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Centaura



No veo nada de malo en querer habitar fantasías nórdicas,

también es un lenguaje en el que se puede vivir.

Hay tejidos subcutáneos a los que sólo se llega hiriendo

las superficies heridas.



Te miro por la ventana cuando te vas. Es decir, te miro irte, te veo yéndote.


Veo el último vestigio de vos en ese aroma vacío que deja la estela del tintineo de tu sombra.


Los ojos se me hacen líquidos. El patio queda solo.


Debajo de la parra está la mesa con el mate de ayer de tarde. Pero hoy todo se ve más chico, como si fuera ínfimo. Ayer éste era un mundo completo, hoy la luz de la mañana lo revela parte diminuta de otra cosa, de un mundo mayor, de una inmensidad más compleja. Algo para lo que esto sólo es un detalle que pasa inadvertido.


Los restos de tabaco, los vasos con fondo de vino en el piso, al lado de donde estuvimos sentados de noche mirando el cielo, tratando de entender nuestra propia esencia de gente rota.


Y cuando vimos que no podíamos, que era imposible, que nunca nos íbamos a desenredar de esta madeja tan confusa, nos entregamos a sentir los deleites que nos están reservados a veces; cuando se confabulan los devenires y el magnetismo terrestre nos empuja sin poder evitarlo, el uno contra el otro, con ruidos estridentes.


Recorridos que comienzan y se postergan en la membrana sensible que nos recubre, que nos hace humanos, y que con terminaciones nerviosas nos separa del resto del universo. Pero que a la vez, en esos pequeños instantes de cosmos, es la piel que nos funde en ese espacio sin forma y demencial.


Había paredes firmes de aire espeso que separaban el afuera y el adentro. Adentro era nuestro castillo de seres embrujados. Afuera, todo el resto. El planeta tierra con toda su estupidez.



La claridad de la mañana conquista todos los espacios, cada rincón.


Me miro las manos. Me descubro otra vez, soy yo, el mismo yo.


Apago la luz de la mesita que había quedado prendida alumbrando nuestra charla interminable después de comer fideos con queso y aceite.



Pasamos preparándonos toda la noche para esta despedida, que fue como todas las despedidas que tenemos, triste.


Y ese patíbulo de besos interminables, de bailar unos temitas despacio, de que los cuerpos se rocen mucho, de hablarnos de cerca, de contarnos cosas de cientos de años, que el alcohol cale hondo.


Y permanecer así hasta que el mundo deja de latir otra vez.


Se abre el portal, el hoyo donde suceden las cosas y lo habitamos hasta que el sol sale y hace relucir su fuego, y ahí nos quemamos, se nos salan las heridas. El reloj de la pared se enfurece y nos arroja sus agujas con veneno a los ojos.


Sabemos militar las distancias y las despedidas. Somos profesionales de la soledad y del dolor.


Y te vas. Una vez más.


Y te llevás la parte de mí que se va con vos siempre.


Y me dejás la parte de vos que queda conmigo, este hueco hondo como mil mares que me queda abierto acá adentro y no se cierra más.

Y me enrosco en mí mismo, sobre mi propio abismo. Y me hago un bollo. Y me caigo para adentro.



Pongo música en una radio vieja. Suenan las melodías de siempre. Los pasajes sonoros a nuestros lugares favoritos.


Me acuesto en la hamaca paraguaya hongueada del patio, tratando que la luz del mediodía y su calor renueven un poco el pedazo de pecho que me quedó perdido entre las costillas vacías.


Vuelvo al estado de fantasía que me protege.


Me acurruco en mi densidad.


Vuelvo a perderme en tus manos morenas sujetadas a mi pelo largo y negro como para no hundirte en el momento que irremediablemente te hundís dentro de tu cuerpo en éxtasis.


Allí pasaré lo que queda del día.



 

Este cuento forma parte del libro Fragmentos de Mundos que se publicó durante el 2021 en Ediciones Frenéticxs Danzantes y que se puede conseguir acá


Autora: Marina Klein


Soy autora también de los libros de cuentos “De Fauces al Subsuelo”, “Danzando entre la Nada y la Furia”, la novela “Trashumantes”, y de las plaquettes “La vida secreta de quien come en la cocina”, “SEAMOS Libres que lo demás no importa nada”, “¿Te gustó coger?”, “Georgina Orellano Puta Feminista”, '"El día de Adela" y “Donde los muros eran de niebla” editados por Ediciones Frenéticxs Danzantes. También dirijo la Revista Extrañas Noches y la editorial recién mencionada.


Nací en Buenos Aires en el 74, viví en esta ciudad hasta más o menos los 20 años y desde ahí hasta el 2012 anduve por el mundo viajando y quedándome largos períodos en distintos lugares de América Latina. En ese tiempo realicé un tour por distintos oficios, escribí para varios medios crónicas de viaje, tuve un programa de radio, limpié casas, hice gorritos de hilo y hasta llegué a tener una pequeña fábrica de joyería artesanal.

Cuando volví hice la carrera de sociología, donde además de aprender un montón, una vez más, me di cuenta que la academia no es lo mío.


Todos los libros se pueden descargar de forma gratuita en la biblioteca libre de Ediciones Frenéticxs Danzantes

O adquirir en físico en el catálogo de Ediciones Frenéticxs Danzantes


Insagram @marinakleinx



Imagen de Leonardo Lamberta

Se puede ver su obra en @leolamberta



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