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Piedra, papel o tijera (Adelanto para degustación)


¿TE ANIMÁS?


Aturdidas por el griterío del recreo, un poco antes de que sonara el timbre Ailén le dijo a Lena: –Te apuesto a que no te animás a darme un beso. Con un tono atrevido y desafiante Lena le respondió: –Obvio que me animo, ¿pensás que tengo miedo? Al instante, se apretaron las manos cerrando el trato con tanta seriedad que ya no se parecía a los otros juegos que las mantenían entretenidas durante las horas de clase. Acordaron escabullirse del aula en la hora de matemáticas, esa hora en la que la profesora no prestaba atención y daba permisos de salida con tal de encontrar un poco de silencio en el curso. Fue fácil pactar el lugar de encuentro, ya que el baño era lo más discreto y vacío de todo el colegio. –En el baño de planta baja, el tercero de la fila izquierda, ahí te voy a esperar–le indicó Ailén.


Con una excusa letal, Lena logró salir del aula y rápidamente se dirigió al baño. Estaba nerviosa, pero trataba de no demostrarlo, no quería que su amiga se diera cuenta de que le transpiraban las manos, que se sentía inquieta. Ailén no estaba muy lejos de ese estado, es más, en esos cinco minutos de espera estuvo mirándose al espejo, sonriendo y comprobando con su índice si los brackets podían pinchar o incomodar a su compañera. Volvió a mirar su reflejo, le dijo algunas palabras de aliento y se metió enseguida al baño acordado. Después de cerrar la puerta escuchó los pasos de Lena, que un poco desorientada entró sin golpear. Ahí estaban las dos, metidas en el baño de mujeres, a la espera de que nadie las interrumpiera y a punto de conocer las pulsiones que las habitaban.


Lena, sin dejar que Ailén reaccione, la apoyo contra la pared y mientras hacía sus mayores esfuerzos para tragar saliva se humedeció los labios para después hundir la boca en el cuello de su amiga. El vaivén del pecho hiperventilado de Ailén se hizo presente, al mismo tiempo que las contracciones que sentía en la entrepierna. Por unos minutos se olvidaron de respirar, sólo se concentraban en palparse, en morderse y en sentir el sabor de sus lenguas. Empujadas por la necesidad de tomar aire se despegaron con una exhalación ruidosa, se miraron y automáticamente se echaron a reír. Ailén estaba sorprendida porque hacía dos años atrás, cuando dio su primer beso, pensaba que todos los besos eran repugnantes, no entendía porque a todes les gustaba. Seguro fue porque en ese momento, a los doce años, no podía rechazar al chico más lindo de la escuela y debía seguir sosteniendo su imagen de popularidad, entonces besarlo sería como un trámite. Un trámite que no le gustó, le dio asco sentir el sabor del chicle de menta que seguía masticando el pibe, y de rasparse con su barba incipiente. En cambio, con Lena descubrió lo que era el placer mezclado con la suavidad y el impulso desordenado de su cuerpo, que hacía exaltar los sentidos más ocultos. En ese momento, se acordaron que tenían que volver a la clase, y para no levantar sospechas primero entró una en el aula, después la otra. Aunque sus bancos estaban separados, las dos pensaron al mismo tiempo que ya no eran solamente “amigas”, y que por suerte iban a tener clases de matemáticas todo el año.




 

Esto que estás leyendo es un adelanto de la Plaquette Piedra, papel o tijera publicada recientemente por Ediciones Frenéticxs Danzantes.

Si te gustó podés leerla completa online de forma libre ACÁ o comprarla ACÁ


Autore Wendy Huerta


Lesbiana, nacida en el conurbano bonaerense de Monte Grande. Es profesora en Letras (UNLP) y estudiante de Francés (UNLP). Habita aulas como docente en filosofía, escribe, juega al fútbol en potreros y festeja los goles como en sus cuentos.


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