top of page

C U E N T A S R E G R E S I V A S


Y llegó el día en que estamos todos confinados, un franco tirador se subió a una azotea y está tirando contra todos. Al principio parecían caer los ricos, pero como siempre los que más van a caer son los viejos y los pobres.

Los días y las noches muestran su lado oscuro, tener un enemigo invisible le da a la vida un realce inesperado: cada día es importante, cada amigo, cada hijo. Aunque todos estén encapsulados, con escafandras de oxígeno que dificultan el diálogo.

A la mañana me levanté y al rato me puse a bailar con la radio, ya trato de no escuchar noticias que informan muertes, ni las medidas que toma el Estado que son de una Seguridad Extrema y que transforman la Emergencia en Norma. ¿Cómo continuará la relación con mi amigo íntimo, quejoso por mis rápidas medidas de autoacuartelamiento?. Siempre un poco hipocondríaca no necesité las medidas de la Autoridad. Controlé todo lo que pude mis salidas al exterior, menos la visita de mi yerno resfriado un día lluvioso cuando todo recién empezaba y me habían dejado a mi nietita porque los padres trabajaban.

Hago la cuenta regresiva, faltan solo seis días para saber si esa gripe de mi yerno no era la peste y me contagió sin avizorarlo. Por las calles la policía patrulla haciéndose escuchar con esas sirenas que meten miedo para que la gente se quede en sus casas y cuando ven a alguien caminando o en auto lanzan un altoparlante que se escucha a 5 km. ¡Por favor, quédese en casa, si tiene síntomas llame al 107!

Amanecí con dolor de garganta, el franco tirador me apuntó un poco mejor. Recuerdo todas las anginas que hice en mi adolescencia, lo no dicho me sale siempre como dolor de garganta. La fragilidad de esa época se replica en mi vulnerabilidad actual, ya tengo más de sesenta y cinco, hipertensión y fui asmática. Faltan cinco días de mi cuarentena regresiva, mi propia medida de mi contagio. A la mañana tomo las gotas de propóleo que me dejaron mi hija y yerno engripado junto con víveres en el hall de mi casa, sin entrar para no hacerme correr riesgos.

¿Y mi amigo íntimo?¿Qué será del amor en cuarentena? ¿Qué será del deseo en cuarentena?

Durante mucho tiempo deseé el sexo, jugué los juegos de él, me adapté a todos sus pedidos. Porque si hay algo que él sabe bien es qué quiere y qué no. Luego fui empezando a cuestionar, porque no veía que se correspondiera cierta entrega mía con el compromiso que en otros aspectos esperaba de él. Ahora la cuarentena nos toma con este compromiso limitado, así que pongo todo en tela de juicio y no tengo ninguna culpa de decirle que no venga a mi casa, ni aún cuando el aislamiento era sólo voluntario.

Serían más fáciles las relaciones si uno sabe de antemano lo que quiere el otro. Sobre todo serían más fáciles si uno sabe lo que uno quiere, que es lo único que nos atañe. Si uno sabe desear, si uno sabe enunciar muchas veces lo que quiere, así como una piedra es depositada en un río al ser arrojada con claridad, el deseo claro se deposita donde corresponde.

Ahora, en tiempos de cuarentena voy a focalizarme en sentir de nuevo mis deseos, voy a resentir, a ser una resentida resistente que siento, me aclaro, tomo desde ese lugar de la resistencia resistida impulso y tal vez desde alguna incomodidad, humillación, discriminación, vulnerabilidad seré capaz de decir mi propia voz con mi propio deseo. Porque se puede resistir con esperanza, la esperanza que no se desentiende de sus propias manos ni voz, la esperanza que es intemperie en donde cantan los rebeldes.

Hoy faltan cuatro días en mi cuarentena regresiva. Ya hablé con los que deseo hablar por teléfono, los más vulnerables: pensé en mi hermana muy mayor y en mi amiga que tuvo un ACV y que tiene cáncer y le recordé los momentos en que juntas llevábamos a nuestros hijos a la escuela pública del barrio, y pintábamos con un grupo de padres solidarios el patio, pero también nos divertíamos haciendo teatro aficionado mientras los niños correteaban por la escuela como debía ser, como si fuese suya.

No lo hago por samaritana, lo hago porque las quiero, porque además ellas me podrán ayudar, tal vez si me enfermo. O no, tal vez no me pueda ayudar nadie y me moriré sola en mi casa de un ataque de tos.

Ya hablé con mi hija que preocupada me recordó el hermoso gatito blanco que ellos cuidaban amorosamente y que estaba perdido desde hace unos días, y al publicar en las redes su pérdida, un vecino les dijo que había visto cómo desde un auto lo habían robado. Así es, porque no es que lo creyeron perdido y se lo llevaron, dado que el gatito tiene un hermoso collar con el teléfono de sus dueños, y nadie los llamó para decir que lo encontraron. Mi hija no sabe cómo decírselo a mi nietita, no está tan segura que el robo haya sido mejor que un auto o un camión lo pisara, que es lo que yo inmediatamente argumenté - aunque sea por la cuarentena las calles son más seguras frente a los peligros tradicionales- y mi hija teme que su barrio de clase media baja, sea un semillero de malvivientes. Podrán argumentar que poseen el virus, y cual arma letal entrar a robar por los fondos.

Mi hipocondría me hizo pasar por todos los estados de ánimo posibles para un día: temor a la muerte, ansiedad a la imposibilidad de supervivencia, temor a la soledad extrema, aburrimiento, pero la escritura es como grabar en la piel de la hoja lo que duele y sacarlo como esperanza, como esa intemperie en donde cantan los rebeldes.

Mis hijos ya independizados están bien, es un decir, no tienen el virus que ya es bastante. Pero me angustia la situación del hijo que más recursos tiene frente a la pandemia, porque vive en una zona de aire purísimo, en medio de las sierras.

No alcanza el aire puro para estar a salvo: tienen recursos económicos escasos porque trabajan ambos (su pareja y él) fuera del mercado laboral formal y la actividad económica se redujo de tal manera que están sin sustento. Si no fuera por los Planes Sociales del Estado, morirían sin recursos.

Construir su casa ecológica de adobe en la sierra fue una tarea titánica que los agotó. Será que estos jóvenes fracasan al triunfar, porque el objetivo del hijo castor era construirse una casa en la sierra y el de ella tener una familia, cuando lo logran están hablando de separarse. Son jóvenes, no le temen al virus. Tal vez con el tiempo, tomarán conciencia del riesgo, de la importancia de estar juntos, de valorar al otro. Todo esto será posible si no se da primero que se matan en cuarentena, porque estar obligado a convivir con alguien a quien no amás puede ser la mayor tortura. O te das cuenta que estás sobreactuando, que te pasan otras cosas, que no te conocés y lo más fácil es agarrarse con el que tenés más cerca .

La noche fue fatal y hoy faltan tres días de mi cuarentena regresiva, además de realizar mis rutinas higiénicas y hacerme masajes distensores, me autopercibo con calor, con malestar, empiezo a toser.

Suena mi celular y esta vez lo miro. Ya estoy cansada de los mensajes de los médicos, de los psicólogos, del Gobierno, de las Fuerzas Armadas, de los chistes que la creatividad genera para no morir de pánico. Es un amigo desde el viejo continente.

Aterrado Lino cuenta que la vida en su país es dramática; cómo la situación ha colapsado en las tierras centrales, en tres meses las familias enloquecidas por el pánico escaparán de la enfermedad de manera alocada camino de la frontera con la tierra de los oscuros. Sus hijos, como tantos jóvenes que esperan salvarse han decido tomar unas embarcaciones, cruzar el mar por el estrecho. Se lanzarían en barcazas que consiguieran aunque fuesen precarias desde las islas del mar turquesa. Sus hijos también son monotributistas y no tienen esperanza donde todo es viejo, huyen de lo que huele a rancio, hasta de sus padres. La comunicación por wifi se interrumpe: también colapsan las redes. Cuando con dificultad la retomamos me dice temer que los hijos sean acribillados al salir de sus casas, porque el Estado de Excepción está siendo extendido a todas las regiones. La fórmula que publica el Gobierno es: “Se militarizará toda zona en que se desconoce la fuente de la transmisión de la enfermedad de al menos una persona o en que hay un caso no atribuible a una zona ya infectada por el virus”. Lino teme que una fórmula tan vaga e indeterminada va a permitir extender el Estado de Excepción en todas las regiones, ya que es casi imposible que más casos no se produzcan en otros lados.

El gato robado, el cansancio de mi hijo psicólogo atendiendo aterrados desde la computadora y hasta la posible separación de mi otro hijo, son menores. Ahora me da vueltas la cabeza, me duele cada vez más. Decido no comentarle a mis hijos, pero me doy cuenta que no tengo termómetro. Debo salir a comprar venciendo mi pánico. Con guantes de goma y barbijo camino hacia la farmacia cercana. La escasísima gente que transita se aleja como si ya todos supieran que estoy enferma. Será mi cara, mis ojos demacrados, mi tos. Todos desconfían unos de otros, se cruzan de vereda. La farmacéutica me mira con seriedad y preocupación, me extiende el termómetro con manos enguantadas y una especie de escafandra. Me siento cada vez peor. Llego a mi casa, pongo toda mi ropa en el lavarropas, me lavo las manos cinco minutos y con temblor me tomo la fiebre.

Mientras el termómetro marca, busco en la página de mi prepaga las indicaciones para consulta virtual con un médico. Mi prepaga es buena, armó consultas por wifi , me tranquiliza un poco, pero: 38º!!

Viste, viste que no ibas a escapar, viste que no podés, no sabés, que sos una pelotuda.

El médico me atiende con amabilidad, me dice que lo llame al día siguiente y siga tomándome la fiebre, mi tos húmeda no es tan inquietante. Anoche no dormí, tomándomela a cada rato, y subía.

Hoy faltan dos días, me siento un poco mejor, se mantuvo en 38º. Mi amigo me llama desde el lejano continente angustiado, sus hijos llegaron a la costa de enfrente, pero el suplicio no terminó: al llegar, las mismas vallas que habían levantado para los oscuros en las tierras altas, las mismas barreras y requisas violentas y las fronteras más inexpugnables con sus alambrados de púas electrificados invierten su poder de contención y ahora disparan contra los de las tierras altas sin piedad a la vez que les gritan: ¡llevate tu enfermedad, acá por el calor no se extiende; llevate tu necesidad, llevate tu miseria, llevate tu enfermizo color blanco!

Mi amigo rompe en llanto y yo también sollozo, le cuento que tengo fiebre. Pero no se lo digo a nadie más: ¿son confiables los cercanos?.

Hoy faltan dos días de cuarentena, soy estúpida por mi cuenta regresiva, porque si estuviese bien, igual la cuarentena seguiría hasta que encuentren una vacuna o se mueran todos.

El médico me dice que enviarán a mi casa un equipo con trajes que parecen de astronauta (que no me asuste) para hacerme el hisopado, sólo porque no me baja la fiebre, pero por la tos húmeda y el goteo de la nariz más bien descartarían la fatalidad, pero no se sabe. Nunca se sabe nada, menos ahora.

En escasas dos horas, la sirena de la ambulancia llena el espacio sideral, la luz intermitente intimida a todo el barrio, pero sobre todo a mí que los espero temblando.

 

Autora: Alicia Vila

Escritora, socióloga

bottom of page