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“Pantene, usaste Pantene”. Durante la primera clase de teatro que imparto en el Hospital de Emergencias Psiquiátricas Torcuato Alvear, Marcos repite varias veces el champú que usé ese día. Siempre que estoy nerviosa me arreglo como si sentirme limpia me ayudara a calmarme.


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La música resuena en la sala antigua de consultorios externos, el techo es alto, hasta las sillas rotas cerca de la pared bailan vergonzosas. Alguien que no conozco espía desde uno de los viejos consultorios, ahora abandonados. Le digo que pase a la sala y se sume, ella, una mujer de pelo negro, se sienta, nos mira y se duerme.

Grito dando indicaciones encima de la música que sale del parlantito, que se saluden, que se miren, que se conviertan en un mono, o un caballo, o una serpiente. Ariela se detiene y prende un cigarrillo, yo confieso que hace un mes que dejé de fumar. Suena Silvia Pérez Cruz, elegí mal la música, “Juliana poné cumbia”, dice Malena. “Cumbia, cumbia, poné cumbia, cumbia, ¿no conocés?”.


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Transpiro porque propongo un ejercicio tras otro, muevo el cuerpo como si moviéndolo pudiera activar el cuerpo de los que me observan presos de mi locura. Por fin alguien se ríe y aprovecho para que todo el grupo actúe la risa. Mi inseguridad se relaja.


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“Hasta qué hora es la clase, hasta qué hora es la clase, hasta qué hora es la clase, me gusta mucho Juliana, me gusta mucho Juliana, hasta qué hora es la clase”. Malena participa eufóricamente y cuando actúa no repite siempre las mismas preguntas.


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Lo nuevo me aterra, aunque cuando me gusta mucho mi vida la guardo y empiezo una nueva en otro lugar. Antes de ir al hospital estoy muy nerviosa, de no gustarle a mis alumnos, de no saber enseñar teatro, de que se aburran, de equivocarme.


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Volviendo en el colectivo empiezo a llorar, en el subte sigo, y en casa termino el último rollo de papel de váter secándome las lágrimas y los mocos. Por la noche descubro el por qué: no logro entender que Malena esté embarazada, y odio a todos los hombres del mundo. Dejo de llorar al día siguiente cuando me dicen que son las pastillas que hacen que la panza se hinche.


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En el parque del hospital, Laureano, Malena, Guillermo y Ariela fuman bajo el sol. “¿Juliana ya arrancamos?”, Malena sigue llamándome así. Me saludan con el beso argentino en la mejilla. “Fumamos y vamos”, y les digo que no tarden.


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En las asambleas de equipo del Alvear ponen en duda lo que dicta la ley y a la vez su propia manera de trabajar. Cuestionan la terminología que usa el derecho. “Rehabilitación” e “inclusión social” se emplean para referirse al trabajo que se hace en los hospitales psiquiátricos en el proceso de acompañamiento de pacientes con problemas de salud mental, pero parecería que el loco debería ser “rehabilitado” para reinsertarse e “incluirse” en lo que se llama mundo “normal”. Si bien estos términos pueden ser útiles para la formulación de algunas leyes, hay que pensarlos y cuestionarlos. En el Hospital Alvear empezaron a centrarse en la importancia del lazo con el otro, y no en trabajar la locura al interior de las paredes del hospital para preparar a alguien para salir al afuera.


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Diez personas están en un ascensor, cada una tiene un conflicto que va mostrando de a poco. Mercedes finalmente da a luz en el ascensor y Ariela aguanta entre sus brazos al pañuelo que hace de hijo. Laureano y Guillermo, atrás de ellas, se fuman un porro, Alejandro putea porque perdió el partido de fútbol y Malena canta una nana al recién nacido. Yo disimulo las lágrimas de alegría y les digo que esta escena la vamos a hacer en la muestra de fin de año.


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La muestra es abierta a las escuelas del barrio y a toda persona que quiera venir. “Que el otro entre y que el que esté adentro salga y que nos encontremos en diferentes lugares, ¿acaso no es eso la desmanicomialización?, salirse del encierro”. Esto me dice María Inés Borrás, psicóloga del Hospital Alvear desde el año 98; ella me invitó a dar las clases de teatro en el centro. Durante 2020 y 2021 tendremos que hacer frente a la desmanicomialización, a empujar a la sociedad a salir de su propio encierro mental, mientras una pandemia encerrará en sus casas al mundo entero.

Es diciembre, hace muchísimo calor y me arrepiento de haberme puesto este jean. Malena se ha pintado los labios para hacer su escena, yo imagino el pintalabios derritiéndose en su cartera. Nos preparamos en círculo, nos miramos, conectamos como siempre. “¡Zeus! ¡Zeus!”, grita Víctor, de repente. El público mira expectante. “¡Zeus! ¡Zeus!”, grito yo. “¡Invoquemos a Zeus!”. Y todo el grupo, mirando el cielo azul sobre el parque del hospital, llama a Zeus y a los dioses del Olimpo para que nos acompañen en la muestra de la escena que hemos preparado durante estos últimos meses.


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Hace dos años que las clases son por Zoom, y desde el Programa Crear del Ministerio de Cultura de la Ciudad, aprovechamos la situación virtual y hacemos capacitaciones a personal de la salud para que trabajen a partir de herramientas artísticas con sus grupos de pacientes. “Compartí mis sensaciones, mis imágenes, anoté algunas palabras” comenta un médico conmovido después de la capacitación, sin poder creer lo que hizo. “No tenemos que abandonar el saber de cada uno, pero para poder encontrarte con otro tenés que correrte de ahí, porque desde el saber no escuchás, solamente aplicás; si no te corrés de esos lugares es imposible hablar, pensar, poner en cuestión”, dice María Inés Borrás.


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“Nos vemos el martes con teatro presencial, ya estoy re ansioso”, Miguel manda un audio de whatsapp al grupo. “Martes a las 14”, escribe Malena. “A las 14 o a las 13:30”. “¿A las 14?”, sigue escribiendo. “El martes es presencial”. “El martes nos vamos a poder ver”. “Yo puedo”, me escribe ahora por privado. “Yo puedo ir el martes presencial a las 14”. “¿O a las 13:30?”. Durante estos dos años Malena no faltó a ninguna de las clases virtuales, improvisó desde el celular, desde la computadora del hospital de día, con mala conexión los días de lluvia, se aprendió escenas y enseñó, a las personas que se iban sumando, a trabajar en equipo, a traspasar la pantalla, a perder el miedo, a conectar. Mírame a los ojos, le voy a decir el martes, ahora me puedes mirar a los ojos de verdad.


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Este fin de semana vienen algunas alumnas al teatro a verme actuar, ya empiezo a arreglarme ahora, a ponerme dos veces champú, a sentirme limpia para calmarme, porque nunca había tenido un público que me pusiera tan nerviosa.



 

Autora: Júlia Rosell Fieschi


Nace en Barcelona en 1988. Es actriz y Licenciada en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Vive en Buenos Aires desde 2016, ciudad en la que actualmente trabaja como actriz y como docente de teatro en el Hospital de Emergencias Psiquiátricas Torcuato Alvear en el marco del programa Crear del Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Actualmente cursa la Carrera de Especialización en Traducción Literaria en la Universidad de Buenos Aires y la Carrera de Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes. Como actriz se ha formado entre Barcelona, Bolonia y Buenos Aires, ciudad en la que sigue formándose sobre todo con Alejandro Catalán y Edgardo Castro. Ha trabajado en obras dirigidas por Julieta Desmarás, Flora Rivière, Lucas Ranzani, Víctor Chacón y Rubén Viani, entre otras, y actualmente actúa en dos obras en cartel. También ha realizado distintas traducciones y trabaja como locutora en español e italiano. En 2021 publicó su primer libro de cuentos “Semifinal de la Champions”.


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