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El tipo está sentado en una de las mesitas que pone en la puerta el dueño del cafetín El Tano al lado del Pancho noventa y nueve que está en Moreno a media cuadra de Humberto Primo. El lugar es un tugurio sin glamur con dos mesas y cuatro sillas.


El tipo parece pensar, no sabemos en qué, pero seguro que piensa.


Toma un submarino acompañado por un alfajor de maicena de buen tamaño. Por lo que se puede ver el humo de los autos no le molesta. Juega doblando y desdoblando una de esas servilletas de papel medio brilloso y finito estampada con alguna marca de café o de azúcar. Dobla y desdobla una y mil veces y pareciera que se mira las manos mientras lo hace.


En los pies tiene puestos unos mocasines marrones gastados pero limpios y medias tres cuartos negras. Lleva un pantalón de corderoy también marrón y camisa blanca con cientos de rayitas verdes o camisa verde con cientos de rayitas blancas; saco color mostaza y corbata bordó.


En la cabeza tiene un peluquín del color de los cucuruchos de helado. Gastado como los mocasines pero igualmente limpio y prolijo.


Tiene bigotes tupidos, canosos y amarillos. Lleva anteojos espejados que según cómo le pegue el sol te encandilan o le podes ver los ojos.


Termina el submarino y el alfajor y del atado de parisienes que tiene sobre la mesa saca un pucho y lo prende muy lentamente.


Sobre la mesa tiene una libreta roja no muy grande y del bolsillo de la camisa asoma el capuchón de una Bic. La agarra, a la libreta, anota algo y la vuelve a apoyar.


Finalmente se levanta tirando el pucho al medio de la calle, paga sin dejar propina, agarra el atado de cigarrillos y la libretita y se va para el lado de Garibaldi. Lo vemos subir a un Fiat Palio. Es un tipo de un metro sesenta y cinco y de unos cien kilos aproximadamente.


Como siempre que tiene alguna recaída se levanta temprano con una resaca del infierno y vomita. Se toma un Uvasal y vuelve a vomitar.


Vive en una de esas casa quintas que están cerca de los laboratorios YPF, dos cuadras después de Calchaquí yendo para el lado del río. Es un barrio tranquilo, de mucha sombra y calles zigzagueantes entre pequeñas plazoletas y casas de fin de semana.


Le gusta la soledad y el canto de los pájaros.


El repartidor de diarios del barrio tiene permiso para abrir el portón de entrada e ir hasta la puerta del caserón que está en el fondo del terreno y dejar el diario de lunes a lunes. A fin de mes se encarga de ir a pagar la cuenta.


Sólo lee los policiales, el suplemento deportivo y el cultural. Los sábados se hace entregar también la Ñ.

Los policiales porque le encanta arrancar el día despotricando contra los negros chorros de mierda que hay que matarlos a todos por inmorales y promiscuos. El suplemento deportivo por que ama el futbol. Es hincha de River pero consume todo lo que se refiere al futbol salvo la liga europea porque dice que son todos putos.


El suplemento cultural lo lee más que nada porque le gusta informarse de todo lo que se refiere al medio literario.


Lee fervientemente a los ganadores del premio Clarín Novela. Lo primero que leyó fue Combi, después no pudo parar.


Estando en alcohólicos anónimos le daban un ejercicio en el que tenía que escribir poesías para poder poner en palabras escritas lo que no podía decir con la voz. De ahí su gusto por la lectura y la escritura. Descubrió un mundo y no pudo parar. Una vez se animó a ir a leer a un recital de poesía a un bar pero medio que se le cagaron de risa. Palabras más palabras menos le dijeron que era una cagada lo que escribía, que se dedique a otra cosa. Él siguió escribiendo.


Después de desmenuzar el diario y fumarse tres parisienes y volver a vomitar, sale del caserón y avanza por un camino de grava que parte el pasto en dos con una curva final hacia la izquierda que va hasta donde tiene una oveja pastando atada con una cadena de aproximadamente dos metros.


Como andas Rosa le dice, y la suelta. Mientras Rosa sale caminando lentamente su mano derecha se desliza por el lomo pomposo del animal.


Finalmente sale por el portón de entrada, se sube a su auto y se va a desayunar. El sol está terminando de salir.


No le gusta desayunar en la casa; siempre lo hace en el mismo lugar, en el cafetín de El Tano.


No trabaja. Vive de rentas por herencia familiar. Es solo.


En la guantera del auto guarda una libretita roja. Capaz que se le ocurre algo.


Negros, putos y judíos esquivalos, le decía el padre. Tenés que ser un zorro, tenés que estar atento pero no como esos perros muertos de hambre, como los negros, que guardan por guardar y comen por las dudas. No. Tenés que ser un zorro. Tenés que estar atento a la jugada, le decía.


Y él, entonces, hoy día mirando por la ventanilla del auto masculla.


Cada vez está peor el centro. No se puede venir más. Mirá mirá está lleno de negros. La culpa es de la yegua hija de puta. Les hizo creer no sé qué mierda les hizo creer.


El sida es una enfermedad de los putos y drogadictos, porque si es drogadicto seguro que es puto, el padre decía.


Mirá las negras catingas llenas de crías. No deben saber ni quiénes son los padres. Se garchan entre familiares y después paren como conejas hijos mogólicos para sacarle guita al estado. Yegua hija de puta. Bien muerto está el bizco.


Lo mejor que le pasó a este país fueron los milicos, lástima que se quedaron cortos, decía el padre.

Prefieren revolver la basura antes que trabajar. Negros de mierda son como chanchos. Son felices entre la mugre mientras tengan vino berreta, un tacho donde revolver y cumbia.


Acá habría que haber hecho como hizo Fujimori y castrar a todas las negras, vociferaba el padre.


No hay moral, no hay cultura. La culpa la tienen los montoneros de mierda que siguen robando con el curro de los desaparecidos y toda esa mierda de los derechos humanos. Acá hubo una guerra y no quieren entender que perdieron. Yegua hija de puta.


A las villas hay que rociarlas con detergente y kerosene y prenderlas fuego, comentaba el padre. ¿Para qué el detergente? preguntaba el hijo. Para que se les pegue el fuego y no lo puedan apagar, explicaba, didáctico, el padre.


El niño, el hijo heredero, imagina el incendio, ríe y estaciona.


Con alcohólicos anónimos va bastante bien. Cada tanto tiene una recaída, pero nada del otro mundo. Nada en comparación a lo que era antes.


Lo que lo pone ciego y lo hace tomar alguna que otra vez es el fútbol. No es que siempre se la pone en la pera, más que nada es con los partidos que considera trascendentes. De vida o muerte. Por ejemplo el último partido jugado entre Boca y River.


Eran las tres de la tarde de un domingo de primavera soleado. Domingo cinco de noviembre para ser más precisos. Ya se había chupado cuatro birras habiendo arrancado al medio día. A las seis de la tarde cuando comenzó el partido casi que tenía liquidado un cajón. Sólo había comido un plato de fideos moñito con aceite, queso de rayar y un huevo duro.


En el entretiempo estando River perdiendo por un tanto contra cero se fue hasta el quiosco del barrio y se compró otro cajón y un par de botellas de vino tinto.


El encuentro terminó dos a uno a favor de Boca. Cada tiempo de un partido de fútbol dura cuarenta y cinco minutos. El cajón de cerveza trae doce envases llenos. Siete son vaciados durante el transcurso del segundo tiempo.


Teniendo en cuenta los cuatro minutos adicionales se podría decir que se tomó una birra cada siete minutos.


Estaba sacado y borracho. Vomitó, rompió sillas, platos, envases vacíos, las botellas de vino llenas y vasos. También puteó. Llorando y tambaleándose se fue a la pieza a buscar las botas de lluvia, las vendas y las medias gruesas altas.


Cuentan que si te querés coger una oveja sin que te lastime por las patadas tenés que ponerte unas botas de goma tres o cuatro números más grandes de lo que necesitas una vez que te hayas cubierto bien los pies y piernas con vendas y medias. Luego tenés que encajar las patas traseras del bicho dentro de las botas.


Cuando la ensartás corcovea. Va a intentar cagarte a patadas pero no le va a servir de nada. La esperanza es lo último que se pierde.


El candado australiano le dicen.


Para reforzar la agarrás un poco fuerte de la lana de la parte de arriba del cogote, o sea, de la nuca y listo.


Es muy parecido a un toro mecánico. Dicen.


Lunes a primera hora. Se levanta y hace todo lo que ya sabemos qué hace día tras día. Y lo que no sabemos también. Hermético.


Y así, la vida sigue.


 

Autor: Ignacio Sambucetti


Mi nombre es Ignacio Sambucetti, tengo 41 años, soy docente de historia y toco candombe.


Imagen de Grosz intervenida digitalmente


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