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La ceremonia de los espejos


LA SUCURSAL DEL TIEMPO EN IMÁGENES: la tristeza de una mujer que toma un helado sola, la pesadumbre de un hombre apoyado en la barra de un bar, el amparo protector de un niño caminando de la mano con su padre, la mirada de una joven que irradia desfachatez en el atardecer de un otoño cualquiera, el disfraz estéril de una madre orgullosa con sus dos hijas pequeñas, el temperamento vencido de una anciana creyendo educar a su perro, la pose pensante de un fiolo emulando a un filósofo, el cuerpo deteriorado del cartonero que no se resigna, la soga del cadáver que cuelga vacía, el tiempo mezquino que retrocede en el llanto de un bebé para recordarnos que nosotros también estuvimos en ese lugar, la pobreza que devora más de lo que puede llevarse a la boca, el infinito que se contradice con lo efímero, la voluntad poética de aquel ser que espera, la vida envuelta en miseria y belleza diciendo que somos el ejemplo incorrecto, la seducción artificial que pide sexo y huida, las juveniles conversaciones que pueblan las esquinas con cervezas, porros y risas, el miedo caníbal que enreja la confianza de toda persona hecha para la paz, los locos predicando sus manicomios de verdades, el cielo, la lluvia y el barro pintando las salvedades de esta jungla humana, el deterioro de una pareja suplicándose silencio, los borrachos de las tres de la tarde buscando sus propias sombras para esconderse, la densidad de la historia reflejada en un charco de agua, los márgenes invisibles de la felicidad en el desierto, los vagabundos que mastican siglo tras siglo sin quejas ni argumentos, la viscosidad de una realidad catapultada en el rabillo del ojo tuerto, la procesión lenta que acompaña el descenso de la vida en un día gris claro, las lágrimas de una poetisa que sueña con inmortalizar su propia estatua, los fonemas académicos del lunfardo a puteadas, el escritor que se dice a sí mismo Basta, la llanura de un pensamiento conservador y pueblerino que nos marchita las sensaciones de placer y locura, los fumadores que acentúan su técnica de equilibristas con los cigarros colgando de sus labios y dedos, la soberbia avaricia del que tiene y desprecia, la música que palpita desde un suspiro la tranquilidad, los mediocres que adulan para agradar, los siniestros que intentan encajar sin saber cómo, Los Redonditos de Ricota o Charly García perforando la materia encefálica de aquellos que no toleramos los regetones vacíos de criterio y denigrantes, los poetas que vivieron, viven y vivirán en la nostalgia de sus versos, el policía que señala y dice ser la autoridad de su propia ruina, las calles de tierra, de piedra, de pozos, de agua estancada, de asfalto, los pibes y las pibas del barrio compartiendo el amor o el dolor, y que a la larga termina siendo lo mismo: pura ilusión, la oscuridad que suena fuera de toda sombra, el matrimonio que se odia, pero “sigue por los chicos”, las sinceridades que ya nadie se confiesa, las mentiras que casi todos se inventan, el ruido tedioso de las motos, de los autos, de los colectivos, de los celulares y del infortunio, el pan que no alcanza, los vicios que abundan, las drogas fuertes y peligrosas que mandan, los laberintos calmos del infierno dormido, las fotos perdidas de una alegría pasajera, la eterna infancia del ayer, la envidia del diablo por tener las alas quebradas, los hospitales que fertilizan la esperanza, la decrepitud de un libro ilegible, la vejez de un sueño postrado para siempre, los recuerdos de un día tan lejano como hoy, los antónimos de la literatura argentina: Sabato y Borges, los almanaques que se deshojan con el pasar de los años, las pieles que se rozan con otras pieles para prenderse y apagarse, la continuidad de un río que hace muchos ríos de sí mismo, la filosofía del vagabundo y del erudito, la historia de “Narciso y Goldmundo” rajando las grietas del misterio, la decisión de escribir lo que otros renegaron, o moralizaron, la prosa ensimismada en el encierro de la metáfora, el miedo a la lectura, la desconfianza de pensarse, la enajenación de un análisis que pretende profundidad, las milanesas que perfuman la casa con olor a quemado, las personas dignas que comen de la basura, el destino cruel del frío que cubre la ciudad, los zapatos tacos alto que resuenan en el aire, el chasquido de un encendedor quemando rencores, la pornografía invisible de la mente, los secretos de cada hotel transitorio, la víspera de un ataque amoroso a puñaladas, las carcajadas que las hienas contagiaron, la sangre que emana de una traición cicatrizada, las heridas de Dios en sus muñecas por nosotros, las mariposas que escapan del fuego, del infierno, del encierro, los notables arquitectos de la moral, los predicadores de la estupidez contagiosa, la burla disfrazada de seriedad, el sarcasmo que ridiculiza a una pregunta, la demanda de un abrazo tardío, la arena que desolada imita al mar, la sugestiva belleza que tanto atrae y desespera, la helada que teje la piel curtida de aquellos desvalidos por el desamparo, el alcohol que inunda las venas de los desesperados, la moza con la utópica convicción de una credencial en un futuro que la salve, los obreros que matan la mañana, la siesta y la tarde a martillazos, la envidia de un niño por querer ser adulto, y la envidia de un adulto por querer ser niño, el vómito, el orgasmo, los abortos que se repiten entre la clandestinidad de los crepúsculos, la llave de la felicidad que cae a un pozo sin fondo, la ruptura que apareja tristezas y desencantos, la magia, las hadas, los duendes, los príncipes azules, las princesas buscando sus zapatitos de cristal, la lámpara mágica y “Las mil y una noches” reincidiendo en la única posibilidad que nos queda para no olvidarnos de que toda esta maqueta es una farsa: la fantasía, la cruz que cuelga del cuello de un curita pedante, la salvación de dar un paso al costado, el brindis de dos amigos que no tienen con qué brindar, la fiebre de una joven que desea ser un personaje literario, como “La Maga”, o Ana Kanerina, o la que aún no se escribió, la efervescencia de un muchacho que amaría ser las notas que escucha por sus auriculares, la extrañeza que generan los que no se acoplan en este Tetris humano, la virtud de amar o de llorar, porque no se sabe hacer otra cosa, la niña que muere masticada por un cáncer de garganta sin saber lo que es pedir perdón, o decir gracias, la imagen fija de un padre llorando su propia despedida (de cuarenta o cincuenta años atrás), al ver que su hija elige un camino diferente, pero muy en el fondo igual al de él, el olor a pólvora de una balacera que simula el festejo de las navidades, los amigos que soplan el fuego para que “prenda”, la piedad que desespera en manos de dictadores, el humo que entra en los ojos y que parece emocionarnos, las lágrimas que caen como si fuesen cenizas, el perfume arrebatador de la sensualidad que quema el aire, mientras el encanto nos atrae hacia reflexiones animales, el precipicio que dibuja ánimo o suicidio, las marionetas que trazan nuestras costumbres, los andamios que unifican lo imposible, el salvajismo que no se conforma sólo con morder y masticar, el soñador que tiembla al pensar hacia dónde quiere llegar, las listas infinitas de la caridad, los sentimientos de una calle asfaltada por la madrugada, el ladrido de un perro como si fuese la frenada brusca de un auto, la metódica manera de narrar la orilla de un mundo que delata ansiedad, el matecocido con pan cuando carecen los lujos, como el yogurt, la leche o un pedazo de budín, los nombres y las fechas escritas en el suelo, en las paredes, en los cuadernos de los enamorados, las desinteligencias del pasado hoy, la atención que se roban las redes sociales, la superficial manera de seducir, el cuerpo como base de todo mal, el maquillaje, ese borratintas de las “imperfecciones”, el bronceado opaco de la cama solar, los lentes de contacto verdes, azules, celestes que engañan la verdad de una mirada, los piojos en el arenero, las pulgas en los perros, la soledad en el silencio, el grito desgarrador de la sangre goteando de la nariz, la raya de merca invitando a sentirse superpoderoso, la piza fría de un domingo de resaca, la persecutoria culpa de una borrachera amnésica, las promesas incumplidas cuando las palabras salen de la boca, la Literatura como refugio de salud mental y comprensión, la resistencia del tiempo a través de la paciencia, el peso que remite más nostalgia que apoyo, la rutina que apaga todo encanto fuera de ella, la sorpresa de un beso retribuido, las botellas de vino que se acumulan bajo una parrilla, los mosquitos que pican como si controlaran el peaje sanguíneo, el desperdicio del tiempo cuando la gente se desespera, o se impacienta, la mentira que encanta, el sacrificio de levantarse cada día, los vientos que auguran un clima inmejorable de tornados, tsunamis, inundaciones y crisis sociales, las decepciones mentales de la inacción, el surtido carnaval del fraude político, la cárcel que simula ser una simple jaulita de barrotes, los pecados capitales ejercidos por el clero formador, las cataratas buceando en su propia bruma, el óxido de un cuchillo perforando la carne humana, la fuerza que ejerce una reflexión, el llanto o la risa en el hombro de un amigo, el pedófilo pajeándose en una placita de niños, la angustia de una vida rendida ante la soledad, el reloj de la muerte que marca nuestra hora con sal, el vendedor ambulante hostigado por las leyes, los pseudos dioses del mercado capital manejando sus vehículos importados, la ciencia del terror humano: el hambre, los que están estupidizados con el celular y se pierden el tejer de una araña, y se pierden el desfile acrobático de los pájaros al atardecer, y se pierden a ellos mismos por querer ser más que la realidad, pero en otro plano, la llovizna que hechiza las ganas de los amantes enredados en las sábanas, el ácido de la boca que parece saliva, el inodoro que acepta todos los desperdicios sin inmutarse, como si fuese un señorito inglés educado para agradar, el salto de una langosta en medio de un vendaval, la marea humana predicando el apuro, el desinterés y la comodidad, el árbol con sus hojas verdes que grafica la explosión de la bomba de Hiroshima, las nubes que forman un tablero de ajedrez en la parsimonia de una tormenta inesperada, los gritos que zumban desde el interior de una casa, ajena de toda virtud dotada para el diálogo, la trampa que es el queso, pero no la trampera, la inclinación de un suicida por la cobardía de enfrentarse, la poca disposición a perder, el sacrílego menosprecio que nos lleva a hacernos los superhéroes, la mujer gorda que da dos pasos y descansa cinco, el parafraseo de la mierda en las veredas, los paraguas que se dan vuelta con el viento, el permiso de un semáforo para cruzar, los ojos cansados, lastimados, duros, rojos y ardientes de los trabajadores, los silbidos y chistidos rebajantes de los pajeros, la interrupción de un sueño cuando va a develar una verdad oculta en el inconsciente, la escritura en la oscuridad y, sobre todo, la pesadilla de saber que soy Yo quien abandonará el jueguito este de ser mortalmente un recuerdo, como la colilla de un cigarrillo aplastada en un cenicero.

 

Autor: Amir Abdala

Nací en Rojas, provincia de Buenos Aires, en el año 1990. Desde temprana edad me dediqué a la lectura y a la escritura. Hoy, con 29 años, tengo publicados en mi haber tres libros, los cuales dos son de poesía: “Hay un poema dormido, hay un poeta despierto” (Imaginante Editorial) y “Lo único que pasa es lo que no se recupera” (Imaginante Editorial), y una reciente novela titulada “El vértigo de la felicidad” (Nido de Vacas Ediciones). Además, cuento con varios concursos premiados, tanto nacionales como internacionales

Imagen de C. Orozco

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