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La iluminación va y viene. Tenue es la incandescencia que absorbe la atmósfera del cuarto, tenue es justo antes de desaparecer dando paso a la oscuridad. La expansión de luminiscencia revela las paredes pintadas de rojo profundo. Tras ellas, el sonido de la intempestiva lluvia que no cesa de enfriar el suelo y el aire, propiciando la escena perfecta para la intromisión de series de notas musicales que son diatribas melodiosas. El sol brilla de ausencia en el reino de las sombras.

Desilusión nostalgia detrás, ceguera por delante. Los alaridos internos del cuerpo son testigos amañados de demonios furtivos. Entre las sombras que aparecen intermitentemente se esconden fantasmas polimorfos. Y yo, arrinconado, a expensas de fuerzas externas y caosmosis interna, dejo que mis piernas se desvanezcan y esfumen con la brizna de la tormenta. Mis brazos se entumen hasta volverse un zumbido latente de pequeñez. El ensordecimiento alcanza mi cabeza llevándola al punto de su inconsistencia, ahora ya perfectamente imperceptible. Mi conciencia ya sólo es intencional al breve pulso arrítmico de la melancolía.

Definir es limitar. Yo no me defino. La incertidumbre se apodera de mi pecho mientras la gravedad desaparece lentamente. Lo que debería ser la experiencia de emoción por la aventura se muestra a sí misma como angustia de la eterna transformación. Yo no soy, yo no soy, yo no soy… ¿y entonces que soy? Multiplicidad absurda, polisemia de gritos inoportunos. Aflicción causada por el duelo de mi propia pertenencia. ¿Mi pérdida? mi nombre. Sin él, no hay más efecto que la fragmentación del cuerpo. He perdido mi nombre y me perdí por consecuencia.

Acaece la estabilidad. Perdí mi nombre y no me queda más sensibilidad. Soy capaz de describir lo que soy a cada momento, pero no me pidan dirección. Incesante cambio del cual no soy gobernante. La angustia comienza ahí donde ya no soy, aunque era, no seré pues no me unen ni las palabras. Así como la luz va y viene, yo me presento y me ausento de mí mismo. Duradero sólo en el instante. Etéreo y efímero en la eternidad. Aquí, donde por fin vuelo, lloro. Lágrimas trémulas que flotan al salir de mí, evaporándose al contacto con el tiempo.

Sólo los optimistas cometen suicidio. Optimistas que no triunfaron siendo optimistas. Yo no necesito levantar la mano sobre mí, la muerte es cuando no soy y a cada momento ya no soy más. ¿Cómo ser optimista si soy incapaz de enunciarme? Para aquellos que no tienen sentido de vida, la muerte es el vacío incomparable pues es un sinsentido. Y en la ausencia de dirección, mi mano -ya inefable- es incapaz de sofocarme induciendo mi propia muerte. Poco a poco desaparece la conciencia de ser. Lo único que constato es la lluvia que enfría mis vértebras y la luz que ya no calienta mi piel.

 

Autor: Ricardo Ivan Vázquez López

Psicólogo y jurista en formación. Esteta. Mexicano.

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