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Verme yendo

Imagen de Cristina Nieto

Preámbulo

Me exasperé del sofoco

de la ciudad durmiente,

de su gorjeo ahogado

y de su ritmo presto.

En consecuencia quise,

sublevación mediante,

desvencijar mi psiquis

de su vagar funesto.

Inauguré así un viaje,

de duración incierta,

de dirección borrosa

y de improbable vuelta.

Meditar lo verosímil

de un colosal regreso

me sabía a reincidencia

de libertado preso

pues conociendo yo las trabas

del albedrío libre,

¿por qué iba a cuestionarme

la precisión del vuelo?

La dirección trazada,

mi integridad volátil,

eran temas accesorios

de mi incipiente empresa.

Pues honestamente digo,

y sin aires de tozudo,

que ya no pensaba en nada

que no fuera mi proeza.

Solamente en disuadirme

del circuito impío y menso,

de los días espectrales

sin sorpresas o sin tiempo.

Es así que doy comienzo

al relato de mi gesta,

cimentada en mi osadía

de quebrar toda frontera.

Epílogo

Emigré de un punto fijo

en la nada veleidosa,

con mis ganas espoleadas

por lo magno de mi obra.

Resguardado en mi pujanza

de bisoño veinteañero,

me lancé a las maravillas

y misterios del planeta.

Sumergí el cuerpo en abismos

y en sus renegridas fuentes,

y escalé varias montañas

de singular pendiente.

Navegué por vastos mares,

de perturbación creciente,

y en sus oleajes rabiosos

me amilané sin temple.

Despanzurré los cuerpos

de mis certezas falsas,

y en sus entrañas mustias

hallé mi fe derrotada.

Mudé de piel y creencias,

curtí otras, tomé nuevas,

y acumulé sexo y quereres

sustitutivamente.

Mas fue en mi lecho revuelto

de hipocresía y vileza

que comprendí la gracia toda

de acumular gemidos.

Ninguna era,

como esperaba,

y repelí perfumes,

senos y alboradas.

Prosiguiendo vía

por donde asoma el poniente,

me sorprendió una cueva

de catadura amorfa.

Tomé su fiel amparo,

me preservé en sus muros,

y en su interior calado

adiviné mi suerte.

En plenilunio regio,

de taciturna noche,

acompasé los tonos

de una canción silente

que retumbó a lo sordo

cuando blandí su signo

de indescifrable acorde,

de bisbiseo inerte.

Amortajando el eco

de su blasón innoble,

desenterré la pena

de mi interior errante.

Y me libré del tedio,

y además de la añoranza,

del rencor inagotable

y de la desesperanza.

Pero aun con este triunfo

de mi empeño inexpugnable,

no he tenido suficiente

y es por eso que aún camino

ignorando lejanías

y fronteras y confines,

y bordeando los contornos

de una tierra indivisible

sin saber que encontraré

mientras siga recorriendo;

ya no ansío yo “llegar”,

me realiza verme yendo.

 

Autor: Carlos Lazo

Imagen: Cristina Nieto

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