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A la sombra del río


Nunca los llamábamos por sus nombres. Él decía mi señora esto o aquello y yo decía mi esposo tal o cual cosa. Tampoco hablábamos de ellos. Los nombrábamos como referencia, creo, para recordarnos nuestro propio lugar. Mi señora rompió su celular, usará este, me comunico en cuanto pueda. No, mi esposo estará en casa, si traés esos libros acá no tendré excusa para no presentarte, mandalos con un cadete. Estuviste un tanto ausente. Es que discutí con mi señora antes de venir. ¿Por qué te pasa eso Sukimuki?, porque soy la madre de mi esposo.


Tampoco hablábamos de nuestros trabajos o nuestros amigos. Nos limitábamos al sexo, a tener sexo, a hablar de sexo.


Qué árboles inútiles las palmeras. Son sospechosamente rectos. No parecen hechos por la mano de Dios

¿Por qué decís eso?

Porque a Dios le gustan las imperfecciones, las cosas inacabadas, torcidas, frágiles, desconcertadas. Las cosas como nosotros dos.

¿Y las palmeras?

Ellas se ven tan seguras de sí mismas, tan altivas, tan erguidas como el ángel que no se postró ante Él.

Pensás cada cosa que a veces creo que estás loca.


El hotel era viejo, tan viejo que aunque no lo estaba parecía sucio. Las camas rechinaban, parecía que iban a desarmarse con nuestros movimientos. Nunca dejamos de asombrarnos de la grifería de los baños, sobre todo la de la habitación colonial, porque el hotel tenía habitaciones temáticas. Nunca elegíamos la misma, no sé por qué, tal vez porque era lo único que podíamos controlar o elegir, esa habitación, pequeña y oscura.

“Me llevaría la canilla de la ducha”. “Yo la del lavabo”. “Es de bronce, debe costar una fortuna hoy en día”. “Es bellísima, esa, la que es una cabeza de ave, ¿qué es?”. “Pato parece”. “No debe ser pato, debe ser cisne, por el cuello”. “A mí me parece pato o gallareta”.

Reíamos, reíamos allí desnudos en el baño, agachados, analizando los detalles de la grifería, las plumas de pato o de cisne. Teníamos algo de ridículos con nuestros cuerpos que comenzaban a envejecer, a aflojarse, a caerse hacia la tierra como adelantándose a su destino irrefrenable. La tierra que los guardaría junto con ese amor que no podíamos nombrar.


Nunca hablamos de amor, nunca. A veces lo pensábamos, lo sé, estoy segura, solo a veces. Cuando eso ocurría nos íbamos antes, antes que el teléfono sonara. Terminó el turno señora. Gracias. “Terminó el turno, Heathcliff”. “¿Sí?”. “Sí, ¿vamos?”. “Sí”.

Esas noches nos íbamos antes de escuchar el timbre del teléfono.

Por casualidad fue. Por casualidad y por necesidad también. De sexo, decíamos, pero era de amor, de sentirse amado aunque fuera un rato. Amados acariciados deseados.

Durante el tiempo que transcurría entre uno y otro turno posible hablábamos por chat. Algunas veces hablábamos una semana, otras un mes o más. Hablábamos ajenos a la vida que nos contenía: la familia, el trabajo, los hijos. Mi señora. Mi esposo.

Hablábamos entre tareas de oficina pero sobre todo de noche. De noche, a la hora en que él se servía un whisky, sentado en su living frente al televisor o la PC o no sé, nunca supe, él me decía pero yo nunca pude imaginarlo, verlo en mi mente en otro lugar que no fuera el auto rojo, con su cabeza rozando el techo. Así lo recuerdo, extendiéndose hacia el asiento del acompañante para abrirme la puerta. O desnudo, también lo recuerdo desnudo mirando la grifería, en esa pose un tanto grotesca, es que es alto, muy alto; y delgado.


Nos gustaba hablar de sexo, lo llamábamos jugar. Lo hacíamos con un impudor infantil, jugando, tratándonos de usted.

Sukimuki me gustó mucho el encuentro. Me sentí bien y pleno. Fue emocionante. Y uno no deja de descubrir cosas.

¿Como cuáles?

Una, la capacidad de emocionarme con un encuentro. Otra, descubrir lo lindo que fue acariciarla. Y sigue la lista. Hubiera seguido haciendo el amor.

Yo también.

Me sentí muy libre, muy pleno. Me gustó tanto su cuerpo. No sé si podré hablar mucho pero tengo que decirle algo.

Diga.

Me tiene muy para arriba.

¿El ánimo o el deseo?

Entre otras cosas.

Enumere.

El ánimo, el deseo, la pasión, las ganas… el sexo.

Si sus palabras me subyugan imagínese lo que hace su abrazo.


Chat:

¿Por qué entró en mis sueños anoche, Sukimuki?

Para entregarle algo a cuenta de lo que le entregaré en algún momento.

Voy a besarle todo el cuerpo y espero que nos sintamos libres para explorar y conquistarnos. Y le comento ….me despierto pensando en lo que pasó e imaginando lo que vendrá. Quedó en silencio, Sukimuki.

Quedé turbada.

Jajaja

Estoy impaciente por tocarlo y eso se transforma en una sensación física muy muy fuerte y yo nunca sentí ese impulso. Sentirlo como deseo físico es turbador Heathcliff, hay zonas de mi cuerpo que reaccionan de solo pensar en usted.

Me gustaría que me susurre al oído lo más hot que se le ocurra ...con pocas palabras y sin eufemismos.

Tengo todo un día para pensarlo.

No. Tiene que ser ahora, así espontáneo.

Audio: Quiero que me penetres que me cojas hasta hacerme aullar como una loba (me tiemblan las manos, ahora vos, decime vos)

(Me morí bien muerto) Audio: Quiero penetrarte y penetrarte y cogerte y cogerte toda la noche, quiero que aúlles toda la noche. Quiero, quiero todo de vos. Quiero hacerte todo y que me hagas todo.

Mi vientre estalló, no quiero ni imaginar cuando me toque.


Sukimuki, así me llamaba. Escribí sipi una vez, por jugar, y él supo, supo que era una cita de un cuento para niños. De ahí en más fui Sukimuki. Yo lo llamaba Heathcliff, por la tortura, por esa tortura muda que caía de sus ojos, era como un animal herido y furioso que a veces salía para abrazarme, que a veces brotaba de la pantalla del teléfono y oscurecía mi cama, mi habitación, mi casa toda. Nos nombrábamos como personajes de cuentos para no nombrarnos, para no ser reales o tal vez para serlo, para ser más reales que los humanos, más reales que la vida, más definitivos. Inmortales.


Él siempre quería saber: cuántos hombres antes, cuántas poses, cuántos orgasmos, cuántos cada vez, cuántos antes, con los otros que existieron antes que él. Cuántos, qué, cómo. ¿Alguna vez te cogieron así? Y si me gustaba. Lo volvía loco saber si me gustaba, sobre todo el sexo oral, si me gustaba recibirlo, si me gustaba practicárselo.


Chat:

¿Estás ahí?, yo estoy recaliente con mi señora. Discutimos.

Juguemos así se te pasa el enojo.

Juguemos: ¿Qué le gustaría que le hiciera esta noche?

Veré y se lo contaré o se dará cuenta. Usted, Heathcliff, es un universo que tengo intención de explorar y si me deja, conquistar.

Explore, me gusta eso.


Chat:

Ayer después de sus palabras quedé muy hot, no pude dormir y varias cosas más.

Me estoy depilando. ¿Querés mucha depilación ahí, poca o nada?

Mucha.

A la orden.

Jajaja. Hay regiones inexploradas por mí que me gustaría conocer de cerca y profundamente. Usted sigue sin darme pistas, ¿qué me va a hacer?

Con la boca, mi boca, la suya estará un tanto lejos, pero me parece que voy a tener que pedirle permiso.

Concedido.

Concedió sin saber, no se aceptarán reclamos.

¿Y yo qué tengo que hacer?

Gozar.

Sukimuki, usted me dijo ayer que soñó conmigo ¿Qué cosas?

Sus ojos su barba su boca su aliento, muy cerca, nos besábamos, era muy intensa la sensación, un enredo, no sé, viste cómo son los sueños, era como un ahogo, me despertó un orgasmo.

Me pongo colorado.

Ahora usted, ¿qué son esas cosas que quiere hacerme?

Cosas que quiero hacerle, pero usted lo dice tan lindo…y yo soy un rústico.

Buena excusa, es un malvado, porque sabe de mí y no me deja saber de usted.

¿Yo malvado y usted perversa?

Si me volví perversa es por su causa.

Jajaja Me gusta eso.

¿Dígame, no se haga rogar, que me va a hacer?

Orgasmos en vivo y en directo.

¿Así, en plural? ¡Pero qué confianza se tiene!

Con lo que pasó es para sentirse confiados.


A veces nos distanciábamos, creo que era una forma de defensa, de relativizarnos más aún dentro de nuestras vidas, las reales, esas a las que pertenecíamos. Yo me voy a quedar ahí, no puedo dejar a mi esposo, ya sabés por qué. Yo no puedo dejar sola a mi señora, ya sabés por qué.

Sabíamos por qué. Fue lo primero que dejamos en claro, aquella noche, en la heladería cuando intentó tomar mi mano y la retiré con violencia, arrepentida antes de terminar el gesto. ¿Por qué saqué la mano, y si ahora no insiste, si se va y no vuelvo a verlo nunca más? Pero no se fue, no del todo. Se fue y volvió.


Chat:

¿Sukimuki, estás ahí?

Sí.

Siempre se sufre, siempre se termina sufriendo.

No sé, supongo. Todo termina siempre con lágrimas y un viaje.

No quiero sufrir.

Yo tampoco.

Es tarde Sukimuki, ya estamos sufriendo.


No recuerdo sus ojos, sé que eran marrones pero no los recuerdo. Sé que me miraban pero no los recuerdo. Sé que los cerraba muy apretados a veces, pero no los recuerdo. Sé que usaba anteojos, que esa noche me miraba sin atreverse y que cuando se inclinó hacia mí, el beso dudó.

¿Querés hacer el amor?, fui yo la que invitó.

Habíamos comido por ahí, se creyó en la obligación de llevarme a comer. Nos encontramos para tener sexo pero se obligó a llevarme a comer. Después una vuelta errática entre las palmeras de la costa. Esos árboles sospechosos e inútiles. Detuvo el auto rojo. No hacía calor.

No recuerdo de qué hablamos, sí que los minutos pasaban. Que había un mi señora y un mi esposo, que no podíamos darnos ciertos lujos como comer por ahí o hablar detenidos entre las palmeras con la arena oscura del río a pocos metros. Con esa corriente animal del río inquietando, arremolinándose; huyendo.

¿Querés hacer el amor?

¡Sí, claro!

Desconcierto, eso vi en sus ojos cuando le pregunté, son los únicos ojos de él que recuerdo, los de la sorpresa cargada de desconcierto; a los otros no los recuerdo. Me gustaría recordarlos. Me gustaría saber si alguna vez me miró con algo de amor, o de ternura al menos.


De la primera vez recuerdo la alegría. Cómo su boca oculta por la barba apareció nítida, iluminada por la risa mientras lo cabalgaba. ¿Te gusta así, más lento, más suave?, vos decime. Y la risa. Yo también me reía. Nunca me había reído durante el sexo y de pronto tenía ganas de reír. Simplemente reír de placer o felicidad, no lo sé. Ambas cosas tal vez, o de las cadenas, reír de las cadenas rotas y disueltas, de las puertas abiertas, de ese aire que era como el aire después de lluvia, que entra por todos lados, por las ventanas, por las rendijas, por debajo de las puertas, por cada poro de la casa.

¿Puedo acariciarte?

Sí.

¿Puedo?

Sí.

Yo nunca acaricio.

¿No?

No, nunca acaricio. Tampoco me gusta que me acaricien.

Pero yo te acaricié, me dejaste.

Sí, te dejé, me gustó, pero no acaricio ni me gusta que me acaricien. No puedo dejar de acariciarte Sukimuki. Tenés linda piel.

Gracias.

No puedo dejar de acariciarte. No puedo.


Chats:

Jueves 8:45 hs.

¿Y? ¿Qué te dijo el médico?

No sé, algo no está bien, no paro de sangrar.

¿Pero no era un estudio nomás?

Sí, pero no sé, algo pasó.

Voy. Decime dónde estás.

No.

¿Estás sola?

Sí, era solo un estudio, pero no, no vengas. Los escucho buscar quirófano.

12:00 hs.

Sukimuki

19:00 hs.

Supongo que te operaron. Supongo que estás bien. Supongo que dormís. Supongo que estás con tu esposo. Supongo que cuando puedas me vas a escribir. Supongo que tengo que estar tranquilo porque las malas noticias son veloces, diligentes; perversas.


Sábado 03:15 hs.

Audio: estoy bien. La operación tuvo que adelantarse, me entraron al quirófano de urgencia, no sé, un accidente en el estudio, algo que nunca pasa pero a veces sí. Estoy bien.

06:45 hs.

Sukimuki

….

14:00 hs.

Audio: Estoy preocupado, estuve preocupado, muy preocupado, no sabía qué hacer, no sé que hacer.

….

Domingo 13:00 hs.

Sukimuki

Lunes 23:00 hs.

Estoy bien. Estoy en casa.

Qué alegría escucharte. Qué alegría. No sabía qué hacer. ¿Cómo estás?

Bien.

¿Te lo sacaron?

¿Estaba encapsulado?

No sé.

Debiste preguntar

¿Para qué?

Para saber.

Sabré de todos modos.

¿Duele?

Un poquito.

Estoy con vos. Estoy sentado detrás tuyo; desnudo. Te sostengo, te abrazo. Estás desnuda también.

Con mi cabeza apoyada en tu pecho, mis senos erguidos. Tocame.

Te toco, te acaricio el sexo.

Y yo te dejo hacer, lánguida.

Con la otra mano te recorro el cuerpo. Te beso el cuello.

Tengo los ojos cerrados.

¿Me sentís?

Sí, mi piel se sensibiliza y se eriza, siento el vientre relajado.

No puedo dejar de acariciarte.

Quiero darme vuelta.

Hacelo, unite a mí.

Me doy vuelta, me trepo, me encastro en vos.

Y yo te beso, te como, te ahogo con mi aliento.


A veces la habitación pequeña y oscura desaparecía, a veces, esas noches en que su mirada me reintegraba a la virginidad, esas noches cuando él era mío y yo era suya, cuando dejábamos nuestros escudos, nuestras murallas, afuera, en el auto rojo, y entrábamos descarnados, cansados de esperarnos, agotados de extrañarnos, acabados de tanto desearnos.

Eran noches robadas al tiempo, hechas de horas grumosas, paralizadas, suspendidas entre las palmeras que jadeaban en la entrada, con sus lenguas verdes y amarillas colgando, prestas a escupir su maledicencia en forma de frutos amargos a nuestros pies, en las palmas de nuestras manos suplicantes.

Eran noches en que susurrábamos nuestros nombres, en los oídos, sobre nuestras pieles, dentro de nuestras bocas.

Sukimuki…

Heathcliff…

Y nos quedábamos así, él arriba, o yo arriba, o sentados, con mis piernas abrazando su cadera, mis manos sujetas a su cabello y su brazo rodeando mi cintura, ajustando mi cuerpo a su cuerpo; nos quedábamos como las horas, detenidos, pegados y con los ojos abiertos.

Mirá, miranos en el espejo. Mirá qué hermosos somos.

No; me da pudor.

Mirá, repetía y empujaba suavemente mi cara para que mirara el espejo.


Él tenía razón, éramos hermosos.


Chat:

¿Dormís?

No

¿Lees?

No. Me masturbo

¿Pensando en mí?

Sí.

¿En mi pija?

Sí.

¿Te ayudo?

Sí, pero vos no te toqués, vos esperame a mí.


Cuando el invierno llegó ya no pudimos vernos en las noches. Nos escapábamos los sábados, por la tarde, la tarde temprana, casi la siesta, con ese sol de agua que sale del río en invierno, cubierto de camalotes podridos, ese sol que no calienta y huele a pescado. Nunca nos satisfizo del todo la tarde, nos dejaba un gusto a poco, a demasiada clandestinidad, a demasiado al margen.

Entonces lo hacíamos en la noche en la pantalla del teléfono, nos deslizábamos al frío de la casa vacía que dormía bajo las frazadas y lo hacíamos con las palabras:

Te extraño Heathcliff.

Ya nos veremos.

Te extraño.

¿Tánto?

Te extraño.

Yo también quiero hacerte el amor.

Te extraño. Brutalmente te extraño.

¿Con tu cuerpo?

Sí. Vos cogeme y si podés, si querés, si ocurre, amame un poco, un rato y si pasa decímelo.

No. Aunque te ame, aunque lo sepa, nunca voy a decírtelo Sukimuki.

Es cruel.

Todo en nosotros es cruel.

Sí.

¿Vas a sobrevivir? digo, al cáncer.

No sé.

Si no sobrevivís no importa.

Sí ya sé.

No quise decir, no quise desearte...

Sí ya sé.

No te voy a extrañar.

Ya sé. Las pesadillas no se extrañan.

No, se desean secretamente pero no se extrañan. Decímelo Sukimuki.

No.

Por favor, una vez, solo una.

No.

Solo una.

Yo también te amo, Heathcliff.


Las palmeras deberían prohibirse, son como búhos, como radares, como dioses que todo lo ven y lo escuchan y lo saben y lo juzgan. Deberían prohibirse, primero exterminarse, después prohibirse. Son demasiado rectas, demasiado altas, demasiado silenciosas.


 

Autora: Marianela Alegre


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