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No te rodea un mar oscuro, es la noche. El mar oscuro es el que está muy hondo, un par de venas abiertas entregadas a la muerte; agua pesada que rompe los huesos. Vos estás bien, en la superficie, debajo de una lámpara en la cocina, podrías estar en cualquier otra parte del universo, pero te tocó estar ahí sentado, donde no hay nada a tu alrededor que pueda lastimarte. Caminás pausado por las dudas, con los nervios en la nuca. Ese cuadro de pesadilla que me detallaste, aún lo recuerdo: el suelo lleno de barro, una oscuridad plena, invadida de vez en cuando por luces blancas como de camiones que dejan ver siluetas de árboles y ramas puntiagudas; es un bosque al lado de la ruta, pero tenés la seguridad de estar a un paso del mar, en la costa, un gigantesco azul marino donde viven las fauces del Monstruo. Te veo arrinconado, insisto en que estás bien, me decís que todo se te hace azul, como si tus ojos tuvieran un filtro, y que estás dentro de una escarapela… Un filtro líquido, porque te zambullís en la escarapela, decís que el agua es pesada y que en breve te vas a ahogar, me rogás con ojos partidos que no deje que eso pase… Me río y contestás desesperado que no es gracioso, que es una imagen horrible. Pero la verdad es que no me reía de tus fantasmas, sino de mis piernas, que tiemblan por el agua fría del bosque al lado del mar, entre el barro y el asfalto. ¡Qué risa! ¿Por qué no te reís también? Me acuesto en el piso de la cocina, pero te sigo escuchando con atención, me contás algún trauma tuyo de la infancia. Desvío ligeramente la mirada, y en la puerta veo la cabeza del Monstruo asomarse con una sonrisa, no digo nada para no ponerte más nervioso. Sí, sí, seguí contándome ese trauma, cuando casi te ahogaste en una pileta cuando eras niño, una pileta enorme y redonda, donde te sentiste a la deriva, sin bordes donde sostenerte después de la traición de la fuerza de tu cuerpo; tus viejos afuera hablando con los padres de tus amigos, en su mundo, mientras tus gritos se convertían en burbujas, y que fue de casualidad que alguien te viera y se lanzara para rescatarte. El origen de tu miedo a las piletas, redondas sobre todo, las que te parecen un pozo en el suelo, una tumba pintada de azul, un entierro prematuro, monstruos que te observan desde la ventana cuando no podés dormir… El Monstruo… El Monstruo es verde, no azul, ¿cómo iba a ser azul? Es verde alien, verde monstruo clase B, un acechador; nos sigue observando desde la puerta. Vuelvo a decir que todo está bien, lo último que quiero son lágrimas, porque atraen más al Monstruo. Relajate. ¿Cómo el Monstruo iba a ser azul marino? El azul marino es el de un sentimiento travieso y jocoso de la muerte; ¿no sentís que te estás muriendo? ¿No lo sentís? ¿Y eso no te tranquiliza de alguna forma? ¿No te da una sobredosis de vida? ¿No ves unas cuantas imágenes del futuro incierto o planeado para tirar al aire sin preocupaciones? ¿Qué importa ahora? ¡Por Dios! Quisiera invitarte a sumergirnos en el mar fangoso del bosque. Es rápida. ¿No deseaste morir en esa pileta, con todas las ganas del mundo, en lugar de vivir aterrado por el color azul? No te digo nada de esto, por supuesto; dejo que me sigas hablando, mientras uno de los tentáculos del Monstruo se arrastra como víbora detrás de vos. No quiero agitar el ambiente con mis gritos, es decir, se trata de un monstruo que nos persigue, pero quiero asentir, decir que todo está bien, que es sólo la noche, porque quiero sacarte el miedo de la cabeza. Me levanto para servirme algo de sopa, me ruge el estómago, nada de movimientos extraños; devoro una cucharada de sopa y siento al instante una pelota chiclosa que no puedo tragar, ¿por qué? Empiezo a toser, a toser y a toser, y te preocupás. Adiós al ambiente calmo, me digo, soy un idiota que no puede tragar un poco de sopa; no es nada. El Monstruo ya no está en la puerta, pero siento que sus tentáculos siguen cerca, me quedo callado hasta que un frío ártico me cae por la espalda, ¡listo, el hijo de puta está detrás de mí!, me congelo y me preparo para ser asfixiado, asesinado, sin poder decirte adiós…, pero no sucede nada. Me preguntás si estoy bien. Escupo, no sé qué, pero lo devuelvo a la taza, parece una tela, un trapo. Miro la sopa: sí, verde por el caldo, verde la taza y las manos que me empujan a ella. Una pileta llena de agua sucia, verde, con botellas partidas, frutas con hongos, bolsas de basura, podredumbre verde en la que me sumerjo bajo el poder del Monstruo. Siento que me muero, y ya no es divertido; me aterra la muerte, el dolor, la adrenalina quiere llevarme a la ventana para tirarme y acabar con la tortura. ¿Y si ya estoy muerto? ¿Y si jamás escupí la pelota chiclosa? ¿Y si está en mi garganta ahora, cortándome la respiración, mientras vos solamente preguntás si estoy bien, e intentás darme ánimos diciendo que todo va a estar bien? ¡No! ¡Nada está bien! ¡Me estoy muriendo! ¡Me muero! ¡Me veo en el suelo, con la cara morada y las piernas inquietas! ¡¿Por qué no me escuchás?! ¡Ayudame, mierda, que me voy! ¡Me voy! ¡Ayudame!... Y te movés. Me zarandeás violentamente para que reaccione y me calme. Abrís mi boca y comprobás que no tengo nada atorado. Me echás agua… Agua fresca… Me das de beber agua fría… Hermosa agua azul… La siento suave, como una sábana recién lavada, planchada y perfumada, llena de vida… Me abrazás y decís que no me estoy ahogando, que estoy con vos, y que lo único que me rodea es el aire, el patio, los árboles, las canciones y el suelo donde aprendí a caminar, nada más. Todo está bien, es sólo la noche.

 

Autor: Alejandro Martín

Soy de Buenos Aires, tengo veintiún años. Escribo ocasionalmente, nada profesional, cero publicaciones y blogs por el momento, sólo humildes aportaciones.

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