top of page

Calor Humano Psicosis, dentro de la cabina



Machine


Documento en papel recuperado de la cabina.


De mi mayor consideración:

Soy el ingeniero Juan Carlos Diamanti, titular de Hardsoft S.R.L. Los presentes documentos son a título testamentario. Te ruego prudencia. Haz buen uso de lo que te revelo a continuación.


Desde hace dos décadas que estudio la fuerza sin maza. Una teoría patentada de mi autoría, que pone de manifiesto la simultaneidad del tiempo. En concreto, lo que he creado es un módulo atemporal de transporte.


No es mi intención hacer hincapié en los detalles. Ya he dicho que en este momento no estoy en mi sano juicio. Pero lo estaré.


Paso a comentar mi intención primaria. La cabina donde me encuentro es vidriada, tipo telefónica. En el futuro habrá millones de ellas. Pueden ser ubicadas en cualquier parte del mundo. La distancia, justamente, es lo que no interesa.


Imagina a todas las calles y avenidas del mundo, como inmensas peatonales llenas de flores y verde, donde la contaminación haya desaparecido al no circular motores a combustión. Hasta aquí, ya es un sueño, ¿verdad? Los aviones serán reemplazados por este nuevo tipo de transporte. Personas que vivan en países del hemisferio norte, trabajarán en el sur y viceversa.


Este es mi legado. Construí en esta época, dos cabinas. Una de ellas la he ubicado en España, la otra, en mi residencia actual, cerca de la selva brasileña. Logré adaptar a las mismas, un software prototipo de inteligencia, llamado Trax, que si bien fue un fiasco público años atrás, se integró perfectamente al sistema de coordenadas, por lo que después de 30 años de trabajo, además de los módulos de transporte, también he creado a un Ser consciente.


Los ejercicios de un cubículo a otro fueron exitosos desde el principio, con cosas tangibles y animales, una mesa, una silla, un perro, un gato y un pájaro, concretamente, falta la experiencia humana. Hasta mi última revisión técnica, no detecté falla alguna posible, solo Trax, acusa una variable de integración orgánica en potencia, siempre lo hace con seres vivos, no es motivo de alarma.


Hago dos copias de todos mis escritos. Dios me ayude. Hora 14:06, meridiano de Greenwich. Llevo un birome, un cuaderno extra de anotaciones y mi moneda de la suerte de 0,50 centavos.


Estoy dentro de la cabina. Luces encendidas. Conteo regresivo. Machine.


Un año después…

Fui capturado, ya sabes por quién. Me arrojaron en algún lugar del infinito, en un mundo habitable y cálido.


Carta a un amigo en prisión


Querido ruso, estoy confundido. Tu maldita cucaracha me ha hecho sentir indigno. Estoy escondido por vergüenza, para no ser visto tal cual soy.


Cuando era niño pensaba como niño. Yo quería ser mayor, ser hombre, para actuar como tal. Jamás creí que ser adulto fuera una experiencia tan infantil. Me desilusioné mucho, te tenía en alta estima. ¿Cómo fuiste capaz de pedirme que quemara tus escritos porque no servían para nada? Por suerte no lo hice. Tengo mucho tiempo para pensar.


Tenías razón, cuando exponemos lo peor de nosotros a la familia humana, somos todos sucios, feos y olorosos, hombres cucarachas.


Gracias por las enseñanzas, me hicieron enojar mucho, sé que son verdades dolorosas y que todo ser humano algún día tendrá que encontrarlas en su camino.


¿Quién será el ruso? Sé que lo conozco, pero no lo recuerdo. Es como si lo tuviera en la punta de la lengua de mi mente, pero no logro ver su imagen. Ya me aclararé. No sé qué es lo que digo. Según mis anotaciones, hace 5 años que estoy aquí.

Travesía

Dormí unas 15 veces desde que salí de caminata y me alejé por primera vez de la Machine. El lugar es hermoso. Tiene la contra que siempre es de día. El sol no sube ni baja, está en el mismo lugar, siempre arriba y al centro. Temperatura, unos 20 grados. No hay vientos, nubes, lluvias, ni cambios.


El agua es buena, por kilómetros a lo largo, corre un canal natural de caudal calmo y constante. Es un río, va hacia algún lugar, espero llegar hasta donde termine. Quinientos metros enfrente de él, cruza otro río en la dirección opuesta. Como una autopista, río va, río viene. Para ubicarme en el espacio, ya que el río que va, sube por una pequeña cuesta, un poco extraña es la gravedad aquí, les llamo río arriba y río abajo. Ambos son de agua salada, más que de costumbre, parece suero, pero no me quejo. La comida, en cambio, no tiene gusto a nada. Frutas extrañas, amarillas, verdes, rojas y unas pocas transparentes, que se ven cuando uno se acerca lo suficiente al árbol, hay también plantas de hoja que podrían considerarse verduras. Nada tiene gusto a nada aquí. Ni las frutas, ni las hojas.


El cielo se ve como en casa, mismo color, más limpio. No hay animales, ni siquiera insectos, tampoco sonidos. Mis pensamientos se oyen más alto de lo normal, como si alguien me hablara, así es que trato de no pensar tanto, más silencio todavía. La conciencia de mi cuerpo es absoluta. Siento la respiración, cuando trago saliva, el latir de mi corazón, hasta el proceso del sistema digestivo. No me ha crecido el cabello ni las uñas.


Cuando comencé la travesía, seguí río abajo hace varios días y todavía no veo el final. Encontré una Tablet bastante antigua, al parecer en buen estado y cargada su batería, la veré en la cabina. Todavía no regreso, andaré un poco más por aquí. Al no tener otra ocupación, en mis descansos, escribo cualquier cosa que la mente diga. Me he percatado que no soy yo quien genera los pensamientos que tengo. Son como burbujas, vienen, hablan como si fuera yo y desaparecen. Tienen que ver con el contexto y mis intenciones, sobre todo con mis intenciones. Algunos son útiles, miden, calculan, juzgan, trazan acciones posibles. Otros, en cambio, son fantasías, muy ligados a la imaginación, las suposiciones y los recuerdos.


Ayer tuve un ataque de miedo. Todo estaba completamente en silencio. Observé el entorno, era el paraíso, luego, el infierno.


Con este mes, creo que acaban de pasar otros 5 años. Buenos pensamientos, buenos pensamientos o jamás saldré de aquí.


Memorias

Estoy despierto. No sé cuánto durará.


Nací en una ciudad rodeada de selva, en Brasil. Madre, tres hermanas mujeres y yo, el único varón, João Carlos.


Me dieron en adopción a otra familia, no recuerdo nada de eso, tenía dos meses de edad. Eran argentinos y no tenían hijos. Fui bautizado como buen católico y me llamaron Juan Carlos, aunque siempre fui JC, para todo el mundo.


Tuve una infancia feliz. En el lugar donde vivíamos, teníamos de vecinos a muy buena gente. Madre, padre, que con el tiempo fueron como los míos propios, y sus hijos, el pequeño Lucas y Daniela, mi amiga de toda la vida.


Fui bien educado, pude ir a la universidad y recibirme de periodista, siempre con Daniela a mi lado.

De adolescente, en algunos momentos tuve nostalgia por mi madre biológica y hermanas, igual que por mi país de origen. Pero nunca me atreví a viajar y conocer Manaos, la gran ciudad.


Mi familia siempre fue de buenas costumbres, muy tranquila, jamás un problema con nadie. Íbamos a misa todos los domingos, también con los vecinos. Mi padre era docente, mi madre enfermera en el hospital público; no tuve parientes cercanos, solo vecinos, con los que cenábamos casi todos los fines de semana. Así es que tuve dos madres, dos padres, y al pequeño Lucas y a Daniela como hermanos.


Ahora mismo extraño a mi amiga. No sé dónde estará. Tengo recuerdos hermosos con ella.


Cuando teníamos 13 años, nuestros padres alquilaron una casa de vacaciones de verano, al pie de unas montañas.


Cierta noche, a las tres de la mañana, sin coordinarlo previamente, nos levantamos descalzos con Daniela, y salimos por la ventana rumbo a la pileta del complejo. Nos reímos todo el tiempo en silencio. Picardía de adolescentes, nos desvestimos y bañamos desnudos largo rato bajo una hermosa luna. Fue mágico. No hablamos ni una palabra. Casi nos besamos, estuvimos a punto. Iba a ser el primer beso de cada uno. Pero sentimos algo adentro nuestro, difícil de explicar. Una conexión más significativa, como de alma a alma que trasciende fronteras. No nos dio vergüenza, al contrario, ella se giró, la abracé desde atrás y quedamos contemplativos mirando las estrellas. Desde ese día supimos que íbamos a ser amigos para siempre, hermanos. No amantes, ni pareja, ni novios.


Siempre andábamos juntos para todos lados. Solo nos necesitábamos nosotros. Creo que nuestros padres lo sabían. A veces ella dormía en casa, en una cama al lado de la mía, y otras veces yo dormía en su habitación, en un colchón en el suelo, junto al pequeño Lucas. Cuando comenzamos a ir a la universidad, a veces nos quedábamos estudiando toda la noche, y más de una vez los padres de uno u otro, nos encontraban abrazados, dormidos en un sillón y nos tapaban con alguna manta si hacía frío, no se atrevían a despertarnos. Nuestro amor, siempre fue inocente y público.


Unos meses antes de recibirnos, Daniela fue a buscar libros a la biblioteca, yo quedé conversando con alguien más. Un idiota la atropelló en su bicicleta porque estaba llegando tarde a clases. Corrimos a auxiliarla, le dolía mucho un brazo. La llevamos a enfermería de la universidad, luego al hospital para sacarle una placa y luego de detectada la fisura ponerle un yeso. Allí conocí a Mari, la radióloga del hospital, mi futura esposa. Y Daniela conoció al idiota que la atropelló. Esteban, se llamaba. Le gustaban las pesas y los deportes, a mí él nunca me gustó.


Comenzamos a salir los cuatro. Nos pusimos de novios. Todo iba bien al principio. Unos meses más adelante, el fortachón comenzó a contestarle mal a mi amiga, le decía —¡sos tonta o qué!; ¡vení acá, andá para allá, no me rompas los huevos! ¡Dejame en paz!


En cuanto vi que la tironeó fuerte de un brazo, me le fui encima y le di tantos golpes como pude. Él pudo más, me internaron cuatro días, nuevamente todos en el hospital. Mi novia Mari, se enojó con Daniela, por no decirnos que su novio era un maltratador, si así era desde el principio, que se podía esperar para más adelante. Y luego se enojó conmigo, gritó a los cuatro vientos por hacerme el valiente y enfrentar a alguien que hace deportes de toda clase. Yo sabía que en unas semanas iba a estar completamente curado, pero el ex de Daniela, iba a seguir siendo un idiota. Nos miramos con ella, le causó gracia escuchar los gritos de mi novia y la paliza que recibí por defenderla. Nos sonreímos. Me dolió la mandíbula.


Amo a Mari, también a Daniela. Son dos amores distintos. Una es mi esposa, la otra mi amiga, hermana, mi corazón. Haría cualquier cosa por ellas.


Alcancé a ver una sombra frente a mí…

¿Quién es us-ted? —dije apenas audible, con mucha pesadez y casi sin poder abrir los ojos.

Tranquilo muchacho —contestó—. Volvé a dormir.

Caí en ensueño, pero me tardé unos segundos, lo seguí escuchando…

El sujeto despertó en pleno estado. Incremento dosis de heroína, un tercio.


Coma

Creo que estoy muerto, o parcialmente vivo, no lo sé. En una especie de limbo, purgatorio, un poco de cada uno.


Toda esta documentación que realizo es para sobrevivir. Una parte de mí llama a despertar, la otra, al sueño profundo. Estoy despierto en el sueño y en lo real, y no siempre puedo darme cuenta cuál es cuál. Las imágenes corren, las conversaciones se realizan, sin nadie quién las haga. Solo vienen y van. Yo siempre quedo al final presenciándolo todo.


No tengo ninguna duda que estoy en la Machine. Río arriba o abajo en estos momentos no existen. Aunque siempre el sol está en el mismo lugar y sin moverse, todavía no lo descifro. No me alimento, ni bebo agua, aunque a veces lo hago, pero no sé si es verdad. Tampoco sé si duermo, a veces voy de un sueño a otro sin parar.


Hace unos días, recordé a mi amigo el pájaro. Su nombre es Gerard, es francés. También recordé a Daniela, mi amiga de toda la vida. Crecimos juntos, estudiamos, nos recibimos, trabajamos y estamos en esto juntos también. Sin embargo, no recuerdo a mi esposa, sé que la amo, es extraño. Ahora mismo me viene a la mente la imagen de Liang, del ruso, y otros más que sé que los conozco de cerca, el alemán, que no recuerdo su cara, y Gino, el tano. Pero no logro ajustar mi memoria y los olvido a todos hasta la próxima vez.


Dicen que la pérdida de memoria es el primer síntoma de la enfermedad de Alzheimer, una forma progresiva e incurable de demencia, quizás algún tipo de trastorno del cerebro o desbalance de su química hormonal. Puede que sea un delirante y mis amigos me hayan internado en alguna clínica, o tal vez, divagando un poco, fui secuestrado por alguna Organización con algún motivo oscuro y me están sometiendo. De lo contrario, estoy muerto o tal vez en un oasis, dimensión, quantum mental o campo unificado, no sé cómo llamarle.


Mi profesión de periodista ayuda en estos casos. Indaga profundo. La verdad se reconoce, eso dicen. Me gustaría saber qué es lo que me pasa. No sé por qué a veces soy ingeniero. Es como un personaje que se pone delante de mí y lo sigo desde atrás, avalando lo que dice y hace, pero no soy yo, es una tremenda locura.


Veo ahora una sombra frente a mí, es un recuerdo, voy aprendiendo. Sé que era de un médico. En aquel momento me fue imposible abrir los ojos, solo pude verlo por debajo de mis pestañeas y apenas. Me dijo que volviera a dormir, sin embargo, unos segundos más lo seguí escuchando, hablaba con otro, y me llamó sujeto. Estoy seguro de que me drogó.


Estimo que las primeras horas o días desde que me ponen esas porquerías, quedo totalmente en Psicosis. Varias horas o días después, al irse yendo el efecto de las mismas, estoy más lúcido, como ahora. Creo que nunca antes lo estuve tanto. Tal vez mi cuerpo ya se adaptó o está en proceso. Lo que sí es seguro, es que tolero más los ensueños sin quedarme apegado a ellos.


Estoy en la Machine. No sé dónde está la Machine. Por lo tanto, no sé dónde estoy. Muy similar con mi cuerpo. Ahora mismo me siento fuerte, de pie, sin embargo, estoy sentado aquí en la cabina escribiendo en mi cuaderno estos documentos.


¡Huelo a humo, gases en el habitáculo! ¡Toca el turno de lo que sea que me hagan! ¡Dios mío, otra vez!

¡Buenos pensamientos, tengo que concentrarme, llamarlos!… ¡Vengan… buenos pensamientos!… buenos…


Siempre estoy despierto

No sé qué año es, dejé de contar.


Los poemas producen sinapsis en el cerebro, una mayor comprensión, y Dios siempre te salva la vida. Eso me reveló una vez mi amigo Gerard, apodado por su corte de cabello ridículo, el pájaro. Me lo dijo en una prisión, que no lo era exactamente. No puedo recordar el contexto, solo tengo fragmentos de memoria. Sin embargo, sí sé otras cosas que no debería saber.


Cuando la nada explotó, fue con un sonido, lo oí claramente, como si fueran todas las notas musicales combinadas en todas sus formas posibles y en una sola ráfaga. Era más bien una frecuencia de sonidos y luces, nada de hermosa melodía; sí estruendoso, tampoco heavy metal, sin comparación.


Quedamos flotando chispas alrededor de un yo brillante. No era un sol, pero se le parecía. Llamarle saber, espíritu, ni se le acerca. Eso, habló intenciones para cada uno, no eran palabras. Los presentes comprendimos y estuvimos de acuerdo, como no estarlo, no era nuestro nacimiento ni creación, éramos todos aquello.


Ser es ver, misma palabra, también estar, constatar, presencia. Y vi a la distancia como se creó todo. Ya estaba allí, solo se hizo visible. Y volé o nadé velozmente como por dentro de un canal, por cada rincón del vasto yo en un instante. Mis partes hicimos lo mismo, luego algunos lo olvidamos. Cada uno teníamos nuestro trabajo específico.


Las formas ya eran. No en el tiempo, sí en el espacio y en su orden dispuesto. La tierra, una más entre gran cantidad, se hizo habitable por mi voz. Y tomé cuerpo, nací, nacimos; muchos, los primeros. Perdí de vista a los demás, los olvidé. Sentí frío por primera vez. Hambre, sed, aliento. Y morí y nací, y otra vez, siempre estuve despierto. El cuerpo es más que un traje que uno se pone y quita. Soy el mismo Mí, como con cada estrella del firmamento.


Pasaron muchos soles y ya no era yo un gigante, esta vez más pequeño, con calor, robusto, piel roja, con capas resistentes. Enfurecí, me alegré, tuve miedo, valor, sentí los colores. Y morí y nací, y otra vez, siempre estuve despierto. Luego lo olvidé.


Amigos de visita, todos de lugares diferentes, comenzamos a unirnos, compartir, mezclarnos. ¡Odio esta parte! El poder de decidir, estaba mejor cuando yo era. Pero decidí. Y el resto hizo lo mismo, al revés. Apareció el nosotros y el ellos. Peleamos, nos matamos, nacimos de nuevo, seguimos peleando, nuestros mestizos sobrevivieron, nacimos en otro lugar para repetir la historia y hasta ahora seguimos igual.


La esfera se hizo más cálida, ésta y muchas otras. Nosotros y aquellos, ya no recordábamos nada. La individualidad se hizo a sí misma. ¿Quiénes somos?, ¿de dónde venimos? Nadie lo sabía ya.


El espacio siguió y siguió hacia adelante, se descubrió; siempre Es. Y aquí estoy, en mi cabina, comprendo lo incomprensible, sé lo que siempre supe. Torturado por seres durmientes, intentando mezclar especies, razas, genes, yoes, con drogas corporales y despertando la locura que no es nuestra, sino de las culturas de antaño, para crear una nueva forma de vida, la mía, que ya es, siempre es, desde el principio, desde los sonidos iniciales. Todo es verdadero, todo es falso, todo es ahora.


La humanidad del gran espacio está enferma. Los perdidos sueñan. Buscan poder para una guerra entre nosotros. Y la habrá, esta vez será la última; estoy despierto, soy el destructor de los mortales. Nada volverá a comenzar jamás. La eternidad de este sin sentido acabará.


¡Altos, bajos, rojos, grises, qué más da! Al sueño le encanta diferenciar. Somos todos el Sí Mismo, Aquello, Ser, Consciencia, Autoevidente.


Así como creo ser el ingeniero a veces, luego el periodista, después JC…


¡Gases… gases en la cabina!… ¡tengo que salir de aquí! Buenos pensamientos… bue… los poemas y Dios, siempre te salvan la…


Perdidos uno en el otro


La conocí en el hospital. Me sonrojé la primera vez que estuvimos a solas observando una placa radiográfica de mi amiga Daniela, que tenía una fisura en el brazo izquierdo y había que colocarle un yeso. Estuvimos silenciosos, pensativos unos momentos, mirándonos de reojo y sonriéndonos, mientras esperamos que el viejo ascensor con aquella vetusta puerta de hierro entrecruzado y corredizo, se detenga en nuestro piso. Intercambiamos luego algunas palabras sobre lo sucedido.


—¿Es tu amiga? —quiso saber.


Hermosa voz. Ojos sugestivos, cabello largo negro, con algunas ondas, con el que jugaba delicadamente. Me contó que era de Madrid, que estaba haciendo intercambio por unos meses y que pronto volvería a casa. Se cortó la luz. Quedamos varados dentro del ascensor.


—Uno, dos, tres, cuatro, cinco… —comenzó a contar en voz alta. ¡Dios, su voz era tan sexi!

—¿Por qué estás contando?


Una grata sonrisa obtuve por respuesta. Continuó...


—Once, doce, trece, catorce…


La acompañé. Estaba dispuesto a ir a cualquier parte con ella.


—Dieciocho, diecinueve, veinte, veintiuno, veintidós, veintitrés…


La luz volvió. Echamos a reír. Nos miramos perdidos uno en el otro.


Un recuerdo hermoso… Éramos jóvenes. Se me viene a la memoria la imagen de la facultad, todavía no me había recibido de periodista. Mi consciencia se expande. ¡No, soy yo quien se expande! Percibo muchas cosas al mismo tiempo. A Daniela, la siento en mi corazón, está enojada, no tiene miedo, está rabiosa. ¿Por qué será?


¡Mari, se llama Mari! ¡La radióloga del hospital es mi esposa!... pero ahora mismo no la siento. Es como si no existiera… su imagen se pone borrosa.


¡Dios mío, una película en cámara lenta! Disturbios en una prisión. Mi amigo Liang, defiende a unas mujeres. El maldito doctor quiere llevarse a mi esposa arrastrándola por el suelo. Ella se resiste, toma un arma del propio cinturón del Cara de rata y quiere picanearlo para zafarse. Él se da vuelta y la patea fuertemente en la cara. ¡Mari, mi amor! ¡Nooo! Daniela llora desconsolada en el suelo.


¡Voy a matarte doctor! ¡Sé que todavía te necesito, pero no por mucho! ¡Apenas salga de este puto infierno, juro que voy a matarte!


¿Visma? ¿Quién es Visma? Es como yo. Un modificado. Ríen con el doctor. ¿De qué ríen! ¡Malditos dementes, maldita CMD! ¡Acabaré con todos!


Calor humano


Llaman a la puerta de la cabina.


—¿Quién podrá ser? —me dije.

—¡JC!, ¡JC!, ¡abrí los ojos! ¡Despertá! —insistían varias voces.

—¿Qué pasa? —murmuré.

—¡Abrí los ojos! ¡Vamos! —me insistían.


Me di cuenta. Creí que estaba mirando, pero no, tenía los ojos cerrados. Una pesadez colosal en la mente. Casi no reaccionaba. Hice el esfuerzo.


—¡JC!, ¡JC!... —continuaron.


Logré pestañear un poco, como si estuviera volviendo de un coma profundo. Vi borrosamente a algunas personas tras un cristal. Mucha luz, demasiada. Me obligaba a bajar la cabeza.


—¡JC!, ¡soy Daniela! ¡Me oís?


Daniela, mi amiga de toda la vida, la recordé.


—¡Abrí los ojos! ¡Vamos! ¡Despertá! —me animó el resto.


Lo hice con mucho esfuerzo. De a poco resistí la fuerte luz que estaba sobre mí, justo arriba y al centro. Pude ver a los que me gritaban con desespero, como una cámara que pasa rápidamente sobre los objetos. Luego focalicé sobre mí mismo. Me observé un momento, me encontraba de pie, amurado con fuertes mallas de metal a una estructura detrás de mí. Con la cabeza bamboleante, miré mejor, solo tenía puesto un pantalón blanco de internación. Inspiré profundo.


—¡JC!, ¡soy Daniela! ¡Tenés que salir de ahí! ¡No podemos sacarte, se nos acaba el tiempo!

—¡Tenés que salir! —gritó otro.

—¡Me oís? ¡Me oís? —insistió mi amiga.


La vi claramente. También a otras cuatro o cinco personas detrás, todos gritándome, al tiempo que intentaban sin éxito romper la cabina de cristal con objetos distintos y haciendo gestos de que saliera inmediatamente. Los reconocí a todos, eran mis amigos. Daniela, Liang, el pájaro, Gino, y unos guardias de seguridad acercándose armados detrás de ellos.


—¡Cuidado! ¡Atrás de ustedes! —les grité.


Los malditos comenzaron a disparar. Dos de mis amigos recibieron heridas, pero lograron escabullirse, otros más atrás, cayeron. Los guardias me fusilaron de frente. La cabina era a prueba de balas y a prueba de todo. Unos segundos malgastados que aprovecharon mis colegas para intentar ponerse a cubierto.


—¡Grrr! ¡Grrr! —comencé a gruñirles como un animal.


Continuaron disparando hacia todos lados. Recordé dónde estaba y cómo había llegado. Experimentaron con nosotros. Torturas día y noche. Operaciones experimentales. Alteración de ADN, todo el sufrimiento se me hizo presente en un segundo.


—¡Arghhh! ¡Malditos! —comencé a gritarles.


Seguí recordando…


—¡Estamos al borde de un gran descubrimiento! —se decían entre sí los carniceros, muy satisfechos, mientras yo colgaba de una máquina cabeza abajo como una res.


¡Los odié! Más y más imágenes golpearon mi mente con escenas de todo lo sucedido. Sentí los disparos de los guardias, ruidos desde el más fuerte hasta el más insignificante. Escuché los clamores de mis amigos tratando de perdurar y oí el reclamo de los muertos, pidiendo justicia a cualquier precio.

Mis fuerzas crecieron exponencialmente.


—Estoy en una base militar submarina —me señalé.


Creo que me desmayé un momento. Volví en sí, con mis sentidos agudizados al máximo. Mis amigos estaban acorralados. Hirieron en una pierna a Daniela. Sentí la fuerza que mueve montañas.


—¡Mejores soldados! —comencé a perder el control—. ¿Quieren mejores soldados! ¡Arghhh!, ¡malditos dementes!


Arranqué las mallas que aprisionaban mis brazos, torso y piernas con poco esfuerzo. Comencé a golpear brutalmente la puerta de la Machine, hasta que la expulsé a varios metros. Los comandos cambiaron su posición nuevamente y me dispararon con todo lo que tenían. Di vuelta la cabina como si de una caja de cartón se tratara y la puse delante de mí. Avancé hacia ellos llevándola como escudo.


—¡Salgan, salgan! —les grité a mis amigos, al tiempo que les indiqué hacia dónde.


Corrieron ayudándose entre sí, cubriéndose con todos los objetos que encontraron a su paso. Se movían en armonía, como uno. Qué belleza.


Tiraron gases. Inspiré y contuve la respiración mientras seguí avanzando para que se fijaran solo en mí y el resto pudiera escapar. Lograron llegar a una sala dónde se haría efectivo en cualquier momento su rescate. Gino, me hizo gestos de que estuviera preparado, oí sus pensamientos.


—¡Acabaré con todos! ¡Maldita CMD!


Mi memoria era completa. La Organización que trasciende naciones ya no será secreta nunca más.


—Fuego —dijo mi mente.


Había fuego en mi interior. Fuerza y odio acumulados por todo lo que nos hicieron y por los años que estuve en aquel infierno. Comencé a expulsar fuerza. La destrucción salió de mí como quiso. Tembló desde el suelo hasta el cielo de aquella maldita cosa.


Vi la luz de extracción donde estaban mis amigos. Qué más podía querer. Los idiotas disparan y disparan porque otra cosa no sabían hacer. Me tildé. No por ausente, sino por estar presente.

Gritaba, me dolía, estaba con alguna especie de convulsión. La energía fluía de mí como un sismo. Algunos de los que disparaban corrieron para esconderse, otros bajaron sus armas y alzaron sus manos en muestra de rendición.


—¡Calmate! —me rogaban—. ¡Calmate un momento!


Imploraban por su vida. Ya era tarde. El perdón siempre fue para los pecadores.


Y seguí, imparable, con más fuerza, todo se resquebrajaba. Yo vibraba, no sabía cómo, una intención fija en mí, destruir... ¡destruirlo todo!


Se abrieron grietas bajo mis pies. El agua comenzó a entrar a raudales. El lugar completo se retorció. La burbuja azul era tan frágil como cualquier otra cosa.


Lo escuché claramente, su núcleo, varios pisos más abajo, estaba en fragmentación. Los siniestros carceleros fueron tragados por los suelos.


Paré. Dejé de vibrar. Mis energías volvieron al abismo. Todo quedó a oscuras. Sonreí, me relajé. Tomé una última bocanada de aire. Ya no tenía nada que hacer. Todo se comprimió de repente para luego expandirse y estallar en mil pedazos.


La cabina me cubrió de muchos objetos, igual sentí golpes constantes. Quedé herido y sin fuerzas. La Machine se alejó de mí, hundiéndose lentamente, abandonándome para siempre bajo el océano.

Quedé varado a no sé qué profundidad, había un poco de luz. Mi nueva genética resistía. No escuchaba nada, excepto mi corazón que latía cada vez más lento. El cuerpo comenzó a hincharse. Dejé libre el resto de aire que había en mí. Pequeñas burbujas subieron juntas como tomadas de la mano.


Luces brillantes se me acercaron, eran mis ángeles entonando una hermosa melodía. Me sentí en paz. La Psicosis había terminado.


FIN

 

Autor: Daniel Carballo


Es escritor, guionista, editor de obras introspectivas. Actualmente desarrolla y publica nuevas técnicas y temáticas de Ficción en su serie de libros para películas: «Calor Humano».


Serie completa






bottom of page