Ferretero
Todo trabajador odia a su jefe, y viceversa, tiene que ver con el juego de poder que se articula entre ambas partes. Yo no era la excepción a esta regla. Mi desprecio por ese carcamal, digno ejemplar de viejo avaro de película de navidad, era realmente profundo y se extendía también hacia su hija y su yerno. La primera, era una especie de cámara de seguridad apostada en la caja, girando permanentemente sus lentes culo de botella de un lado a otro, abarcando un radio de 180º. Su esposo era un tipo que se pasaba la mayor parte del tiempo tratando de no hacer ningún esfuerzo, sólo para eso era bueno, ni siquiera cumplía bien su función de espía, la que el suegro le dictaba. De lunes a sábado, ocho horas por día convivía con esta gente.
Empezaba cada mañana levantando la persiana de chapa de la ferretería. Crujía, rechinaba ese párpado de hojalata ondulada verde mar. Por muchos años hice lo mismo todos los días, barría la vereda, lampaceaba los pisos de mármol y detrás del mostrador vendía todas las cosas y cositos que van dentro de otros cositos. Una larga serie de personajes de distintas especies deambulaban por el salón de compras: egocéntricos plomeros, afables electricistas, albañiles encriptados, aficionados testarudos y los neófitos rasos que caían con un papelito en la mano y solo decían dame esto.
Solían armarse debates acerca de cómo solucionar cierto problema de cañerías, en donde participaban los expertos de distintas áreas que se encontraban de paso. Poníamos todas las piezas sobre el mostrador y probábamos cual sería la mejor forma de armar unas retorcidas tripas de polipropileno. No es una tarea fácil, hay que hacer varios injertos, prever posibles complicaciones hasta lograr que el montaje de curvas y contracurvas cumpla una función determinada. A veces subía la temperatura cuando dos eruditos deseaban demostrar con prepotencia su mayor conocimiento con respecto a cierto tema. Empezaban a decirse juntando los dedos de una mano - A mí me va a enseñá vo, sabé lo año que llevo en esto. Cuando uno de los susodichos se iba, el que quedaba cerraba la discusión sentenciando - este gil…no sabe náa.
Por un tiempo disfrute el folclore del mundo ferretero, pero después del 2001 la cosa se puso peluda. Empezaron a pagar mal hasta que en un momento dejaron de pagar. Los derechos que alguna vez tuve se desdibujaron, el futuro era desolador, fuera de la empresa sólo había colas de desempleados y adentro aguantábamos esa tormenta como podíamos.
Me puse en gremialista y peleaba todos los principios de mes para cobrar mi sueldo. Ellos no me podían echar, yo no me podía ir. Comenzaron a implementar un plan sistemático de hostigamiento. La punta de la lanza era por lo general la hija del jefe, que desde la caja me indicaba con el dedo donde debía limpiar o hacer tareas inútiles, como llevar cajas de un lugar a otro, sólo para demostrar que tenía ese poder. El odio mutuo ya estaba declarado y no hacíamos nada para disimularlo. Ir cada día a trabajar a ese lugar era una pesadilla, me levantaba sabiendo que iba a ser un día horrible, junto a un par de mates de desayuno saboreaba de antemano la desesperanza. Las cuadras que separaban mi casa del trabajo se convirtieron en un túnel de naylon que recorría cuatro veces diarias, lo exterior era una imagen blancuzca de formas conocidas que dejé de prestarle atención, adentro la luz menguaba y la brisa me era ajena. Cuando llegaba al negocio el tiempo parecía desacelerar a su expresión mínima, daba vueltas atrás del mostrador como un animal detrás de los barrotes. Al no haber radio, ni mucho menos un televisor, solo una vieja computadora que usaban para facturar, cantaba para apurar esas horas densas plaza pelada, solo árboles secos, a veces repetía la misma canción todo un día, en otros momentos me agarraba el tanguero y paseaba por todas las estrofas que recordaba como si todos los tangos que conocía fueran una misma composición. En muchas ocasiones ni la música sosegaba mi alma y caía en la desesperación, como un insomne contando los segundos de los minutos, los minutos de las horas, las horas de los días, y pensaba en no pensar, recordaba mucho en todo lo que alguna vez había sido, repasaba de a uno todos mis archivos para no caer otra vez en la cuenta del presente inmóvil que me sujetaba el pensamiento.
Un tiempo atrás había visto una película que quedó grabada en mi cabeza. La pasaban seguido en la tele bajo el nombre de Metamorfosis, aunque alguna vez la vi con el título de Estados alterados. Era la historia de un científico que hacia una investigación sobre la memoria genética, el tipo se tomaba unos menjunjes chamánicos que había traído de un viaje con unas tribus antiquísimas de Centroamérica, y se metía en un tanque de agua que lo aislaba completamente de estímulos exteriores, se quedaba flotando ahí por horas hasta que empezaba a tener visiones. La cuestión es que el tipo se pegaba unos viajes en retroceso que ni te cuento, la mente se le iba por un tobogán espiral del ADN. Hasta que una vez sale del tanque convertido en hombre mono, y se manda un tole tole enorme por la ciudad.
Empecé a sentir que las horas que pasaba en ese trabajo era como estar en ese tanque de aislamiento, levantar la persiana era bajar la tapa del contenedor, extinguir la luz y sumergirme en un estado alterado de conciencia. Hablaba y me movía como todos pero mi sensación de vida flotaba en un lugar oscuro y del mundo solo captaba ecos lejanos amortizados por las gruesas paredes del tanque. El odio que tragaba era mi menjunje chamánico y poco a poco fui penetrando las grietas oscuras entre los pensamientos, puertas de sótanos al fondo de la memoria apenas abiertas. Progresivamente me acercaba a ellas en lapsos cada vez más prolongados, mientras atendía a esporádicos clientes Llevate estas piezas así, armalas como te dije, mandale mucho teflón y sellador y tomá llevate un ¾ x 20.
No es que me sienta orgulloso de esto, sólo cuento lo que alguna vez viví. Una tarde, apoyado sobre el mostrador, bajo la mirada inquisidora de la hija del jefe, sin ningún indicio previo ni nada que hiciera de ese momento algo especial, caí sin más en el agujero del conejo, no hubo un pasaje claro, de un momento a otro dejé de entender todo lo que sabía…………………………………….........................................................
Y me vuelvo otra cosa, una cosa que es todo, todo es una misma cosa, como un océano sin límites, la suma de todas las gotas, unidas por magnetismo y un violento zumbido envolvente, oleadas eléctricas me separan en partículas, unidades puras girando en espiral hasta condensarse, el viaje no tiene tiempo, sólo un flotar en suspensión y sé que estoy vivo, me expando y contraigo con todo lo demás, soy conciencia primordial contenida en el signo de sí misma. Algo que fui nace en otro ser, me succiona y vuelvo a ser parte de él. Puedo ver, por primera vez, desde adentro de lo que soy. Me desdoblo en un cuerpo sensible, agitado en un movimiento continuo detrás de una línea invisible que atraviesa la maleza, siento todo, adentro y afuera, las punzantes piedras que piso, el suave colchón de hojas muertas y tierra, los rasguños de las ramas, el tibio ardor del sol sobre la piel desnuda, el rozar del viento que arremolina mis pelos, la saliva que trago, el oxígeno que inhalo, el hinchar de mis pulmones, la sangre que riega mis músculos, el estómago vacío, la garganta seca, me detengo, percibo los olores, los sonidos y las imágenes como una sola red de estímulos que me empujan otra vez al movimiento, rastreo un arroyo en donde bebo, apaciguando la demanda de mi cuerpo. Cierro los ojos, levanto la cabeza y me acaricia una ráfaga húmeda que agita el ramaje, y en la increíble sensación de estar vacío de preguntas tengo la certeza de encontrar el rastro de mi presa, la busco con el conjunto de sentidos, avanzo sigilosamente hasta divisarla, espero el momento exacto y estallo en un solo impulso dirigido, caigo sobre ella y a la vez que la sostengo con fuerza le muerdo el cuello hasta arrancarle un pedazo de carne y trago, 44 vueltas tiene un kilo de alambre negro del 17, el sabor me inunda de placer, la vida cobra sentido, el cuerpo de mi presa sigue luchando, 22 vueltas tiene el del 14, otra vez le clavo los dientes y siento el chorro de sangre chocar en mi paladar mientras termina de desplomarse. 144 es una gruesa de tornillos, trago otro bocado de carne fresca y con ella también absorbo su vida, masilla se ablanda con aceite de lino, un sonido gutural proyecta mi garganta rebosante de emoción placentera, miro alrededor evaluando algún indicio de peligro, mi presa yace sobre la hierba espesa, la sangre se escurre por debajo, entre insectos que se apresuran, autitos con masilla andan mas rápido, rulemanes son ruedas de cartin. La tierra chupa el líquido oscuro, toma un tono marrón rojizo la lámina gastada símil madera del mostrador………………………………………………………………...
No sé cuánto tarde en entender que estaba mirando mis manos, que aún se retorcían como si estrujaran algo. Cuando levanté la cabeza encontré la mirada de la cajera, esos pequeños ojos glaciales detrás de los vidrios de sus anteojos, y su eterno gesto de desaprobación. No creo que alcanzara a comprender, pero algo instintivo la obligó a retroceder, pude oler la adrenalina brotarle por los poros, corrió a la oficina a buscar al jefe y al inútil del marido. No imagino qué pudo haberles dicho pero los tres se asomaron por el marco de la puerta. Sentí que en mi mirada viajaban las imágenes que había retenido, sobre sus pálidos rostros proyecté mi película sangrienta. Sintieron el espanto del siervo ante la naturaleza del depredador. Temblaron, y se escondieron otra vez en la oficina. Por un rato largo no los vi, pasaron las horas hasta que se hizo el momento de partir, la luz rojiza del atardecer atravesaba la vidriera, bajé la persiana y me fui sin saludar.
Por un par de semanas volví a sentir que el tiempo corría a su velocidad constante. Yo seguí fingiendo que era un trabajador asalariado en relación de dependencia, mi jefe mantuvo para sí, la creencia de que aún tenía cierta autoridad tácita, aquel lugar donde se sentía seguro, como el frío hueco de su madriguera. Los otros dos me eran indiferentes.
Una mañana, a primera hora, encontré bajo mi puerta el telegrama de despido, respiré profundo, luego puse el agua para los mates. Del otro lado de la puerta un perro olfateó el tronco de un árbol, la vecina del frente regaba el césped en el jardín de adelante, por la acequia corría un hilo serpenteante de agua turbia, una araña bajo el puente cazaba una hormiga negra.
Autor: Leo Pedra
"Dibujante y pintor. Maneja una iconografía personal nutrida de referencias musicales y literarias. Utiliza palabras, signos y códigos de reproducción o grabación del sonido superpuestos a pinturas que remiten a nombres de canciones de rock. Se apropia de registros fotográficos de las presentaciones de la revista Bichobolita, en las que participa como dibujante y escritor, o de fotografías de recitales de rock como motivo de sus pinturas; este es el caso de la serie Shuffle y Los cuatro palos. Su búsqueda radica en representar el ámbito underground de la música y la literatura local al que pertenece". También es autor de algunos libros y se pueden leer sus relatos y poesías en varias publicaciones.
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