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No mamá, no eran


“El que no tiene dinero, no es señor de nadie”

Archipretste de Hita

Ni siquiera de sí mismo.

Eso lo supo chucho en carne propia, una mañana en que la necesidad lo levantó de su lecho y lo enfrentó a la escasez reinante.

-Chucho, mi chucho, ya llevás seis meses quieto aquí.

-Pero negrita, ¿qué hago? La construcción está paralizada y el contratista nos aseguró que nos llamaría pa´ la siguiente obra.

-¿Sí? ¿Y cómo el compae Tiberio si se arriscó a trabajar en el llano abriendo zanjas pa´ la nueva carretera? ¿Ah?

El café hervía mientras la pareja hablaba.

-Pero eso no es na´; Lucio me dijo que el fulano que convidó a Tiberio le quedó debiendo el último sueldo y cuando quiso reclamarlo se lo negó.

Chucho, sentado en la butaca y acodado en la mesucha de madera que le servía de comedor, miraba al patio en busca de alguna eventualidad.

-Como sea, Chucho; el todo es que ya mi mamá me avisó que si vos no conseguís camello rápido nos echará porque necesita la piecita pa’ arrendarla. ¿Qué hacemos, Chucho?

-Ah, tranquila. La suegrita es incapaz de hacer semejante infamia.

Los niños entraron en la cocina vestidos para ir a estudiar.

-Apá, apá; hoy no nos reciben sin el talonario de pensión.

-Pues llévalo- dijo en son de chanza.

El mayorcito, sin causarle gracia, espetó.

-“El talonario con las correspondientes consignaciones” así dijo el coordinador.

-Ah, pero sí que joden en ese hueco… métanse ahí como puedan, camúflense con sus compañeros, entren a las malas. ¡Hagan algo! Si los cogen, digan que yo llevo el talonario esta semana.

-Así como en las anteriores también lo ibas a llevar ¿No? – dijo el menor con ingenuidad, lo que exasperó al mulato.

-¡Chinos verracos! ¡Harto que me jodí criándolos para que ahora me vengan a esponjar las narices!

Los niños retrocedieron temiendo el fustazo.

-¡Váyanse a ver!

-¿Y pa´ las onces?

Sacó un billete ajado.

-Hágalo rendir pa´ los dos.

Los niños salieron presurosos.

-Negra, traeme el tinto

La mujer, en camisón que le tallaba sus formas femeninas, le servía la bebida caliente y se recostó a la pared mordiéndose las uñas. El mulato corpulento de cabello mustio, moteado por arcilla de las ladrilleras en que trabajó, miró por un momento a su mujer.

-Estoy que me pego un tiro, Chucho.

-¿Cuál es el problema, negra?

-Y si nos echan ¿Pa’onde nos vamos?

-Los niños se van onde tu tía Tulia, que bien los quiere y nosotros… encontramos cambuche en otro lao

-Tan fácil, ya solucionás el problema ¿No? Todos nuestros problemas son de plata, Chucho, de plata.

-La plata, el dinero, el maldito dinero.- decía mientras tomaba café.

Así pasó la mañana, como era común. Chucho se sentaba en la misma butaca y veía desfilar las horas sin musitar palabra acompasando el tedio con tazas de café. La mujer, para congraciarse con su mamá y pagar en algo el favor de tenerlos viviendo en su casa, lavaba la ropa de los inquilinos. Desde la alberca, donde se rompía el espinazo restregando trapos ajenos, la mujer decía.

-Vé, Chucho, comprá lo del almuerzo.

-Es lo último que nos queda.

-Entonces ¿Qué harás? ¿Eh?

El mulato buscó en sus bolsillos y resignado salió.

En su marcha pensaba. “La plata, el dinero. Todos mis problemas son de plata. Si al menos la tuviera… si no fuera escasa.” Un voceador de lotería interrumpió su reflexión.

-La Nacional, La Nacional, juéguela hoy.

El vendedor ofrecía sus billetes a cuanto transeúnte pasara. Chucho se detuvo:

-Y si de pronto…

Su imaginación obrera se elevó a un cielo pecuniario donde se veía con dinero a manos llenas, rodeado de mujeres rubias que lo acariciaban con sus labios de manzana. Anillos, cadenas pesadas de oro fumando un tabaco cubano….el lotero de nuevo lo interrumpió.

-Vecino, vecino. Juegue hoy La Nacional.

-¿De cuánto es el premio?

Lo exorbitante de la cifra le robó el aliento. Pero se lo devolvió el hambre que constreñía sus tripas.

-¡Ah!, Qué bien.

Siguió su camino.

-Con tanto billete yo no estaría en estas…

El voceador seguía en su frenética venta.

Chucho quiso guardar sus oídos pero la ambición por el capital y los años acumulados de trabajo duro lo detuvo de nuevo.

-Y, ¿Si me lo ganara? ¿Si Babalú fuera bueno? No, no, no debo, es lo del almuerzo y la negra me mataría. Pero el que no arriesga el huevo… ¿Qué hago?

Se debatía entre la oportunidad y el renunciamiento.

-¡Ah!, ¡Qué carajos! Al fin y al cabo la plata es mía.

En su regreso a la casa seguía pensando en todo lo que podría hacer con el premio. Se instaló en la sala, prendió el televisor y se decidió a esperar hasta la noche cuando el sorteo fuera transmitido.

-A ver negro ¿Qué trajiste pa’ come’?

-¿Pa’ comé’? ¡Ah negra solo pensás en comé’!

-¿Cómo así, Chucho? ¡¿Qué hiciste con la plata?!

-Na’, na’ negra. Salí de pobres no má. O acaso está contenta con esta puerca vida.

-Chucho, mi Chucho, la plata…. ¿Qué pasó?

Le mostró el billete de lotería y la mujer, indignada, prorrumpió en sollozos rumbo al cuartucho.

-¡Ah! Negra… ya entenderás, ya entenderás.

Pegado a la pantalla el tiempo se pasó. Momentos antes del tan esperado sorteo, Chucho se arrellanó en la poltrona y se hundió en sus almibaradas cavilaciones.

-Si yo fuera rico y Dios fuera negro las cosas serían otras. Sacaría a la negra de esta pocilga y nos iríamos a vivir al norte, contrataría una blanca como sirvienta pa’ que mi mujé no tuviera esfuerzos. Compraría propiedades y las administraría a mi gusto. A mis niños los metería en los colegios de los ricos. Montaría mi propia constructora y daría trabajo a mis compaes, que pa´ todo me tendrían que llamar “señor”.

De nuevo las rubias y el licor se mezclaron en sus visiones.

-Tendría todo eso: a todas ellas….

Las fiestas de muchos días como se las habían contado sus abuelos, las vituallas exquisitas y la música estridente donde danzan sin cesar las parejas salseras.

-Todo lo tendría, con estos cinco números.

Metido en sus bacanales oníricos escuchó los números de su billete, tan recordados y memorizados ese día. Así la celebración estalló y en su imaginario todos sus amigos lo ovacionaban rindiéndole culto como dios proclamado.

– Con billete todo se compra. La felicidad, el amor. El dinero es la felicidad porque no tenerlo es la infelicidad completa. Se compran conciencias y se subastan vírgenes. Yo lo he visto, yo fui testigo.

-Chucho, mi Chucho, ¿Hasta qué horas estarás ahí?

La mulata lo despertó meciéndolo suave. Chucho se levantó con una sonrisa infausta.

-Ya, ya llega. La vida nos cambia, la vida por fin nos cambia.

La mañana siguiente no fue igual. Chucho se levantó perezosamente y se instaló en la butaca refunfuñando.

-Hay que cambiar estas sillas. Hay que comprar otras.

La mujer, sin voltearlo a mirar le dijo.

-¿Sí? Y ¿Con que plata? ¿Con qué flores sin haber jardín?

-¡La plata! Eso ya no es preocupación. Me gané la lotería

-Sí, claro. Y yo soy la Virgen del Carmen.

-Si no me crees, allá tú. Pero ¡Qué cambiar! Hay que comprar nuevos platos, nuevas vajillas, esto no sirve.

Y echó por tierra los trastes y utensilios de cocina.

-¿Qué hacés? Eso no es nuestro, es de mamá.

-A esa vieja gorda ya no le deberemos ná. Antes le haremos un favor comprándole nuevas cosas.

Se dirigió a la sala donde continuó el ciclón.

-Ya no necesitará na’ de esto. Yo, yo le compro, yo.

El televisor, los cuadros, la foto de la familia… todo eso terminó en el suelo. Volcó la mesa rompiendo las sillas, apuñalo la poltrona y los muebles de la sala en su delirio millonario. Ya no quería la pobreza: su actitud destructiva fue el golpe de estado que siendo pequeño anheló acaudillar algún día, que había llegado. La mujer lo asía por los brazos sin lograr detenerlo; con el puñal, la sangre se le subió a la mirada tomando el aspecto de un temerario asesino. La comadrona ballenera bajaba furibunda por las escaleras, pero la imagen del fragoroso libertador la aplacó. Continuó la ola devastadora hasta que los policías, numerosos, lograron reducir al mulato que gritaba:

-Soy rico, soy rico. Ya no necesitamos esas cosas miserables. Les estaba haciendo un favor, ¿Y así lo agradecen?

La comadrona, un poco perturbada, interrogó.

-Hija, ¿Cómo que es rico?

-Eso amaneció diciendo hoy. Compró un billete ayer.

-De modo que por eso no comieron. Claro, el hambre lo llevó a delirar.

Ambas mujeres rindieron indagatoria ante el fiscal de la región exponiendo pormenorizadamente los sucesos previos al evento en cuestión. Reuniendo las pesquisas y teniendo en cuenta los agravantes que rodearon el comportamiento del sujeto –su falta de trabajo, la ociosidad y desprecio por la familia de la joven- argumentos avalados por la comadrona, quien reiteró que dicho comportamiento era regular en el obrero, se acordó, previa valoración siquiátrica del especialista, quien se limitó a firmar un oficio redactado por las mujeres, declarar mentalmente incapacitado a Jesús Rafael Suesca, recluido desde entonces en el sanatorio. El mulato, aún en su reclusión, alega ser multimillonario y sufre de accesos de ira que se hacen regulares a medida que transcurren los días. “Nadie le cree” sonríen los enfermeros mientras lo bañan con agua helada con un refrigerante químico para domesticarlo. De esta manera la mujer llora el desquicio de su marido. “Todo por este billete”. Mira una y otra vez la causa de la locura de su marido. Decide reducirlo a cenizas recordando aquellos números de la discordia. En medio de la quema, la comadrona le dice:

-Hija, Así fueron los números del billete del premio mayor de La Nacional, que hace semanas no han reclamado.

Los lee del periódico que encontró.

Uno a uno los números corresponden al billete.

-¿No eran, cierto?

La mulata enjuga sus lágrimas en el delantal. El dolor se atenúa más, pero sólo debe ser sufrido por ella para evitar mayores catástrofes.

-No mamá, no eran.

 

Autor: Bernardo Guardi

Escritor novel que hasta ahora ha mantenido sus escritos en la gaveta del escritorio. Actualmente cursa cuarto semestre de Filosofía en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia UNAD. Reconocimiento de la Real Academia Española de la Lengua. Egresado del taller de cuento Ciudad de Bogotá 2010. Taller de cuento Ciudad de Bogotá 2013 donde participó como corrector de estilo. Ha publicado la novela No te fíes de las voces en Amazon.com y sus escritos están publicados en la página literaria Falsaria.com

Mail: meursaul@gmail.com; gabrielrodriguez19821@hotmail.com

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