Jonás. Entonces él se detiene. Aquí es. Una galería de arte estilo neoclásica se levanta ante nosotros. Vancouver Art Gallery. Qué galería más grande, pienso. Mis piernas se mueven como conectadas a las de Jonás y lo sigo de nuevo. Unas puertas gigantes se abren para mostrar los callejones de mármol de la galería. Jonás se mueve a paso determinado por los pasillos del museo. Pasamos cientos de cuadros hasta llegar a una habitación color rosa con una pequeña ventana en la pared. La luz apenas entra. Tan solo tres personas se encuentran en aquel sitio. Un montón de cuadros paisajistas resguardan las paredes. Ríos, volcanes, campos de flores, montañas. A Mariana le hubiera encantado. Jonás inspecciona cada cuadro minuciosamente buscando algo que no se qué es.. Filas y filas de cuadro desaparecen a nuestro paso. Hasta que la mano de Jonás se congela. Y su dedo señala un pequeño letrero con las letras escritas. “Las montañas nevadas. Pedro Pilo (2010). Arriba de eso no hay nada más que un espacio vacío iluminado por unas tenues luces. Ni rastro de aquellos monumentos de nieve custodiados por el cielo. Un anciano de cejas pálidas se acerca a nosotros. Oigo que Jonás le pregunta algo, pero no logro comprender. El anciano le responde. Sigo sin escuchar. Cierro los ojos por diez segundos y al abrirlos la mirada de Jonás ya me espera. El anciano se ha marchado. ¿Y entonces, que pasó con el cuadro? Le digo. Ya se lo llevaron, contesta.

¿A dónde? Le digo.

A México


 

Autor: Sebastián Hurtado


Nacido en Acapulco, México, ha emigrado a distintas ciudades pasando por Mérida, Ciudad de México y Vancouver donde actualmente reside. A sus diecinueve años fue ganador del 2022 FIC Monterrey Scholarship que le permitió estudiar guionismo en Canadá y en la actualidad se encuentra estudiando cine en Simon Fraser University. Su interés por el arte va desde la poesía, literatura, cine y fotografía.


Instagram: @hurtadotxt


Foto de Adolfo BermúdezOriginario de Durango México, actualmente reside en los territorios robados de los coast salish people (Vancouver, Canadá), a donde llegó en el 2019 a los 17 años y fue ahí donde terminó la preparatoria. Actualmente estudia escritura creativa en la universidad de Langara. Ha aportado un texto a una antología de jóvenes escritores, realizado por la casa de la cultura de Morelia. Igualmente, se desenvuelve como fotógrafo independiente, usualmente retratando las calles que camina, el barrio y la ciudad en la que vive, y la gente que lo rodea. Su fotografía se ha exhibido en Durango, México, y en abril 2023 formará parte de una exhibición grupal de artistas emergentes, la cual será realizada en Vancouver como parte de el evento cultural “East Crawl”.


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