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El perdedor de ratones


- Usted... usted tiene MI RATÓN!

Eriberto paseaba solo por la calle en la peatonal de Zaragoza y la concha de tu hermana cuando se sintió asido por el maniático que le espetaba su inquirimiento.

- Retire usted su mano de mi jarretera, de mi pechera, de MI SERRRR...!

- Vándalo bellaco... usted, el trinador del diablo, usted se robó mi ratoncito.

- Yo no lo he robado a usted, señor mío, sabrá usted lo que hizo con su ratón.

Argañaraz Rubén Rolando Maquiavelo Nepomuceno Aristidez Gracia Geniol Gallardo de la Fuente Gutiérrez Eucarístico Jorge Miguel del Sel se sintió un poco perturbado, pero no solo por nacer sino también por morir como moría.

Puede que usted tenga razón o que yo lo juzgue todo con demasiada pasión. Que podrá haber sido de mi ratoncito.

-Como era su ratoncito?

- Era todo blanco y con el hociquito rozado y así fui fui fui.

- Como hacía?

- "Fui fui fui".

- No lo comprendo bien del todo, caray. Expláyese.

- Le explico: era blanquito, pequeño, de contextura gordita, de porte simpático, para nada Disney. Tenía lentes y se peinaba la raya al medio. Era de buen carácter, pero a veces se salía de mi bolsita de los secretos.

- Su ratón era su secreto?

- El más preciado.

- El único?

- Tengo otros ratones, pero eso no es ningún secreto.

- Dígame, Eriberto, amigo del alma. Usted no puede ir por ahí perdiendo ratones. De hecho, es preferible que no solo no pierda nada de nada sino que tampoco ande por ahí cargando la alforja con boludeces. Un ratón es un ratón. Eso lo sabe todo el mundo, no es lo que se dice "un secreto", aunque solo usted puede saber el cariz de su pertenencia a sus intimidades.

- Es que era muy bonito.

- Me lo ha dicho, o mejor dicho, me lo ha sugerido.

- No lo sugerí, creo haberlo descripto de la manera más febril y apasionada que se puede describir a un ratoncito que solo era mi secreto.

- Y dale con el secreto. Argañaraz, cuántos años tiene usted.

- Como sabe mi nombre si nunca se lo dije?

- La magia de la buena literatura. Cuántos?

- 43.

-43?

- En junio cumplo los 43. Mi mamá me parió casi a la llegada del invierno.

- 43 y con un ratoncito.

- Usted no sabe lo que se sufre la soledad.

- Me imagino que usted no dormirá con el bicho ese.

- Es más tibio el pobre... se me pone entre las patas. Bueno, no exactamente entre las patas, pero el día que la palme me podría hacer una mini tanga... espere un momento. USTED POR CASUALIDAD NO TENDRIA UN RATONCITO PARA PRESTARME?

- No dispongo por el momento. Da la casualidad que los ratoncitos y el número trece me provocan un poco de estupor, casi le diría una pizca de incomodidad insoportable.

- Pero son tan lindos los ratoncitos... hacen "fiú fiú" con la naricita.

- No era fui fui fui?

- A veces aspiran en vez de espirar.

- Sí, y algunas veces expiran.

- No diga eso canalla, me parte usted el alma en dos... me toca el fondo del corazón y poco y nada me queda para dar sin mi amorcito.

- Se refiere a su mascota.

- Me refiero al roedor que dejo que duerma entre mis huevos.

- No lo culpo ni lo condeno, hombre mayor, la vida puede ser un yermo indecible.

- Cuénteme algo, usted, el caballero sin nombre...

- Pero recién me dijo que no sabíamos nuestros nombres.

- Una brecha en la sinapsis y un hoyo muy peculiar en la sinapsis del escriba tipeante.

- Cuente algo.

- Le cuento dos cosas...

- Cuáles?

- No sé, usted me dijo que le cuente algo...

- Pero usted dijo dos.

- Hombre del roedor, abrevie, que he estado todo el día aquí en las calles de Rosario para que me compren pastillas Renomé Fumador y solo he hecho un níquel.

- Olvidé a lo que íbamos. Subráyeme las consecuencias actuales de este dialogo.

- No.

- No?

- Ni en pedo. Usted ha bebido o anda drogado. Véase a un hombre grande perdiendo ratoncitos... que será de su alma mañana si se le ha perdido enfrente de las narices el amor de su vida.

- Es que precisamente eso: necesito saber de mi ratoncito para saber la valía cualicuantitativa de mi sentir.

- No exagere. Es el vicio que lo lleva y lo trae.

- No, debe ser amor. Lo re quiero al guacho.

- Puede comprar otro ratón en una tienda de mascotas.

- No sé. No podría. Este era especial.

- Qué tenía de especial?

- Tenía pantaloncillos azules. Cortos. Gafas. Un pequeño sombrero de tres picos. Y de vez en cuando hacía fui fui con la naricita.

- "Fiú fiú", no era?

- BUENO ALGO HACÍA NO SÉ MUY BIEN QUÉ, NO NOS PONGAMOS EN DETALLECITOS.

- Pero qué se engrana si acá el que anda perdido perdiendo a más no perder es usted??!!

- Disculpe, es la terrible emoción que me embarga.

- Como siga así le van a embargar la casa de tanto querer venderle buzones a los pobres vendedores de pastillas. Mire como me ha dejado la manga, miserable. Si viviéramos en tiempos de orden militar... yo le llamaría a la polecia!

- Descuide, no volveré a desfruncirle la manga nunca más, es la última vez que le pido...

El perdedor de roedores incrustó su mirada aterrada en los de Eriberto y Eriberto lo vio: era el rostro perdido de un alma en pena nadando en un lago infernal de fuego. Sendas lágrimas, como lanzas monstruosas de indecible congoja caían de esos dos ojos azules: vio a Kosovo, a Bagdad, a Balvanera, a VILLA LUGANO y sus campos de batalla en llamas, bañados por la insensata sangre derramada en la infinitud prehistórica del tiempo y del completo sinsentido.

Daban ganas de rociarlo hasta los huesos con un lanzallamas, solo por deporte y justicia.

- COMPÓNGASE AMIGO, YA VENDRÁN DE VUELTA LOS RATONES!

- ES QUE EL MÍO ERA MÍO Y ERA ESPECIAL PORQUE ERA MÍO Y AHORA YA NO ES MAS MÍO Y EN LA ESCUELA ME PEGABANNNNN!!!

Estaba que no podía más, el del ratón perdido. Eriberto vio una piedra en el suelo y la levantó. Era una piedra guijarra de buen porte, gris, ausente, impersonal, desaliñada, querida por nadie. Si le hubiera hablado, no le hubiera respondido. Estaba cubierta por heces de paloma, blancas, verdes, óseas, petrificadas.

- Mire esta piedra, mi jovial y apasionado amigo. Ve usted esto? Esto personifica todo lo inerte y lo silencioso y lo sucio que naides quiere. Una piedra, y tiene forma de huevo, pero si usted la hirviera, no podría comer más que a pequeños pedacitos, milímetro por milímetro, microgramo por microgramo. Nadie la quiere, nadie ha amado a esta piedra y esta piedra ha navegado millones de años para encontrarse con usted y con mí mismo, ete aquí. CREE USTED QUE PUEDE AMAR? O puede usted amar de verdad? O solo es un gran "hombre interrogante"? Yo a usted lo aprecio. Está desesperado, es un hombre enamorado de la vida, de sus cosas grandes y pequeñas, y por ende usted debe ser cuidado, su alma nutrida y su espíritu regocijado con la compañía. Ahora, tiene dos opciones, o aceptar que su ratón piensa que es usted un miserable zoofílico y que por ende ha escapado a hacerle una denuncia por hacerle que le lama los pelos de los huevos, o puede usted empezar de vuelta.

- NO!

- SÍ!

- NO!-

- SÍ, MIERDA, APROPÍNCUESE!

Eriberto le propinó dos bofetones ida y vuelta. El hombre solo derramaba más y más agua sobre la pechera de la camisa. Desconsoladísimo el vago.

- No me queda nadies, nadies!!!

- Vuelva a decir nadies y le arreo otra.

El perdedor de ratones petrificó la cara en un rictus de velorio y retrocedió cuatro pasos con una mirada demente en los ojos, paró, y muy altaneramente, erguido como en una novela mexicana, volvió a repetir, como quien va a la guerra:

- NADIE.

Eriberto avanzó dos pasos, el perdedor de ratones dio un paso atrás, Eriberto avanzó dos pasos rápidos más levantando la piedra en la mano y el perdedor de ratones se perdió corriendo en la noche eléctrica de su país, un lugar borroso, indefinido, bastante brumoso, un lugar donde las máquinas estaban casi todo el tiempo adormecidas a lo largo del día excepto a la noche, cuando éstas bufaban y siseaban, pergeñando un gran plan con un gran corazón para ese país donde solo en la bruma un hombre perdido se puede volver respirable a sí mismo.

- LA CONCHA DE TU MADRE SI TE VEO DE VUELTA TE MATO!

Lanzó la piedra, que se perdió en la bruma. Milisegundos más tarde, algo entre la bruma gritó:

- SORETE!

Eriberto respondió:

VIGILANTE!

 

Autor del texto y la imagen: Fernando Bocadillos

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