Cinco minutos
Con anticipación me acerqué a la estación alrededor de las 9 de la noche. El frío otoñal obligaba a caminar agazapado, protegido con sobretodo ferroviario y manos enguantadas. El horario de llegada del Ranquelino a Alberti era las 21:35; acá lo abordaba y en Lincoln me hacía cargo como Conductor de la citada formación. Desde hacía tres años, mi vida laboral se resolvía conduciendo los viernes los trenes diagramados hasta Realicó, punta riel, en La Pampa y los domingos, su regreso a Capital. Había cenado solo, puesto que la familia se encontraba en el cumpleaños número 90 del bisabuelo materno. Con el estómago liviano por la sopa ingerida y con ganas de llegar cuanto antes, despedí al Teófilo, mi perro. Así que a paso rápido y esquivando charquitos de la llovizna de la tarde, deambulé las pocas cuadras entre casa y el viejo edificio terminal. Saludé a los muchachos del turno… Negro Romano el cambista, Don “Lancha” Cairatti, Auxiliar de primera a cargo del servicio de boletaría y telégrafo y, el más viejo, Lolo Núñez responsable de las encomiendas, señales y comunicación con personal de guardas y/o máquinas. El mate corría de mano en mano, y cuando me lo ofrecieron, surgió la frase típica de las esperas ferroviarias: ¿Cómo viene? ¿Ya salió de Chivilcoy? Me miró Romanito con esa típica sonrisa, con esa amabilidad que lo caracterizaba: “A horario Gustavito… ya pidió vía… en quince pisa la estación”. Así que, saboreé esa infusión amarga que calentaba mis tripas, agradecí mirando de reojo el apolillado reloj a péndulo que marcaba las 21:30, dije Chau y arranqué para el lado del tanque de agua, lugar donde debía detenerse la vieja locomotora. El banquito armado con durmientes de quebracho, invitaba a sentarse en la oscuridad reinante entre el tanque y el mástil de la bandera que pese a ser de noche, ondeaba con la brisa fresca. Acomodé las solapas del sobretodo gris que alcanzaban a proteger mis orejas, exhalé un suspiro vaporoso y mis piernas se aflojaron en reposo sobre el banco frio. Ahhhh, falta poco, ya llega. Siempre llevo en los bolsillos la pequeña radio a pilas, eterna compañera de los viajes, y ese día no era la excepción, Jugaba San Lorenzo, y como hincha del Cuervo, deseaba que le ganáramos a Boca. Despacito, los relatos de Víctor Hugo me apersonaban en la cancha. Perdíamos uno a cero, pero había tiempo, confiaba en esa dupla fantástica del medio campo que componía el Brasileño Negro Silas y el “Conde” Galetto. Varias veces chasqueé los dedos sobre el encendedor y pité fuerte un Parisién, dejando suelto al humo que ingresaba groseramente por la garganta. Y de repente, casi sin darme cuenta, los vi…la sombra del reflector sobre el tanque de agua los delataba. La parejita inmóvil apoyada sobre los parantes del viejo contenedor apenas se percibía. Resultaba ser un muchachito alto, flaquito, de postura masculina, vestido con ropa informal: vaquero, campera de cuero y zapatillas deportivas. Abrazada, la melena negra resurgía entre los brazos varoniles, de puntita de pies, con una pollera angosta, polera celeste, zapatos altos, y una chalina que le cubría su cuello alto. Impávidos, sin alterarse, perturbarse o mostrando emoción alguna ante mi presencia, por puro pudor acomodé el cuerpo en dirección opuesta. La luna llena reluce en las tinieblas oscuras del otoño pero aquella noche saltaba escondida entre nubes dispersas, y su tenue reflejo iluminaba al extasiado casal. Me pareció escuchar un gemido suave que retumbó en el silencio del lugar y luego otro y otro…Fue por eso que apagué la radio, confundido mentalmente entre escuchar o no. Y mirar. Deseaba mirar y escuchar.
Se darían cuenta??? No lo creo, están perdidos en sus encantos. Pero si me descubren…¿Qué pensarán??? Viejo verde, espiando parejitas enamoradas. Levanté más las solapas del abrigo, y giré mi cuello hasta lograr una mejor vista entre las sombras. Lo que veía endulzaba mi imaginación pecaminosa instigándome a agudizar los sentidos. Dos cuerpos en uno solo… Las manos del flaco apretaban fuertemente contra su pecho la melena negra ensortijada. En puntitas de pie, el frágil torso femenino se rendía al apasionado abrazo. Sus bocas unidas presagiaban lenguas húmedas, labios filosos, suspiros de sentimiento intenso. Entre los pliegues de la pollera entreabierta, surge una fina pierna cubierta por medias oscuras que enaltecen la figura de la muchacha. Hermosa. Y brotan más gemidos y más abrazos… Retorciéndome de ansiedad, no logro quitar los sentidos de esos tórtolos renegados. Vuela por los aires la chalina gris dejando al descubierto una polera subida hasta el cuello. Manos adolescentes recorren ese cuello esbelto hasta la base de los senos… imagino bustos excitados, perennes. Pero ¿qué me pasa? Estoy estúpido, nervioso , agitado, alterado, impaciente, descentrado… me despierta el resplandor de la potente luz del faro que asoma en el horizonte... se acerca la formación, está a solo 5 minutos… 5 minutos… Maldito tren, llegará a horario, primera vez que deseo su atraso… Acomodo el pequeño bolso entre mis piernas y prendo otro pucho, pero nada los conmueve. Continúan con su ritual amoroso. Qué placer emocionante; me transportan a mi juventud, a la primera novia, el primer beso, caricias sinceras, despedida cruel. La suave pero fresca brisa enrojece mi pucho, saboreo el gusto sólido del cigarrillo negro y casi toso por el acentuado ardor en la garganta pero permanezco perturbado por la escena. Desperdiciada parte de mi vergüenza, me paro en vísperas de que se acerca el momento de mi partida. Y no me la quiero perder. Por nada.
Crece la luz potente sobre los rieles, avisando la pronta presencia del “pata de fierro”. En la pequeña playa de estacionamiento, varios automóviles se apilan como pidiendo permiso y de donde brotan pasajeros o curiosos, que se apuran por subir los tres escalones de acceso al andén para esperar la llegada. Pasando frente a mí, algunos saludan con un: “Buenas Noches. ¿Cómo andás Gustavo?? ” “Todo bien Juancito, ¿y vos? Esperando para laburar ” Pero poco me importa... Solo quiero volver mi vista y sentidos al apasionado romance otoñal. Me distrae la zorra de encomiendas que Lolo Nuñez estanca frente al jardincito que rodea al mástil de la enseña patria. También está abierto y con muchos comensales el Kiosco del Pata, mi hermano menor, que ofrece golosinas, masitas, alfajores, sándwiches, choripanes, milanesas… y café. También agua caliente. El alboroto crece pero sigo obsesionado con esos cuerpos que ahora pareciera sufren más ardor, más pasión, que casi arrodillados se contornean al ritmo picante de piernas entrecruzadas. Acomodados los abrigos, la parejita se hunde en el último abrazo. Pegados sus rostros húmedos estallan en una risotada. Mientras, el tren se acerca a pasos agigantados. Apenas superado el paso a nivel de Beraza, la bocina aguda se diluye en tres pitazos que encubren el regocijo amoral. Pero, …..yo conozco esa risa… carcajadas caladas. ¿De dónde?? La luz ya cubre todo el andén, ilumina la señal de salida y se pierde en el horizonte oeste. Entonces los veo caminando tomados de la mano, saliendo de las tinieblas que los cobijó, acercándose felices al encuentro del convoy. Entre chispas y gruñidos de los frenos, la alocada formación ingresa a la estación repleta de gente. Asomado a la ventanilla entreabierta, mi compañero de andanzas ferroviarias me grita a la pasada : “ NEGROOOOO, vení con nosotros que preparamos el mate, ya está listo ”. Despabilado por el ruido omnipotente del motor diesel, tomo la valija y me encamino hacia la locomotora. Y los enfrento. Casi sin querer, pero obligado por el reducido espacio, choco la mirada con ellos y quedo paralizado… Claro que conocía esa risa, esa carcajada. Es Julieta, mi hija, mi primor, mi niña… Apenas 15 años recién cumplidos. Con su hombro derecho cubierto por el antebrazo de su enamorado, se planta ante mí sorprendida. “ Papá, papá, ¿cómo estás?¿Ya te vas? Qué alegría verte… te quiero presentar a mi novio…” José, el hijo de mi amigo Carlos, el cartero del Correo. Poniéndose firme, con una sonrisa congelada, estira su mano varonil, temblorosa, en señal de extrema sumisión por el momento y las circunstancias no deseadas.
Los miré a ambos, creo que medio atontado pero, ¿qué podía hacer?? Una profunda emoción invadió por unos segundos mi mente y el pecho parecía explotar con los bombazos del “bobo”. Sólo atiné a estrechar esa mano firme con entereza hasta hacerle crujir los huesos y descubrir una mueca de dolor en su rostro. Chico tierno jajajajaa… Hundida en mi pecho besé a Juli. Y también lo hice con José. Creo que brotaron sonrisas y nuevamente esa carcajada que tanto amo. Miré hacia el kiosco donde estaba mi hermano y le hice señas de que invitaba con dos cafés a los tortolitos. Bamboleando el bolso sobre la espalda, levanté la mano y dije adiós casi llorando, y despacito trepé las escalinatas de la General Motors. Se escucharon las campanas de despachado, un pitazo largo y finito del jefe de tren y todo listo para partir. El viejo maestro maquinista, Don Alfredo Torresi, aflojó el freno y puso punto uno mientras su ayudante preparaba el mate amargo que pronto compartiríamos hasta Lincoln, donde me haría cargo de la situación. Suavemente, la formación se pone en movimiento, y como una última vista me asomo para verlos de espaldas caminando entre la gente, café en manos, los dos enamorados. Tan solo 5 minutos bastaron para cambiar parte de mi vida. No gires tan rápido aguja del reloj… mirá lo que sucedió en 5 minutos…
Autor: Gustavo Rojo
He laborado durante varios años como Conductor de Locomotoras en el Ex FFCCRR Domingo F. Sarmiento, radicándome durante periodos en Gral. Pico, Realico (La Pampa) Roberts y Mechita (Buenos
Aires) lugares que realice servicios en Pasajeros, Haciendas y Cargas.. Cinco Minutos es una descripción real ocurrida en la Estación Vaccarezza, lugar de residencia de mi familia. Actualmente, he editado un pequeño compendio de relatos en un Libro denominado Sapitos en la Vía, afrontando los gastos de 100 ejemplares repartidos entre amigos, compañeros laborales y familiares.
El libro Sapitos en la vía puede descargarse de forma gratuita en nuestra Biblioteca
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