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Después de un espeso vacío (adelanto para degustación)


Cierra la puerta del edificio empujándola con la mano porque el cartel dice No Cierra Sola.


Suena el ruido seco de la madera y vidrio chocando contra la otra hoja de la puerta también de madera y vidrio.


Sale a la vereda y mira para un lado y para el otro sabiendo que no está preparado para el día. Que tendría que haber dormido por lo menos cuatro horas más para poder encarar lo que viene.


Pero por más que mira para un lado y para el otro, lo único que ve son las hojas del otoño dejando amarillas todas las veredas y algún que otro auto que pasa en el frenesí de la mañana apurado por llegar a alguna parte.


No está la respuesta que necesita. No viene girando doblando la esquina ninguna verdad ni ninguna gran epifanía.


No, nada de eso.


Sólo vacío ruidoso embarullado de sonidos estridentes, rechinosos y quejosos que no dicen nada.


Así que toma aire y va hacia la izquierda.


Un paso y después otro. Sabe que va al matadero. Sabe que va a la muerte, no al olvido. Y que es un rey diría Borges hablando de alguien que dejó de respirar porque la cabeza le fue separada del cuerpo a fuerza de un pesado filo; y que tuvo un reino.


Bueno. Da lo mismo. Él no es Borges ni rey de nada.


Es un chabón común que sale de su departamento/guarida en Paternal a encarar lo que no quiere encarar pero no le queda otra.


Camina más de veinte cuadras por la vereda del sol que empieza a asomar y va poniendo todo más amable.


Llega.


Saluda pero con cara de que no sabe qué decir porque en realidad no sabe qué decir ni a quién decírselo ni cómo vivir esas cosas. No sabe ni lo que siente. Aunque posiblemente si supiera qué siente y supiera qué decir, tampoco lo diría porque no sería adecuado.


Nunca nada es adecuado. Lo que piensa y siente siempre choca con una pared inquebrantable cuando sale de su cuerpo. Choca contra el cuerpo de lxs demás y las cosas que lxs demás sienten y piensan.


Todxs lloran o ponen cara de que les gustaría estar llorando o que acaban de llorar.


Él todavía no lloró. Ese día. Antes había llorado un montón de veces. Pero ese día que sería el más apropiado para hacerlo, no.


Ni siquiera eso le sale.


Le gustaría salir a la calle y volver a caminar pero no puede. Tiene que estar ahí y listo.


Es su papá el que está en el cajón y su viuda con los ojos hinchados y rojos la que le acaricia la cabeza y le pregunta cómo se siente y si quiere comer o tomar algo.


-No, gracias. Ya desayuné antes de venir- dice sabiendo que no se considera desayuno a tres mates con yerba de yuyitos.


La mujer lo mira como con lástima y él la mira a ella pero no sabe con cara de qué.


Piensa que no sabe qué será de su vida y que capaz no la vea nunca más.


No tienen nada más en común que ese muerto que ella ama y él detesta.


Detesta y ama. Pero lo del amor es simplemente porque no puede dejar de hacerlo aunque haya tratado por todos los medios los últimos veinte años. Así que ese sentimiento no cuenta. Es solo una presencia más en el lugar donde se guardan los sentires que chocan con furia contra cualquier cosa cuando salen de su cuerpo y los pone a jugar en el mundo. Y después se vuelven y chocan contra él, contra su carne y sus huesos.


Pasan las horas y en un momento su reloj biológico le da el ok y le dice que ya está, que ya puede salir y volver al mundo de los vivos.


Se despide aunque no conoce casi a nadie. A la viuda le da un abrazo porque le produce una infinita pena pensar en esa mujer que admiraba tanto y amaba tanto a un ser tan choto y de mierda.



 

Este es el primer capítulo de la novela Después de un espeso vacío publicada por Ediciones Frenéticxs Danzantes en marzo 2023.


Se puede comprar acá o se la pueden descargar en versión digital y de forma gratuita acá


Autora: Marina Klein


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