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Los hacedores de quimeras

Sobre el oeste del Gran Buenos Aires, aquella zona delimitada imaginariamente por la Plaza Miserere a un lado y los confines del conurbano al otro, habitan seres misteriosos que se encargan de velar por las almas solitarias y desprotegidas que florecen al abrigo de la noche en la ciudad.

Desperdigados entre el común de la gente, caminan entre nosotros de manera imperceptible, al amparo de un rasgo peculiar que los distingue de los demás: sólo pueden ser vistos durante la noche.

Diversos testimonios sitúan a esta troupe de modernos samaritanos en las cercanías del gran corredor que regentean esas dos moles de hierro y cemento que son el ferrocarril Sarmiento y la calle Rivadavia.

Las pizzerías de Floresta, el baño de la estación Haedo o los andenes del Once son solo algunos ejemplos de los avistamientos confirmados.

Fue Rosendo López, el payador, uno de los primeros en experimentar su sortilegio cuando, absolutamente bloqueado a mitad de un show, y sin poder articular rima alguna, fue agraciado con unos versos que un par de siluetas enigmáticas le regalaron al pasar. Aunque parezca increíble, a partir de esa noche, Rosendo no solo mejoró las rimas, sino que sus presentaciones en el viejo bodegón de Ramos Mejía se convirtieron en un suceso nunca antes visto por el cantor.

Otras intervenciones, sin embargo, fueron más determinantes.

Tomemos por caso la experiencia del estadista Crisólogo García, quien desencantado con los vaivenes de la vida, decidió refugiarse en el paso a nivel de la calle Barragán, a la espera de que el expreso de las 23:45 lo libere de sus infortunios. Lo extraño sucedió cuando, a punto de arrojarse, sintió la familiar voz de su hijo a sus espaldas, quien caminaba junto a tres figuras extrañas celebrando su próxima —y apenas revelada— paternidad, y que al verlo —mitad borracho, mitad feliz—, lo invito a unírseles en el festejo, salvando casi sin querer, su desdichada existencia.

Algunos informantes, en cambio, afirman haberlos visto escabullirse entre las boleterías de la estación Castro Barros del Subte y levantar los molinetes para los pasajeros que no alcanzaban a cubrir el valor del boleto ante la mirada inaudita de los guardas.

Otros juran haber sido parte en históricos picados de fútbol sobre los terrenos del ferrocarril ciertas tardes en donde humillantes derrotas a manos de los sobradores de siempre, se convirtieron súbitamente en dignísimos empates (e incluso victorias), cuando unos singulares sujetos de negro que se encontraban fortuitamente en el lugar, se incorporaron al juego ante la repentina fatiga de algún otro player.

Se dice que sus intervenciones suceden más en el campo de lo intangible, y que rehúyen de las injerencias materiales, pero nosotros sabemos bien que ellos encuentran una forma de decir presente cuando la necesidad así lo requiere. Recordemos, por ejemplo, el caso de Evaristo Carriego.

El hoy desgarbado y reconocido abogado, fue un día un estudiante algo escaso de fondos. Durante una noche cualquiera, caminando por la calle Yerbal tuvo la suerte de encontrarse un boleto ganador de lotería. Y si bien el premio fue módico —apenas siete mil pesos— le sirvió al joven para gambetear la miseria y avanzar en sus estudios. Vueltas del destino o no, hoy se dedica a representar a los humildes y desposeídos. Quien quiera oír que oiga.

Se desconocen las motivaciones o el origen de estos sujetos misteriosos. Algunos sostienen simplemente que Dios es argentino y, además, tiene domicilio en Floresta. Otros en cambio alegan que son entidades en tránsito entre dos mundos con deudas por saldar antes de obtener su pasaje al más allá. Cualquiera sea el caso, a los vecinos de los barrios involucrados no parece importarles demasiado, y transmiten, de boca en boca, las experiencias vividas.

No todos abrazaron la llegada de estos sujetos, los fundamentalistas fácticos, por ejemplo, rechazaron su existencia. Convocaron a reuniones de urgencia en la sociedad de fomento de Villa Luro para discutir si se trataba de hechos aislados, casualidades o si eran parte de una conspiración de la liga de soñadores y poetas. Nosotros preferimos no detenernos ni en sus debates ni su negación sistemática.

Como el resto de los vecinos elegimos pasar de ellos y su universo axiomático y previsible, donde dos más dos siempre da cuatro y las utopías, apenas un rasgo de debilidad. Preferimos creer en la importancia de fuerzas universales moviéndose en las sombras, buscando empardar los despropósitos del mundo, oponiéndose a los que se creen dueños de la verdad, a los maltratadores, a los ladrones de la esperanza.

A los injustos.

Si algún día por el oeste, te cruzas con ellos, mantente atento a las señales y se diligente con los hacedores, puede que aun sin buscarlo, seas participe de su quimera.

 

Autor: Pablo Velázquez

Mi nombre es Pablo Velázquez, tengo 39 años y soy Contador Público egresado de la UBA. Empecé a escribir hace aproximadamente dos años, tan solo por el placer de hacerlo. Actualmente participo activamente en diversos certámenes y convocatorias literarias y tuve la suerte de que seleccionaran un texto que escribí (Leyenda del tren errante) para ser parte de la compilación "LIRE" de Editorial Dunken, publicada en 2018. Desde el mes de febrero concurro al Taller de Escritura "El Cuaderno Azul", que es dirigido por Juan Sklar.

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