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Hola! ¿Cómo andan?, Hola señora, señor, que alegría que hayan venido… Hola linda, y son unos cuantos che.... Bueno de acá no nos vemos muy bien, a ver, espérenme un segundito, ¡Un segundito dije! ¿Desde acá me ven bien? (subiendo la escalera) ¡Sí, ahora sí! ¿Che flaco vos tenés fuego para darme? Vení acercate nene no sabés lo que me cuesta bajar las escaleras, ahí está gracias (le prenden un cigarrillo) Tengo unas hernias de disco tremendas...

Bueno ahora sí, ya sabemos todos para qué estamos acá, ¿No saben? Para quienes no me conozcan mi nombre es Alejandra y esta es la primera vez que viene gente a escucharme desde que pasó esto la semana pasada.

Con Sergio hemos vivido momentos verdaderamente maravillosos. Todavía me acuerdo cuando pudimos tomar la decisión de comprar nuestra propia carpa, no teníamos un mango, pero nuestra apuesta era lo valioso. Recorrimos el país entero, las grandes ciudades y pueblitos que no sabíamos que existían, les llevábamos nuestro espectáculo. Él era acróbata, payaso y hombre bala, yo era bailarina, contorsionista y la que prendía la mecha. Hubo un momento, uno de los mejores momentos, en el que Sergio volaba a unos 50 kilómetros por hora, el circo se hacía inmenso. Así arrancaba nuestro show: Yo hacía la presentación y arrastraba el cañón hasta el centro del escenario. Las luces no nos dejaban ver al público pero escuchábamos su respiración expectante. Las cortinas se abrían y aparecía Sergio con su traje pegado al cuerpo. Se volvía enorme recibiendo a la gente. Yo me encargaba de acomodar todo mientras él escalaba y se metía dentro del cañón. Los músicos incitaban la quietud y todo quedaba a mi cargo. Suspenso. Sacaba de mi bolsillo los fósforos que llevaba en una caja de metal viejísima que recuerdo muy bien. La abría, sacaba un fósforo y lo apoyaba en el borde ladrilloso de la caja. En ese momento la presión contenida de la gente caía en mí. Desde un movimiento fugaz prendía el fuego. Encendía la mecha. Chispas por todos lados. Yo retrocedía lentamente, de forma teatral, dando a entender la magnitud del asunto, y de pronto ¡Bum! Sergio salía volando como una flecha a toda velocidad.

Ese día, el de la semana pasada, yo me levanto a la mañana y él ya estaba en la mesa con el mate, tardó en responder mi saludo y nunca dejó de mirar el mate. Me dí cuenta enseguida que algo no andaba bien; ¿Que pasa? le pregunté, Estoy abombado -dijo- me parece que estoy extraviando mi celeridad. Y movió sus manos, desde lo más fino de sus dedos, con una lentitud irritante, como negándolos. La verdad que cada día te entiendo menos, le dije. ¿No percibís el tiempo que tardo en vestirme, en ir hasta el jardín, en tomar agua? Es una tortura.

Sergio hizo a un lado los mates y se levantó con mucho esfuerzo de la silla. Estaba pesado y viejo. Hacía ruido cuando respiraba, porque las costillas le apretaban no se qué de un pulmón y se movió por la cocina agarrándose de las sillas y de la mesada para ayudarse, parando a cada rato para descansar, o para pensar, o para sobrellevar la frustración que le debía generar. A veces simplemente suspiraba y seguía. Caminó en silencio hasta la puerta que daba al patio y se detuvo; Yo sí creo que estoy perdiendo celeridad, dijo y miró el mate de reojo, Hay algo que está muriendo en mí, debe ser porque dejé de hacer con tanta pasión eso que siempre fuí, dijo, en eso estuve pensando, que uno se muere. Fue la última conversación que tuvimos, después de eso, dio unos cuantos pasos torpes hacia el jardín y cayó muerto en el piso.

Ya no estoy más llena de vida, me han vaciado, una no elige ser vaciada, viene el destino, viene dios o quien sea y te vacía sin preguntar, te quita todo lo que tenés y cuando te das cuenta estás sola, lo único que te quedan son los recuerdos y algún que otro tacho de luz tirado por ahí cerca de algún que otro vestuario roto que ya no tiene más vida y ese cañón de mierda que lo único que hace es recordarme que no lo voy a volver a ver. Me persigue la soledad, no sé quien soy ahora, no sé como vivir, no me reconozco, no conozco mis deseos, no sé qué quiero hacer de mi vida y mucho menos sé si quiero seguir viviendo. Sergio fue todo para mí, no por una cuestión posesiva ni nada de eso, construimos una vida juntos, hubo momentos en que éramos uno sólo, nuestras miradas estaban conectadas, podíamos decirnos cosas simplemente con la mirada, la gente veía eso y se quedaba mirándonos por largos ratos con una clara dulzura que les generábamos.

Te escribí Sergio: (Saca un papel y lee)

Tus abrazos ya no los recuerdo,

Te busco en el calor de mi última imagen con vos

Cada paso que dimos juntos fue como sumergirnos en la incertidumbre pero sin perder el camino

Primero el rayo

Luego el trueno

Luego el canto de las aves desesperadas

La distancia de tu cuerpo

Tan sensible, tan apreciada

Estoy impregnada de vos

De ese aroma indescriptible que dejaste cuando te fuiste

Me enseñaste a mirar hacia arriba sin perderme

Explicame

Lo que dura un instante ¿Qué es?

Y tu frágil ironía de no poder decir lo que sentís, ¿Qué es?

Y te dibujo un mapa sobre el cuerpo

Para que siempre que quieras

Puedas volver a mí.

La velocidad es nuestra dinámica, ¿A que velocidad funcionamos? es nuestro ritmo, nuestra energía, no significa que no pueda mutar, pero nuestra velocidad eran nuestras pulsaciones, él murió cuando perdió la celeridad, hubo algo, no sé, por algún motivo se desconecto de mí o del circo o quizás de ambas que hizo que perdiera vida su celeridad, se puso lento, pero lento de muerte, así de repente, luego cayó al piso y luego silencio.

Lo que dura un instante es tu mirada -me decía- es nuestro amor, lo que dura un instante es lo que no puede prevalecer lo suficiente para endurecerse.

(Mientras dice este texto saca una caja de fósforos e intenta repetidamente prender alguno, no puede)

Se me revuelve todo,

me agarra un no sé qué,

cierro los ojos,

me concentro por un momento,

y con mucha rapidez lo encuentro,

encuentro esa sensación de su cuerpo cerca del mío,

mirándome,

y me salgo

y congelo esa imagen por un momento,

y me la apropio,

así cada vez que quiero, puedo volver ahí cuando no estás cerca de mí,

como ahora que no me aguanto las ganas de volver a abrazarte desnudo,

o como esta tarde, mientras escribía y me preguntaba si quizás,

solo quizás,

me estabas escuchando.

 

Autores: Lautaro Cizmar y Emanuel Joel Zingale

Lautaro Cizmar, 23 años, Actor y Director Teatral, desde hace cuatro años que investigo las artes escénicas desde el cruce de lenguajes (Teatro, Danza, Circo y Objetos). Soy el director de "Solas", obra estrenada en el 2019, y de "Abrazarte Desnudo", a estrenar en abril de este año, ambas obras son de mi autoría. Actúo en "Caravana Teatro" un proyecto pedagógico desde el teatro en el que trabajamos junto al Gobierno de Santa Fe desde principios del 2019 y también actúo en "Casa Boba" obra estrenada en Noviembre del 2019.

Instagram: @lautacizmar Facebook: Lautaro Cizmar Gmail: lauchacizmar@gmail.com

Emanuel Joel, 25 años, Artista que indaga sobre las artes escénicas, visuales y plásticas. Director del proyecto performático “Fanática Viciosa” que ya reunió a más de cien artistas del país en el transcurso de cuatro años. Emanuel ha participado en festivales como “Ahora Arte Latinoamericano (Uy), Perpendicular Invisível (Br), Quincena de Arte Queer (Arg), donde realizó acciones vinculadas con las artes performativas. Sus obras se caracterizan por manifestar una provocación constante al público. Trabaja activamente como gestor cultural en el Área de Género y Diversidad de la Municipalidad de Rosario.

Instagram: @emanueljoelz Facebook: Emanuel Joel Gmail: emanueljoelzingale@gmail.com Página web: https://emanueljoel.webnode.com/

Foto de Marina Klein

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