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Wapi minu tayül (el canto de la isla adentro)

La calurosa tarde caía cuando la batalla contra los bravos ranqueles dejaba sobre el salitre los restos de aquella resistencia: los cadáveres se confundían con el abandono y el desparramo de todo ese mundo nativo en una vasta franja de lagunas encadenadas, que casi sin agua, yacían sobre un agreste relieve pampeano. Desde lo alto del robusto fortín ya no se divisaban malones, en tanto, los disparos que se oían deleitaban el triunfo winca mediante una orden dada por el Teniente Coronel Marcelino Freyre: fusilar a quienes fueron apresados durante el enfrentamiento. Sólo al interior de una isla permanecía refugiada una toldería ocupada por un abatido gentío femenino junto a un chiquillerío sin pleno sentido de la desgracia que la voracidad de la civilización les hacía caer encima. Los ruidos de los fusiles asustaban a la niñada, de ahí que la mujer más anciana de la toldería intentó desviar la atención de estos hacia otros ecos: “¿oyeron el wapi minu tayül? ancestral canto en donde el kürüf sopla reverberando antiguas frecuencias, ¿lo oyen?, más enérgico que el trote del choike se anima a chapotear la lagunera pampa de mareas”. “¿Cómo suena ese tayül?”, preguntó con curiosidad el aterrado grupito de niñas y niños. “¡Óiganlo!, azuladiosas olas que miman arenas, bufidos chúcaros del sur que aletean ritmos sobre las piedras, con el olor a lluvia se acerca”, relató la anciana aliviando los tiernos oídos de los críos lastimados por los estruendos de las sádicas Remington. Luego de efectuarse los fusilamientos, Freyre tomó dos medidas, por un lado, envió una tropa a Buenos Aires para que de aviso que una nueva línea de frontera había sido abierta, por otro lado, ordenó que el resto de sus hombres construyeran un terraplén con ramas y toscas para lograr pasar a la isla. Esta última tarea no fue complicada puesto que la laguna estaba casi sin caudal. Resultaba llamativo que aunque en varias leguas a la redonda el paisaje estuviera reseco la isla fuera un Caruwe morado por caldenes, chañares, biguases, perdices, maras y mulitas. Al arribar a ella, los soldados se acercaron a la toldería. La orden de Freyre era clara, el chiquillerío significaba un trofeo vivo que sería entregado como mano de obra a los estancieros, en tanto, quienes se resistieran debían ser ultimados. Mientras el griterío y el olor a pólvora irrumpía la toldería, la anciana que había estado tratando de atenuar los perturbados oídos infantiles apresuró su relato mientras abrazaba a unos pequeños: “¿Lo oyen? ¡Acá viene bajando el wapi minu tayül por el kemkem!, parece un challwa aleteando una lenta pero insistente cadencia, su memoria sonora canturrea con la lluvia orquestando los médanos”. Pronto los hombres de Freyre llegaron a ella tratando de apartarla del niñerío. El forcejeo fue fatal. La anciana cayó al suelo derrumbada por el letal culatazo de una Remington sobre su cabeza. Sus ojos miraron por última vez sus recuerdos más placenteros, inmediatamente, mientras advertía cómo la carita de una pequeñita se cubría de mocosos lloriqueos, dio las gracias porque sus oídos no acallaban aquel wapi minu tayül que perseverantemente se hacía oír en un vaivén de regresos. Tras dejarse aquel terruño sin indígenas, como era de esperarse, la llegada de algunos colonos blancos fundó una población agrícola-ganadera. Todo parecía salir tal cual el proyecto civilizatorio pretendía, levantándose inclusive un humilde mercado de ramos generales que ampliaba el comercio. Empero, el año 1915 trajo consigo muchas lluvias que agrandaron el caudal de la laguna, haciendo que las aguas ingresaran al pueblo. Los apocalípticos truenos mantenían preocupados a los colonos que ya no solo no lograban llegar fácilmente a la isla, sino que a sus viviendas. Así, bajo un manto de miedo decidieron construir un canal de desagote que les reveló algo que desconocían, pues mientras trabajaban en él oyeron unos curiosos chapoteos que componían una acuática cadencia. Eran pejerreyes. Algunos aparecían ciegos y con las aletas quemadas por la sal lagunera, pero otros emergían curados por la creciente. A pesar de la inminente inundación los colonos sintieron un enorme consuelo, pues eran italianos y españoles habituados a comer pescado en sus países de nacimiento. Es así que de nuevo la cíclica rueda de la historia parecía hacer oír algo que calmaba el sufrimiento. Quizás el wapi mini tayül había hecho vibrar sus antiguos compases repletos de curativos ecos.

Breve glosario mapuzungun: Caruwe: lugar verde Challwa: pez Choike: ñandú Kemkem: barranca Kürüf: viento Tayül: canto Wapi minu: isla adentro Winca: invasor

 

Autor: Matías Bonavitta

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