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Fingimos que íbamos a comprar una hamburguesa para poder pasar al baño, apoyé la frente en el azulejo, me bajé el cierre, que no me encuentre, que no me encuentre, me repetía bajito. Apretaba el vientre para apurarme a mear y escapar.

Pero me encontró. Entró al baño, estampó su pecho sobre mi espalda, quedate pillo me dijo mientras acercaba el filo de su cuchillo contra mi lunar de nacimiento que tenía a la altura de la nuez de Adán. No era la primera vez que amenazaban mi lunar.

De chiquito me sentaba por las noches a mirar la ruta, mi barrio era bordeado por la 12 que parte a Corrientes en dos. Para mí era normal ver como la gente se hacía mierda antes de agarrar la rotonda de la Virgen. Una vez a la semana volaba un auto por el aire, yo corría a ayudar, pero al llegar me daba un miedo terrible de ver a alguien muriendo. Entonces me volvía a sentar.

Tomaba tereré de agua con la vista en la ruta, esperando el próximo derrape, cuando un flaquito que venía caminando me vio sentado en la esquina y se me empezó a acercar. Se levantó la remera y sacó un cuchillo parecido al que se usa para carnear. Dame todo me dijo, mientras el cuchillo parecía por amputar el lunar de mi cuello. Sus dedos negros me revisaban los bolsillos. Me sacó 10 pesos, las zapatillas, un cigarrillo que le robé a mamá y me desnudaba hasta dejarme casi en pelotas.

Se ponía mi remera, mi short, se ataba los cordones de mis zapatillas.

En la ruta una camioneta quiso sobrepasar a otra, pero se encontró con un camión delante y no hizo tiempo de esquivar. El flaco saltó por el ruido del impacto y eso hizo que el filo del cuchillo se acomode más contra mi garganta. Cuando terminó de ponerse mi ropa, se fue alejando sin mirar atrás. Parecía yo quien se iba caminando. Lo último que vi fue el humo que dejó en el aire cuando encendió el cigarrillo, una camioneta despedazada sobre la ruta y un camión intacto. Yo me acomodaba el calzoncillo (lo que me dejó) y me volvía a sentar para terminar el tereré.

Tenía la jeta pegada al azulejo y no me la dejaba separar. Te busqué por todos lados hijo de puta, me dijo. Podía sentir la mezcla de mate y cigarrillo que escupía de su boca.

Luna saltó sobre el tipo que me tenía contra la pared. ¿Qué haces pedazo de pelotuda? dijo el tipo y le tiró un puntazo a Luna. Lo esquivó, le mordió la oreja, gritó como pantera y yo quedé hipnotizado por los golpes que le daba. Se había mantenido en silencio, esperando el momento para atacar, la imaginé acurrucada sobre el inodoro tratando de no moverse para no hacer ni un ruidito. Hasta que no aguantó más y salió de su cubículo pateando la puerta que nos separaba. No le tenía miedo a la muerte, o sí, pero no se notaba. Él se quería levantar, pero no lo dejaba. Siguió dándole piñas hasta que no pataleó más. Ey despertate boludo me gritó Luna, me alcé el cierre del pantalón, le di una patada en la costilla (aunque ni se movió) y le saqué el cuchillo. No me busques más la concha tuya, sino la mando a Luna que te cague a palos, le dije mientras movía el cuchillo alrededor de un lunar que tenía el tipo a la altura de su nuez de Adán. Su lunar…

Su lunar, sus dedos negros, su ropa, eran mi ropa, mis dedos, mi lunar.

Ya está, dejalo, le dije a Luna, le sacó cien pesos del bolsillo del pantalón y unos caramelos que guardaba en el fondo. Salimos corriendo y nos chocamos con una mujer que entraba al mismo baño. Ya en la calle escondí el cuchillo dentro de la media de mi zapatilla. Nos subimos al primer bondi que pasaba, ni siquiera miramos cuál.

El resto de la noche tomábamos cualquier bondi, nos bajábamos, caminábamos y tomábamos otro cualquiera. Luna hacía siempre esos viajes para tener donde dormir, yo no podía pegar un ojo, no con lo que había pasado. Tenerlo de frente fue como mirarme al espejo. No había nada mío, él tenía todo, desde que yo era chiquito, me robó todo, hasta mi lunar.

El chofer me hizo bajar, había dado demasiadas vueltas conmigo arriba. Luna ya no estaba a mi lado, me fijé y tampoco tenía el cuchillo. Amanecí perdido en un barrio que no conocía.

Volví al cuarto donde estaba parando, la casa de Mercedita, una vieja sin familia. La tv estaba prendida y en las noticias hablaban de una brutal golpiza a un hombre en un local de comidas rápidas. Estaba preocupado por Luna, también por el tipo. La vieja tomaba su mate, me miraba. Estuvo muda un rato, hasta que se animó a preguntarme: ¿Vos quién sos?

 

Autor: Yvy Bagliano.

Soy de Corrientes, estudio Artes de escritura y Dirección de teatro en la UNA. Vivo en Buenos Aires hace 5 años. Vine para estudiar teatro, me quedé para ser escritor, hacer política, defender los derechos de los animales y reconstruir la identidad que perdí en el camino.

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