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Le reviento la cabeza con un palo lleno de clavos y chorrea un engrudo de sangre y sesos. Vienen varios y ya no puedo defenderme. Zombis, gráficas que dan lástima, cambio el celular por la tele. Veo un grupo de policías, también con palos. Le dan duro en el lomo a unos negros que no respetaron la cuarentena. Salir a changuear no encaja con el distanciamiento social. Hago la cuenta y me da que hay más balas que respiradores.

Voy a comprar porque la gata no me soporta y un cliente le saca la mano con asco al cajero. Deja el vuelto en el mostrador. Se pone triste, le explica que está trabajando. Dejo el súper y voy para la verdulería. Pasa un perro enano y lo quiero acariciar pero una vieja me grita que no lo toque. “Andá a la concha de la lora” le digo.

Hay cola afuera de la verdulería. Pasan a comprar de a dos. En la fila la gente deja un metro de distancia y se mira con desconfianza. Uno estornuda y el resto lo condena. El tipo se va. Pasa por la calle un pibe con mochila. Pasa otro. Las mochilas son de dimensión. Llevan cosas. Helados.

Compro verduras y debito. Antes, un jubilado sin tarjeta paga con billetes y monedas. Es el mismo que a la mañana fue al banco a contagiarse con otros abuelos. Eran cientos y había una doña teñida de rubio que usaba una botella de plástico para protegerse la cara. El culo de la botella le daba en la papada y le costaba moverse. Estaba sola, ridícula, sin nadie.

Vuelvo. Va oscureciendo. Cada vez hay menos gente. Una mina grita “Quedate en casa” con un binocular desde un balcón y le subo el dedo medio. Llego y me cruzo a un vecino que me anoticia sobre la existencia de una vecina médica. “Sí, ¿Qué pasa?” le contesto. Me dice que quizás, lo mejor, es que se vaya. “Gordo forro”, le contesto, “mejor que a las nueve no aplaudas”.

Prendo la tele, un funcionario dice que debemos cuidarnos entre todos. Cambio de canal, una empresa despide a todos sus empleados. Cambio, un tipo encadenó a su mucama porque se quería ir a su casa. Cambio, en Italia un tipo mato a su novia enfermera porque se contagió. Cambio, un presidente lame una libra y escupe un barbijo. Apago.

Agarro el celular, unos negros de gafas bailan con un cajón de muerto. Los cajones son los que faltan, por eso en algunos países empezaron a usar cartón. En otros, se usa la calle; esa, en donde mueren también los sanos. Esos, que habitan en cuadrados trazados con tiza, que respetan la cuarentena, en la antesala de la pudrición.

Apago todo. Busco un libro. Leo. Un grupo de desertores va hacia la ciudad de Chihuahua a matar indios por dinero. Las melenas como mercancía. Sufren bajas, los apaches son implacables. Una emboscada, flechas que atraviesan mulos que siguen de pie, muertos, unos segundos antes de caer. Gente blanca agonizando en el polvo y un hombre con cabeza de oso que se acerca gritando.

Cierro el libro. Es tarde y no tengo sueño. Prendo un cigarrillo y veo la gata dormir. Agarro un cuaderno y trazo unos esbozos. Un guaso con traje caro le abre un maletín lleno de guita a una científica, ella se da vuelta y se va. Él la sigue hasta el estacionamiento y desde atrás de una columna le dispara. Una bota pisa el charco de sangre y arranca la credencial del guardapolvo manchado. El guaso ingresa con la credencial a la oficina de la científica, arranca el CPU y se lo lleva. Mientras sale del edificio, se ve un cartel que reza Virus research laboratory. Cierro el cuaderno, lo tiro a la mierda.

Molesto a mis viejos por wasap. Seguro ya están despiertos. Están grandes, capaz mueran porque tienen que trabajar igual. Mi mamá me cuenta que la tránsfuga de la farmacia del barrio subió el precio del alcohol en gel “decí que antes compré esos truchos en la peatonal” me dice. Le pido hablar con Samuel, charlamos. Está preocupado por la economía del país. Me pasa de vuelta con mamá, ella me comenta de las Tablets que les dan a los viejos en Italia antes de morir. “Acá ni eso” me dan ganas de decirle pero no me animo.

Corto. Escucho que arriba están cogiendo. El mañanero que le dicen. Abajo se escuchan gritos pero no son de amor. Llamo a un número por las dudas y da ocupado. Intento dormir. No puedo. Agarro el celular, veo trasmisiones en vivo sin público. Gente hablando sola. Un cura en streaming perdona. El insomnio es como un desierto. Bajo el colchón al piso. Cierro todas las ventanas. Los ojos.

Empiezan a aparecer imágenes. Cosas raras. Toso. Somos varios y todos tosemos. Salimos de huecos hacinados y sucios. Sin lejía. Somos un enjambre que acumula. Vamos decididos, con violencia. Nos abrazamos, nos frotamos los cuerpos, no tenemos miedo, ya estábamos condenados.

 

Autor: Alejo Vera

Instagram: Instagram: emi___gabriel (son tres guiones bajos)

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