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En la boca del lobo


En la boca del lobo me fui a meter. Mí nariz percibía aroma polvoriento dulce a Villa Mabel. El tiempo arrastraba nubes que se hundían azul. Abajo raspaba el asfalto de las Provincias Unidas. Tenía que doblar. Doble despacio. Doble mal. Doble como en Perpetua. Era la otra. Me recosté en la curva que sigue. Aceleré. Re corta la historia. No. No querés volver. Volvés. Me guardo lo que me queda. Le pido fiado. Ya me conocía de la obra; fue un par de días a laburar. Caí. Me pide que me siente. Con carpa me hace señal de los vecinos de enfrente como pedido de discreción. Me senté. Me convido vino. Me pidió la llave de la moto. No sé por qué se la di. Conocía a sus parientes en la medida que sólo habíamos parado un par de veces. No. No era suficiente tiempo para prestarle la moto. Cuando medite sobre eso ya había desaparecido. El que ahora tripulaba la aeronave 110 no dormía hace más de un día. Por lo menos fue lo que me dijo el mulo que me fio la sustancia. El aire se me hizo tenso. Duro. Pienso en el tiempo; ese espacio donde se chocan los cuerpos.

–Ya va a volver, tiene alto respeto –me dice el mulo sonriendo corte border.

Se levanta. Se mete para adentro. Desaparece en el negro inmenso de la casa. El minuto pasa denso. Agrio. Anochece despejado.

Ruido de frenada. Aparece la moto. Arroja la llave que suena como un disparo seco sobre la mesa. Le tira flores a la aeronave. Me sirve otro tinto. Seguía tenso. Se levanta a darle de comer a sus dos perros marrones de cabezas gigantes. Sí. Los conozco. Los había visto la otra vez que vine. Se mete para adentro. Se pierde en la oscuridad inmensa de la casa. Desaparece.

Hago un espacio interno para entender la presencia; estaba sentado en una mesa solo. Veo un vaso de vino. Un mazo de cartas. Ahí. En la vereda de la onda de la villa. Tengo arriba una medialuna angosta rodeada por una capa de luz húmeda. La noche de abajo me refleja un vago.


–Una de quinientos –sus pupilas estaban en erupción.


–Ya te atienden amigo –le digo por lo bajo, casi hundiéndome.


Miro para adentro a ver si alguien salía. Se metió solo a la casa. Desapareció en su sombra. Me sentí incómodo. Con los vecinos mirones de enfrente. Pensé en irme. Voy a la moto. Le pongo la llave. Trato de darle arranque pero no quiere. Después de un par de patadas calculo que no debería irme así sin saludar. Se lo puede tomar como falta de respeto. Bien o mal nos íbamos a volver a ver. Me bajé despacio. Miré bien adentro. No vi nada.


–Me voy –le digo al oscuro negro inmenso de la casa. Nadie responde.


En la mesita veo un tinto. Un mazo de cartas recién cortadas para que lo junte la mano y reparta. Le di un trago largo a la noche fresca con su aroma polvoriento dulce. Hundido. Bien hundido. Cuando no tenía el vaso mezclaba las cartas como si jugará con alguien. Ahí. En el vacío de la villa. Con la noche tiroteada por estrellas que ahora se veían cerquita. Como si estuviesen en el hipódromo. Todas muertas.


El tiempo es ese vacío donde deambulan las partículas, se chocan formando cuerpos como estrellas de mar, latas que flotan en el río, ramas de árboles arrancados ¿En qué momento llegué al hipódromo y compré una lata? Se me vienen retazos de imágenes esperando un semáforo. Luz naranja. Una Shell. Birra. Nafta. Sí. Eso pasó hace un rato.


Hago un espacio interno para entender la presencia; estrellas de mar se derriten por todas partes. Derraman un líquido viscoso que se arrastra zigzagueando como escolopendra.


Me apuntan como objeto de ataque. Me empiezo a reír. Pestañeo rápido para volver al mundo real. Hundo los ojos. Abro; estaba el hipódromo intacto. Con máquinas que arrancan árboles estacionadas. Descansando de una jornada asfixiante. Cómo si tuvieran vida. Bajo ese tiroteo de estrellas muertas que alumbraba la noche.


Me subo a la aeronave, le di un par de patadas hasta que cedió. Arrancó más atenta a los patrulleros que a los semáforos. Pensaba en la partícula diminuta y el vacío.


El elefante rojo me acorraló contra la muchedumbre. No. No reconozco a nadie de los cuerpos que me rodean. Solo a uno. El Jona; tenía como alma gemela una tacuara del Mosconi. Y un llano envenenado como tabique. Hablaba duro. Parece que el tiempo se acelera. Pero no. Solo es un espacio donde se chocan los cuerpos. Destellan chispas del suelo. Se arma una pelea de cuchillos. Caen patrulleros.


–Toquemos la lata –le digo al Jona señalando a la aeronave. Lo dejo en las cinco esquinas. Bajo por Ramírez hacía el sur.


Quería hundir el asfalto de Racedo. Tenía que doblar. Doble despacio. Doble mal. Está todo cortado por las obras. Me quedé estacionado respirando el panorama asfixiante. Pensé en las traiciones que nos dominan. ¿Ese espacio donde deambulan las partículas será sinónimo de angustia?. Encaré para el lado del puente y la vía.


El cielo amanece con ese sonido de algodón que hacen las nubes cuando chocan. Sentado un barbudo en situación de calle da un aullido vacío; está bostezando. ¿Partícula será sinónimo de fracaso? ¿Deambularán en la angustia formando cuerpos dominados por grandes traiciones?. Hago un espacio interno para entender la presencia; estoy sentado en un vagón abandonado. ¿En qué momento llegué al Juanele y compré una lata? Se me vienen retazos de imágenes. De cuchillos. Cae la yuta. Se esparce la gente. Ese que sonríe corte border ¿Lo tengo de la villa o es otro cuerpo del elefante rojo?. Estaba peleando hasta que quedó solo tirando facasos a lo loco. Se la encaja a un rati. Al estómago. Escarba bien adentro. Hundido. Bien hundido. Le disparan a quemarropa. Sí. Eso pasó hace un rato.


 

Autor: Vito Bohardilla


Foto de Diego Osses

Aficionado a la fotografía analógica, utiliza este medio de expresión como un espacio para desarrollar su creatividad a través de ejercicios con diferentes rollos, lentes y temáticas que van desde el retrato hasta lo más onírico y fantástico; aún en busca de un estilo que lo defina.

Actualmente reside en el territorio de Temuko en donde ha montado dos exposiciones, también como ejercicios que forman parte de su crecimiento en el mundo de la fotografía.

Otros datos de menor importancia que completan su perfil: Nació bajo el signo cardinal de cáncer el 87', aunque no cree en la adivinación estudia el tarot marsellés hace diez años, prefiere la cerveza negra. Tiene dos gatos.


Sus trabajos pueden verse en Instagram @dobleosses


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