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Varios de "Borracho estaba, pero me acuerdo"


El olor a sacristía

En junio de 1975, trabe amistad con el sacristán de la iglesia de Jesús del Gran Poder, se llamaba Francisco y era la antítesis del franciscanismo, cada vez que pasaba por la zona del Gran Poder en Chijini, entraba a la iglesia a saludarlo, una noche, Francisco se quejó porque no sabía qué hacer con tanta basura acumulada, pues quienes debían botarla dejaron de hacerlo hace tiempo, yo le dije “Que gran cosa es botar la basura, si quieres yo lo hago y así dejas de quejarte como madre soltera” Asunto concluido, entre al patio de la iglesia, agarré un nylon grande y me lo coloqué como un poncho. Cargando un gangocho enorme de basura (que solo eran flores secas, mixtura aserrín, etc.) fui hasta el basural de la zona y ahí la bote, esa noche creo que hice unos tres viajes hasta acabar con toda la basura reunida, Pancho me canceló una buena suma y me rogó que le ayudara por lo menos unas dos veces a la semana, el me lo reconocería. Así fue como quedé ligado a la iglesia del Gran Poder, a las pocas semanas el secretario de la parroquia, Don German me pidió que trascribiese en un cuaderno algunas partidas bautismales. Cuando le entregue las copias el secre vio que mi letra era más o menos aceptable y me contrató para que le ayudara a poner al día sus libros de bautismos porque se había retrasado casi cinco años y el cura le estaba apremiando, los días ordinarios se celebraban de tres a cinco bautizos, los sábados pasaban de los cincuenta, mientras que los domingos no llegaban a veinte ¿se imaginan la cantidad de partidas que se le habían juntado a German? Este había hecho paquetes con las partidas y como no tenía ni registros, cuando una persona venía a sacar la partida bautismal de su hijo, tenía que calcular en que libro podía estar y así al tunqui-tunqui, le extendía el certificado. Mi trabajo comenzó con relativa regularidad y a los pocos días le dije a German que, para avanzar más violentamente, era conveniente que me quedase a dormir en la parroquia, así podría trabajar incluso por las noches. Aceptó mi propuesta y me traslado a un cuarto al lado del depósito de velas (un criadero de ratas para ser más explícito), donde acomodamos una mesa y una silla. Tras meter en un rincón varios gangochos llenos de ropa que llegó de los Yunaits para la gente pobre, pero que el cura prefería tenerla apolillándose en el cuarto, y con dos frazadas que me dio el secretario, quedé posesionado para trabajar sin descanso en el copiado de las partidas bautismales. Cada semana le entregaba hasta tres libros llenos, y ya que había hecho más de la mitad del trabajo (habrían pasado unas tres semanas desde que empecé a botar basura), el cura botó a su secretario y trajo a su remplazo a una de sus sobrinas que era tan disparada como el tío. La sobrina atendía la oficina y se encargaba de cobrar misas, bautizos y matrimonios, trabajó hasta fines de ese año y fue remplazada por su hermano Pepe, el cura apreció de gran manera el trabajo que yo había hecho y me permitió seguir ocupando el cuartito del patio. Los fines de semana dejaba que me cancheara algunos pesos ayudando a los bautizos y en los matrimonios dos hijos de doña Vicenta quien vendía velas en la puerta de la iglesia, también venían a ayudar en estos quehaceres. El Antonio de unos quince años y la Esperanza de catorce, también venía Ignacio que trabajaba en radio San Gabriel, y como era familiar del sacristán, ayudaba los sábados y domingos, otro de los ayudantes asiduos era el Antuco, un idiota con más de veinticinco años y que servía para que descargáramos nuestra bronca en él. Todos hasta el párroco, se desahogaba con el Antuco.

Teníamos una técnica especial para ganarnos los billiquines, por ejemplo, en los bautizos, el cura los realizaba en grupos de diez o quince niños, y es fácil imaginar el alboroto que armaban los niños, padres, padrinos y familiares. Tras terminar el segundo grupo, el cura se metía en la sacristía a descansar, quienes se atrasaban, y venían preparados para la farra que seguiría al bautizo, se asustaban cuando les decíamos que el padre estaba enojado por su atraso y que tendrían que volver al día siguiente. Ahora bien, si depositaban alguna colaboración para los pobres de la parroquia (que éramos nosotros, incluido el sacristán), podíamos rogar al padre para que salga a terminar de bautizar a los tunas. Cuando los padrinos aflojaban el chivo, entrábamos a la sacristía para avisarle al cura que ya habían llegado los atrasados. El que se encargaba de estos trámites en los matrimonios, era el hijo de doña Vicenta, se acercaba a los padrinos para que firmasen el pliego matrimonial y de paso les decía que había que pagar una especie de cuota para ayudar a los pobres de la zona, como no podían quedar mal delante sus ahijados, los padrinos pagaban la suma requerida y si se negaban el Antonio les hacía quedar mal ante el cura, diciéndole que los padrinos se habrían negado a cooperar con las obras de la iglesia, al cura le convenía esa forma de financiarnos, ya que como fiel devoto de San Tacaña, le dolía en el alma y en la billetera tener que pagarnos por nuestra ayuda. El padre Fernández tenía su despacho sobre la oficina parroquial, allí guardaba las cajas de vino y sus papeles personales, el día de Navidad mientras el tata celebraba la misa de gallo su sobrino, el sacristán, el Antonio y yo, nos echamos una borrachera tal que casi dejamos a la parroquia sin vino, mientras el tata estaba en misa, nosotros brindamos por la dicha y felicidad de todos, así estuvieron las cosas hasta enero, el sobrino del cura dejó de trabajar para seguir sus estudios y quien ocupo la secretaría fui yo, se confirmaba la teoría de que cuando uno empieza abajo, como encargado de botar basura podía escalar posiciones hasta llegar a secretario de la parroquia. En lo económico mi posición no mejoró nada, el cura ni se tomó la molestia de fijarme un sueldo como si para subsistir yo solo necesitara las bendiciones del cielo. La esposa del sacristán era una gorda que más que su mujer parecía su mamá, como estudiaba hasta las 9:30 de la noche en una academia y la única puerta de entrada era la de la iglesia su marido debía esperarla, varias noches lo acompañé en la espera y a manera de matar el tiempo, solíamos jugar loba en el altar. Una noche que lo desbanqué, Francisco me llevo al bautisterio donde estaba la imagen del Señor del Gran Poder y abriendo la limosnera que había allí, me dijo: “solo vas a meter y sacar la mano una vez….” Yo le hice caso y tras meter la mano y sacar los billetes que pude agarrar, él también metió la mano y sacó lo que pescó a su alcance. Hecho esto, cerró con candado la limosnera y volvimos al altar para seguir jugando como si no hubiera pasado nada. Los sábados realizábamos la limpieza general del templo, tras parar los bancos contra las paredes, solíamos jugar un partido de futbol antes de comenzar a barrer la iglesia. Fueron lindos días los que pase en la parroquia, y mucho más cuando una tarde me declare a Esperanza, la hija de la señora que vendía velas, y ella aceptó ser mi enamorada, era una muchachita a la que le habían empezado a desarrollar todos sus encantos, y como solo tenía catorce años, daba gusto tenerla de enamorada, porque todo en ella respiraba virginidad e inocencia. Recuerdo que hacíamos limpieza del cuarto de las velas, porque un señor compraba el cebo que se acumula en las mesas donde la gente encendía las velas, como había que meter el cebo en unos gangochos, Esperanza convino en ayudarme, en lo mejor de esa tarea, ella empezó a burlarse porque no podía mover uno de los gangochos, y como eso no me gusto, me acerqué y la tumbé sobre un baúl donde se guardaban ropas viejas desechadas por los curas desde la fundación de la parroquia. Encima de ella, le dije que si hubiera sido mi enamorada, ahí mismo la hubiera hecho acaycuchir. Como respuesta, me pregunto por qué no me animaba a declarame, a lo que no tuve más remedio que hacerme el loco y le pedí que me acepte. Nos arreglamos, y yo cometí el error que ningún hombre debiera cometer respetarla y no mancillarla haciéndole macanas. La cosa marchó bien hasta la tarde en que, al salir de la iglesia pregunté a su madre si sabía dónde estaba su hija, dijo que tal vez estaría en su cuarto, fui hasta allí y al empujar la puerta que no habían trancado, vi adolorido, que la muchacha a la que respetaba, estaba en plena función con un fotógrafo al que conocíamos con el nombre de Eloy.

Esa fue mi primera decepción sentimental, y como es de rigor que todo hombre decepcionado debe dedicarse a la borrachera, por las tardes me perdía de la parroquia y me iba a cualquier pensión para echarle mis cervezas. Una noche decidí alejarme de todo aquello, y tras comprar un pasaje a Cochabamba, me aleje sin despedirme de nadie, hace algunos años me encontré con doña Vicenta, al preguntarle de su hija, me dijo que se había casado y que tenía dos hijos.

Las cantinas y sus rincones

Las cantinas o tragueros nos frecuenta la muchachada, los bohemios, noctámbulos, artilleros (artistas) y marginados, están en zonas muy populosas y no se parecen en nada a los bares donde va la llamada gente decente, en estas cantinas se ven batallas campales, robos, violaciones, pero también romances apasionados.

El Oriental

En el Oriental se dan cita, los Colos de El Prado y la Plaza Pérez Velazco, funciona a puerta cerrada desde la media noche y aquí se puede comprar y fumar sobrecitos de “base”. No hay temor de que llegue la cana a fregar y eso que este boliche es conocido. Entre los clientes habituales está el Coco Suárez, declarado por los tribunales un adicto crónico, el Coquito asegura que cuando se muera los médicos se van a pelear por comprar sus pulmones, en ellos hay muestras de todas las drogas conocidas: desde el cristal y la base, hasta el hachís, el LSD, el peyote, los altañes y la marihuana.

La Colorina

Ubicada en la periferia de chijini, (en realidad se llama Beto), además de Pamela, la Angélica, y la China Ojara, vienen a ganarse el pan de cada día, como meseras aparte de esa otra cosa que las hace vivir. En este boliche los jóvenes se duermen ya sea por inexperiencia o por no estar acostumbrados a los tragos cortos, entonces corren peligro de que algunas de estas “chicas” los hagan quedar hasta la madrugada y se los morfen sexualmente.

La Casa Blanca

La Casa Blanca es la única cantina que atiende las 24 horas y de domingo a domingo, el único día que hay algo de comer es el lunes, para evitar posibles males estomacales, los clientes le echan nos cuantos tragos. En esta cantina desde la madre hasta las nietas son rastrilladoras, no faltó quien se cobró venganza haciéndole un par de gemelitas a la hija mayor, la Gladys, sin importarle que sea jorobada, y con el tiempo tubo nomás que casarse pese a ser fea con ganas. La Casa Blanca me trae gratos recuerdos porque fue la primera cantina donde bebí las 24 horas del día, aquí batí mi récord de borrachera por 19 días y 19 noches consecutivos, despertaba para desayunar con alcohol y, si esos días comía algo, no me acuerdo.

Las Cortinas

Bajando una cuadra de la Colorina, está Las Cortinas, su dueño es el Chancho, ex Viscacha del Barrio Chino, que se dio de que podía ganar más plata vendiendo trago que rebuscando con sus chivas, el apodo le vino por que una vez lo encontramos en un basural completamente borracho y, se pasa de gordo, parecía un chancho durmiendo. En esta cantina no se puede entrar con reloj, pues si el Chancho ve a algún tipo con ese artefacto se acuerda de sus tiempos de vizcacha y olvida su honradez.

 

Textos tomados del libro Borracho estaba, pero me acuerdo - Memorias de Víctor Hugo editado originalmente en 2002

Autor: Víctor Hugo Viscarra

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