¿En tu casa o en la mía? Hunting hugs (Adelanto para degustación)
Prólogo
A veces pienso que debería escribir relatos fantásticos o enmarcados en otros mundos. Luego recuerdo que es la primera vez que leo (escribiéndolo) un relato erótico sobre una mujer y un varón trans, por ejemplo. Y esto incluye en gran medida a la televisión y al cine.
Por allá hace muchos años (más de una década), recuerdo haber visto algo de eso en la icónica película Boys don´t cry que nos muestra una historia de amor entre personajes de estas características pero en la trama tiene más peso la tragedia y la denuncia, por la discriminación y finalmente la transfobia que deriva en un abuso sexual en manada. Es una de esas tragedias que, hoy por hoy, ya agotan nuestra realidad repleta de noticias de crímenes de odio por género pero en su momento fue importante para hacerlo visible. También nos mostró algo sobre la transición, el miedo, la impunidad, la vulnerabilidad, la ignorancia y la soledad.
Siguiendo con esta línea podría mencionar pequeñas secuencias en películas de Almodóvar, donde hubo un encuentro apasionado entre una drag queen y una mujer en Tacones lejanos, otro film donde se ve una relación unilateral entre una mujer y una travesti, relación que dio fruto al nacimiento de un niño que es el protagonista de Todo sobre mi madre. También podría mencionar El lugar sin límites, cuando nos cuenta cómo fue concebida La Japonesita.
Afortunadamente en la actualidad encontramos algunas representaciones nuevas de cine independiente o de autor como la película de Xavier Dolan, Lawrence anyways, la película alemana Romeos (2011), por nombrar algunos ejemplos que incluyan romance y cierto erotismo, o de alcance más masivo podría nombrar la telenovela argentina 100 días para enamorarse (personaje secundario es un adolescente trans), Euphoria (romance lésbico y trans), The L world, entre otras tal vez menos conocidas o breves, como en El fin del amor (Tamara explorando su sexualidad), entre otros.
Creo que actualmente, sin dejar de lado la lucha social y política, buscamos algo que leer donde haya ternura, romance, placer y erotismo, representación de estos aspectos de la vida también sin finales trágicos por defecto. Porque somos cuerpos sexuados, somos cuerpos sintientes y merecemos también salir un poco del dolor que ya experimentamos en el día a día.
Esta serie de relatos que les presento es simple, es un gesto de este pensamiento, de estos sentires. De este vacío que al menos yo, sentí durante toda mi vida (hoy estoy lejos de esa mujer con la que empecé explorando mi sexualidad y habito una identidad no binaria o de género fluido, y además soy pansexual) en lo que respecta a la literatura y al erotismo, incluso en la pornografía (es difícil encontrar porno de hombres trans como protagonistas que no sea gay o de mujeres trans dirigido al consumo masculino hetero cis).
Otra cosa que quise reflejar fue el crisol de emociones que surgen en el encuentro sexual: desde el frenesí, la satisfacción, la ternura, la ansiedad, el miedo, a veces la disforia presente, pero también la empatía, el cuidado y el empoderamiento. Además como una forma de enfrentarme a la idea de que a veces mostrar nuestros deseos más profundos nos hacen sentir vulnerables y que esto se puede transformar.
I. Bottom viking
Físicamente me gustó mucho, era del tipo de hombre que parece un vikingo. Uno en miniatura. Rubio, ojos verdes, barba pelirroja, rasgos delicados pero masculinos, de contextura mediana, curvy como (me gustan los ositos). Aunque un vikingo disfrazado de intelectual: estilo de ropa un poco anticuado y sobrio, como cualquier futuro profesor de Historia. Tenía una mirada muy particular, como desafiante, suavizada por los grandes lentes que usaba. Sin ellos pensabas que te penetraba hasta el fondo de tu alma. Aclaraba en su perfil que era un varón trans. Además llevaba en su nombre al mismísimo Alejando Magno, un nombre poderoso.
Al principio, y considerando que fuimos hijos del siglo, yo tomé el papel que creía que me correspondía (es decir, como era una mujer debía ser pasiva, rol que no me gustaba pero que resignaba cuando se trataba de salir con hombres), y él también, como varón, el de ser activo. Pero en el fondo nada de esto era así: él quería a alguien dentro suyo, y por fortuna yo quería lo mismo pero al revés. El primer panorama cambió justo antes de nuestra primera cita.
Sexteamos de esta forma: yo lo tomaba en un rol dominante y activo, y él en un rol sumiso y pasivo. Sonaba como la mejor coincidencia. La química y la fantasía sólo provocaron una inquietud que se alojaba en nuestras entrañas y que urgía aliviar, una ansiedad galopante y feroz que se apoderó de los dos, y paralizó por completo nuestras vidas. La idea de estar arriba de él y cogerlo, me hacía delirar. Me provocaba con su rol de “putitA”, como le gustaba que le llamaran cuando se ponía todo sumiso, y yo no tenía inconvenientes en dejarme llevar por mis impulsos.
Cara a cara pasó algo fuera de lo planeado: hablamos durante horas de temas totalmente fuera de la dinámica sexual. Hablábamos de cualquier cosa, y mirarnos a los ojos era encantador. Me perdía en su sonrisa, en sus mejillas sonrojadas y en los rizos de su barba. Me divertía pensar que esa apariencia ruda, su porte de vikingo era por completo una fachada.
En medio de una de las tantas conversaciones dijo, de golpe y sin preámbulos: "me encantás". Sonó como un hechizo que hizo que mi deseo se encendiera de nuevo, pero aún así no dije nada. ¿Tenía miedo tal vez de dar rienda suelta a la pasión contenida? Pareció aceptarlo.
Caminamos y hablamos con apenas algunos roces de nuestros cuerpos que erizaban cada uno de mis poros, y no entendía por qué estába dilatando tanto el encuentro de nuestras pieles. Hasta que pasó, de la misma manera que esa confesión, de súbito y sin previo aviso: me detuvo y me besó. Suave, torpe, gentil, caliente. Sentí su respiración agitada, y cedí paso al desenfreno. Nos besamos con furia. Yo era todo lo contrario a él: brutal, agresiva, desesperada.
Mi mente quedó en blanco cuando me dijo que "no daba más de la calentura" en un hilo de voz, entrecortado, casi gimiendo en mi boca. Le propuse ir a un telo aunque yo estaba igual y no podía pensar con claridad. Solo sabía que quería explorar cada rincón de la persona que me sostenía la mano con suma delicadeza, cómo a un tesoro. Este contraste entre su imagen y su forma de actuar me resultaba fascinante.
Finalmente en la habitación lo ataqué, me lo comí a besos mientras entrelazábamos nuestras piernas. Lo agarraba fuertemente de las nalgas, atrayéndolo y apretándolo contra mi cuerpo, rozando nuestras vulvas sobre la ropa. Me dijo con una voz muy bajita, aguda y entrecortada que estaba mojado, y que estaba totalmente entregado para que le hiciera lo que yo quisiera. No podía concebir lo obsceno que me resultaba que hablara así.
Me palpitaba todo el cuerpo de sólo pensar que, en breve, iba a sumergirme en el suyo.
Cuando le desabroché la camisa quedé absorta por un pequeño detalle: tenía puesta una venda en el pecho. Me aseguró pacientemente que no le dolía, pero que no se la tocara y que podía seguir. Entonces le quité el resto de la ropa y mientras le acariciaba el cuerpo sentía cómo se estremecía, lo que hizo que me animara a dirigir mis manos hacia su ingle. Hacia su vulva.
Era la primera vez que tocaba un clítoris tan grande, el cual estaba muy duro y caliente. Después de presionarlo y masajearlo, cosa que produjo unos cuantos gemidos de placer en mi compañero, bajé y me acomodé entre sus piernas. Me lo devoré y su sabor me quedó grabado para siempre. Le gustaba que jugara con mi lengua en la parte superior de su clítoris y también que me lo metiera por completo en la boca, haciendo succión.
El sabor de su éxtasis no tardó en llegar y fue inolvidable, pero más aún su rostro: me miraba con ojos vidriosos y estaba rubicundo, un cuadro adorable y ardiente.
Nos fundimos en un abrazo tembloroso y compartimos el sabor de su orgasmo. Le pregunté si quería que lo penetrara y me dijo que sí. Mi cuerpo vibraba de pies a cabeza y ya no daba más de la excitación. Me puse el arnés con dildo y me abrazaba mientras me lo cogía, una y otra vez.
No puedo describir lo delicioso que era tenerlo en mi hombro gimiendo de placer. Con el roce acabé mientras lo hacía, empapando las sábanas, no una sino varias veces. Hasta le pedí que me cabalgara la pija, tomándolo por las caderas y me deleitaba sentir cómo se movía contra mí.
Definitivamente ambos compartíamos el mismo nivel de energía sexual ya que perdí la cuenta de los orgasmos, y lo inagotable de nuestras fuerzas. Pero lo mejor fue cuando empezamos a rozar nuestras vulvas, ahí experimenté el mayor placer sexual de mi vida. Encajábamos perfectamente y su clítoris tan grande a veces llegaba a rozar el mío.
Encima de mí, me hacía sentir sometida con sus movimientos y me miraba de forma desafiante, lo que provocaba que lo hiciera cambiar de posición, para pasar a dominar yo el vaivén con el que nos frotábamos. Me gustaba ese juego, esa lucha de poderes. Por último me penetró con sus largos dedos y me cogió con ellos hasta que lo agarré del cuello y lo atraje hacía mis labios, y nos besamos mientras me tocaba y me derretí por completo en su mano.
Él había conquistado el territorio de mi cuerpo.
Esto que estás leyendo es un adelanto de la Plaquette ¿En tu casa o en la mía? Hunting hugs publicada recientemente por Ediciones Frenéticxs Danzantes.
Autorx Lei Heitzler (27 años)
Oriundx de la ciudad de Quilmes, en Gran Buenos Aires. Estudiante de la Universidad Nacional de La Plata de la carrera de Profesorado en Letras. Se dedica a la docencia.
Esta selección de relatos cuenta muchas de sus experiencias juveniles habitando el cuerpo de una mujer que no se termina de hallar en la cisgeneridad y abiertamente pansexual.
Instagram @lei.heitzler
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