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Tortitas negras


Mami, hoy a la mañana te voy a llevar el desayuno a la cama. Una vez más. Como todos los días de nuestra vida desde que nos quedamos solas. No te ves bien últimamente, mami. Hace días que no te bañás y el Roby, ya hecho un pegote en el pelo, huele a todas las comidas que cociné los últimos días. Antes de que despiertes voy a bajar hasta la calle, todavía oscura y fría de invierno, y voy a caminar hasta la panadería que tiene esas cosas ricas que tanto nos gustan. Hoy te voy a comprar dos tortitas negras. A mi regreso te voy a preparar el café con leche. Voy a poner a hacer café en la Volturno chiquita y en el jarrito de inoxidable voy a entibiar la leche. Cuando el café esté preparado voy a servir en la taza mitad y mitad de cada uno, justo como a vos te gusta. En la bandeja voy a poner la azucarera para que te agregues a tu gusto. Ya no quiero que te enojes conmigo por la cantidad de azúcar que le agrego. Nunca es la correcta, siempre decís que me equivoco. Hoy voy a elegir la servilleta de hilo que te bordé para el día de la madre el año pasado. Yo sé que para vos tiene muchos defectos, pero adoro los colores que elegí. En un platito voy a acomodar las tortitas negras. Cuando llegue a tu habitación voy a golpear con la punta de mi zapato antes de entrar y vos me vas a retar porque a la puerta no se la patea. Luego, te voy a dejar la bandeja en la mesita de cama y me voy a sentar en la punta a verte desayunar, hasta que me eches. Espero llegar a ver el momento en que elijas la tortita cuyo secreto yo sola conozco. A una de ellas, no te voy a decir cual, la voy a espolvorear con el rey de los venenos. Blanco, sin gusto, sin olor. Va a quedar como la harina que acompaña siempre a las tortitas. Si comieras solo una tendrías la posibilidad de no envenenarte. Pero eso depende de vos. ¡Las de hojaldre y azúcar impalpable de ayer te las comiste todas! Si al momento de morder todavía no me echaste, voy a ver tus dientes marrones de tabaco hundirse en la ternura de la tortita. Desearé que nada se caiga ni se desperdicie. Yo voy a estar atenta para alcanzarte la servilleta y vos, con un gesto desdeñoso, vas a negar mi ayuda porque a las tortitas negras se las come poniendo la mano por debajo para juntar el azúcar y mandarla de prepo a la boca. Si elegiste la correcta le agregarás un día más de sufrimiento a tu vida, como los que me hiciste vivir desde que nos quedamos solas. El estómago te va a doler un poquito más, el azul de tu piel será más pronunciado y ese nudo en la garganta que no te deja tragar las comidas que más te gustan, se apretará más fuerte.

Te odio mami. Desde que nos quedamos solas, te odio. No sabía que te odiaba hasta que la conocí a Mariel. Y no sabía cuánto te odiaba hasta que te presenté a Mariel. Te agradezco enormemente la humillación de ese día. Siempre te estaré agradecida. En unos pocos días, si todo marcha bien, tal vez me anime y te entregue esta carta. Ahora voy terminando de escribir para que no se me haga tarde. En un ratito abre la panadería que tiene cosas ricas, de esas que tanto nos gustan.



 

Autor: Christian Olmos


Soy químico de profesión pero siempre desarrollé actividades relacionadas con el arte.

Hice música en los 90’ con un trío de rock. Actualmente curso talleres de escritura permanentemente con escritores de Buenos Aires y realicé una especialización en corrección de textos. Escribo cuentos aunque todavía no tengo ningún material publicado. Recientemente, uno de mis cuentos obtuvo el segundo lugar en el 29º Concurso de Cuento Breve del Rotary La Falda.


La red dónde se pueden ver mis textos: https://ello.co/christianolmos






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