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Vacuna china


Me anoté en la página web para recibir la vacuna contra el COVID-19. A esta altura del proceso, había distintos tipos circulando: la rusa, la china, la fabricada en india con patente de Oxford y otras tantas que no se conseguían en el país. No voy a negar que todo este tema me asustaba, ¡y mucho! pero habida cuenta de las circunstancias, me parecía la mejor opción. Ya había tenido el virus pero según los análisis de sangre no tenía anticuerpos y, claramente, no estaba interesada en volver a pasar por la enfermedad.


En un principio me entusiasmé con la rusa. Siempre había querido conocer Rusia, se me hacía un país interesante, y me generaba más confianza por las veces que escuché hablar de sus avances científicos que los posicionaban como una gran potencia. Sin embargo, cuando por fin recibí el llamado para confirmar el turno, me dijeron que la vacuna disponible, para ese momento y mi franja etaria, era la china. ¡Me había tomado meses hacerme a la idea que lo mejor era vacunarme, y encariñarme con la dosis rusa para ahora tener que cambiar mi cabeza y unirme al clan chino!


La cita fue el día de la mujer. Estuve todo el fin de semana preparándome mentalmente, diciéndome a mí misma que iba a ser un trámite, que millones de personas ya se habían vacunado y no iba a pasarme nada.


Cuando estaba nerviosa me gustaba analizar los pros y los contras, racionalizar lo que aparecían como emociones desordenadas. Y entonces me di cuenta que, por mucho que quisiera conocer Rusia, no tenía nada en común con ellos. Era morocha, no entendía otro idioma más que el español, el frío me molestaba y odiaba los gorros de piel, me parecían ridículos. En ese preciso instante, descubrí, sin embargo, que con los chinos, compartíamos más cosas que las que imaginaba: los supermercados chinos donde siempre encontraba mis sahumerios favoritos, el Barrio Chino emplazado en Belgrano, que me encantaba recorrer cada tanto, el sushi que me enloquecía y, lo más importante, “mi Chino”.


El Chino era para mí, de esas cosas de las que no te podés separar así nomás ¡Era fundamental! Le había puesto ese nombre por su nacionalidad, lo habían fabricado ahí. Se había quedado conmigo en muchos momentos de soledad. Estaba en las malas, pero también en las buenas. Sobrevivió a todas mis relaciones, y sus pilas duraban siempre más que las mías. Era imparable, insaciable. El Chino siempre estaba dispuesto a más. Con solo girar una rosquita en su base se ponía como loco, empezaba a vibrar y yo no podía decirle que no. Y si la vacuna me proporcionaba un diez por ciento de la felicidad que él me había dado, era un buen negocio.


Pasó el fin de semana y llegó el lunes 8 de marzo. Amanecí tarde y como tenía turno a las 09 am, me cambié rápido y me fui. Solo por cábala, decidí llevar al Chino conmigo. Cuando la vacuna me viera con él, seguro iba a entrar en mi cuerpo con suavidad y alegría. Fui hasta el centro de salud indicado y me puse en la fila, que salía hasta la vereda. Vestía un pantalón de jean, una blusa de seda azul, un saquito gris abotonado hasta el cuello y mi carterita negra de batalla. A pesar de encontrarme allí, aún me sentía confundida, mi corazón galopaba al borde del pánico y mi cabeza se imaginaba todas las fatalidades posibles. Después de media hora me hicieron pasar a un stand donde me facilitaron el “Carnet único de vacunación contra el SARS CoV2” y luego al segundo puesto donde debían darme la inyección.


Una enfermera muy amable me invitó a sacarme el saquito, dejar mis cosas en un escritorio y tomar asiento, mientras preparaba la dosis. Me apretó el brazo fuerte, me dijo que respire profundo y ¡zas! Introdujo en mí la aguja con la poción oriental.


Me pidió que permanezca unos minutos sentada mientras apretaba fuerte un algodón con alcohol en mi hombro izquierdo. De pronto, empecé a sentir una tirantés extraña en los ojos que hizo que me agarre la sien del dolor.


ꟷ ¿Se siente bien? - Me dijo la enfermera.

ꟷ 我眼睛疼- respondí.


<<¡¿Qué carajos está pasando?!>> pensé mientras entraba en pánico. De pronto mis palabras salían en una lengua extraña. Volví a intentarlo.


ꟷ 你很害怕,我不明白我怎么了- emergió de mi boca


Ay noooo!, me está dando un ACV. ¿Qué hice? ¡Me inyecté veneno!>> retumbaba una voz en mi cabeza.


Me levanté rápidamente y empecé a caminar desesperada por el cuarto. <<No me quiero morir>>. Llegaron corriendo dos médicos y me miraban con espanto. Entonces fue que quedé frente a un espejo que había en una de las paredes del vacunatorio y sobrevino lo peor. Yo no era yo. Mis rasgos se entumecieron cuando vi aquello. El espejo reflejaba a otra persona. Era una mujer de ojos rasgados y tez blanca, casi pálida. Tenía nariz achatada y labios pequeñitos encendidos de rojo. En mi cabello, un palillo atravesaba un perfecto rodete. Bajé mi cabeza y mi blusa se había transformado en un kimono rojo como la sangre.


Empecé a llorar totalmente alterada. Cuando logré detenerme para limpiar mi rostro, escuché unos gritos que venían de afuera. Me acerqué a la ventana y había una manifestación. La calle estaba minada de centenares de mujeres chinas con carteles que reclamaban por la igualdad. Entre ellas una serpiente de papel con montones de consoladores como mi Chino colgando a lo largo de su esqueleto. Empecé a ver de dónde venían aquellas mujeres, y todas salían del centro de salud. Tenían algo extraño en la mirada, un rasgo siniestro, atemorizante. Una frialdad indescriptible que emergía de sus ojos y combinaba con los gestos metálicos de sus rostros. Caminaban con la espalda recta y ropa perfectamente ajustada.


<<¡Era la vacuna! Nos estaban convirtiendo en un ejército de chinos. ¡Tenía que avisar al resto antes de que se transformen!>> Corrí como loca a los gritos para advertir a la gente que aún esperaba su turno. Pero en el camino me agarraron dos luchadores de sumo y no logré escapar. Me tomaron de los brazos y empezaron a sacudirme.


ꟷ ¡Lauraaaa! ¡Lauraaaa! ¿Está bien? – replicó una doctora.


Respiré una bocana de aire como si me hubiera atragantado. Estaba toda transpirada.


ꟷ Laura, ¡qué susto! Cuando la enfermera se acercó con la inyección, se desmayó. No llegamos a aplicarle la vacuna. Revisamos en su cartera para llamar a algún familiar, pero solo encontramos esto.


Y con cara de asombro sostenía en sus manos a mi querido Chino.



 

Autora: Olivia


La autora tiene 38 años y reside en la ciudad Ushuaia, provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur. Es licenciada en psicología y abogada. Trabaja en su consultorio particular y ha realizado publicaciones en diarios y revistas.


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