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Alexandra no abandona

Inspirado en la canción de Leonard Cohen – Alexandra Leaving.

Tiene diecisiete años. Eso es: sesenta y tres años menos que su objeto del deseo. Diferencia que le importa, lo mismo que a un Surcoreano le interesa la vida de sus vecinos del Norte. No lo conoció en 1971, no vivió sus épocas de gloria en 1986, ni lloró por su retiro espiritual zen; mucho menos admiró su enclaustramiento, ni sus siete años de silencio. El Último Gran Poeta Canadiense, el mujeriego por excelencia se ha vuelto un monje budista. Sensual.

A ella lo que le excita son los artistas con experiencia, los poetas vestidos de Armani y solo tiene ojos y oídos para él. Ha leído toda su poesía, erotizado sus fotos en la red y llegado al orgasmo, ella sola, con más de la mitad de los temas escritos y grabados por el crooner orgullo de la ciudad de Montreal. Ahora mismo, ella, que tiene diecisiete años se está masturbando.

"Con su físico de segunda mano".

"…tras los velos del más puro engaño..."

"...soy viejo y aún estoy dentro". ...arriba, abajo, adentro, afuera, arriba, abajo, uno, dos dedos…

Cohen es el nombre que siempre estará ligado sexualmente a ella. El timbre de su voz, su manera de tomar el micrófono, el cómo portar el Armani...

...arriba, abajo, arriba, abajo...

Su pasado salvaje, el caer un poco, tan solo un poco de su fino sombrero italiano...

Dos dedos fuera. Mojados. Los lame. Los chupa. Al final termina por morderlos. Y por recordar al tío Terry. El muy cabrón del tío Terry. Bendito seas hijo de puta, en el momento en que se te ocurrió fingir que ayudarías a tu sobrinita de 15 años con su materia de Lengua Hispanoamericana. Y la única lengua que le mostraste fue la tuya de arriba-abajo, (y parafraseando al buen droogie Alex: "en pleno mete-saca") por su tierno, virginal y rosado clítoris.

...arriba, abajo, arriba, abajo, ¡más! ¡más deprisa! adentro, afuera..., brusco. Y para, en reposo..., y ahora en movimientos circulares. Descansa un momento.

El tío Terry y Ella no estudiaron a Bolaño ni a Benedetti. Sino sus cuerpos, uno terso y sin estrenar, como una cancha de tenis inglesa recién terminada y con el césped recién cortado y regado. El otro: con toda la experiencia, como un campo de rugby australiano con trescientas batallas y contando. Y el Gran Poeta Canadiense en la pantalla de televisor. Jactándose de haber poseído a Janis y que si quieres otra clase de amor, él se pondrá la máscara por ti.

"Si todas las mujeres mal cogidas que leen esa basura literaria pseudo-erótica de hoy escucharan eso..., seguro sentirían calambres en la concha y terminarían tan mojadas como Fred Astaire bajo la lluvia". Piensa la chiquilla de diecisiete años: "Supongo que es mejor así. Ojalá pronto el puñetas de Paulo Coelho se ponga a grabar discos y dar conciertos, eso es lo que se merecen esas frustradas sexuales". Y de nuevo cruzó por su mente, el deseo de continuar masturbándose.

Se levantó. Miró a su alrededor y divisó sus zapatos de tacón alto. Negros. De marca italiana. Se los calzó, y dio unos pasos por la estancia. Los tacones no hacían ruido al caminar por la alfombra traída por sus padres de Turquía. ¿Cuántas amantes habrá dejado Leonard en Turquía? Fue hacia donde guardaba sus discos. Viejos y polvorosos testigos (para muchos prehistóricos) de la historia de la música. Por delante de los viniles de El Último Gran Poeta Canadiense que También Canta: cuatro LPs de Dylan. El Más Grande Poeta que ha dado Estados Unidos..., y que también Canta.

Qué curioso. ¿Qué los diferencia? Uno escribe sobre protesta y revolución. El otro se enfoca más al sexo y al deseo carnal. "Dame crack, dame sexo anal". La chica toma ese disco de las diez canciones nuevas. Cohen en la portada, junto a una mujer de color. Regresa sobre sus pasos vestida tan solo con sus zapatos de tacón alto; descalza de las espinillas hasta la frente, el vinil en ambas manos observando con odio de muerte a quién se entromete en la ilustración. Coloca el acetato en el tocadiscos, presiona un botón y la aguja de diamante desciende hasta el borde indicado. El acetato gira y gira, aprisionado por la aguja. Sexualiza el momento. La melodía comienza. En su mente, ella es el disco, girando-girando, aprisionada por la aguja fálica; el pene del poeta. Y gira. Y gira. Y se toca. Se acaricia. "Y tú que fuiste desconcertado por un mensaje". La tapa del LP cae al suelo con el rostro del poeta mirando hacia arriba. "Cuyo código estaba roto, crucifijo sin cruz". Ella cae de rodillas, ahora sí con la misión de terminar lo que ha empezado" El poeta ve su sexo, el poeta goza con su sexo. "Dile adiós a Alexandra que se va". No. Alexandra apenas se viene. Se viene. Se corre ya. Y grita.

"Después dile adiós a Alexandra..." Ha llegado ya. Sobre el rostro del poeta. Y sonríe. Ella no abandona.

 

Autor: Antonio Carlin Lynch

(Monterrey, Nuevo León, México) Autodidacta, con estudios de psicología, tiene 8 años escribiendo, pero desde octubre del 2014 decidió salir a la luz (tuvo una participación en la clausura de la FIL, leyendo un relato corto de su autoría hasta ahora no publicado). Ha publicado en OFICIO, Poetazos, Revista Hiperespacio, Los Papeles de la Mancuspia, Revista Literaria Trinando, Revista Extrañas Noches -Literatura Visceral- y ganó un certamen de relatos de horror y terror en España con Ediciones Rubeo, antologado en Letras de México. Actualmente es el Cinema and Music Manager en Artis Nucleus, además de ser el CEO de la Revista Literaria de Horror y Terror Giallo. Tiene una novela corta en proceso, muchas noches de insomnio, café, tabaco, Tom Waits y Leonard Cohen. Idolatra a Paul Auster y detesta con todo su ser a Paulo Coelho.

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Este texto es gentileza de Artis Nucleus

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