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Su rodilla giró hacia el lado equivocado, distribuyendo mal el peso del cuerpo; el tobillo no soportó la presión y se flexionó hacia adentro, arrastrado casi por completo y por el suelo la parte superior del empeine. Cayó. Todo su cuerpo se estrelló de forma gradual contra la blanda e irregular superficie. La húmeda y musgosa tierra le cubrió el rostro e invadió ojos, nariz y boca. Respiraba y tragaba humus de forma simultánea, pero pese a esto permaneció inmóvil, regulando su respiración al punto de hacerla casi imperceptible.

Giró un poco la cabeza para liberar unos centímetros sus fosas nasales y recibir un poco más de aire. Con sus cuatro extremidades presionaba hacia abajo, en un intento por fundirse con la tierra que segundos antes amenazaba con ahogarla.

Sintió deseos de toser y estornudar, pero logró contener ambos impulsos. Las partículas de tierra habían ingresado también a sus oídos y sentía un crónico, molesto y ascendente picor. Imaginó monstruosas y desagradables lombrices abrirse paso por su canal auditivo y ascender al cerebro.

Parpadeó y apretó una de sus manos. La nebulosa y oscura noche casi se fundía con el negro colchón de tierra sobre el que se encontraba, como si fuera una continuación del mismo. Ninguna estrella brillaba, ocultas todas éstas detrás de los henchidos e impenetrables nubarrones.

Aguardó unos segundos más. Silencio sepulcral; tan profundo éste que le generaba una punzante sensación de inquietud en vez de tranquilidad. Suspiró. Su corazón latía, tan fuertemente que temía que su reverberación en el terreno la delatara. Lo sentía en su pecho y en todo su cuerpo: potente, sonoro, vivo, reflejando y proyectando orgánicamente todo lo que su mente imaginaba.

Su cuerpo había templado la fría superficie, y casi que se sentía placentero; sus parpados se debilitaron y comenzaron a flaquear; se adormecía.

Una débil gota de lluvia cayó sobre su frente, y que en su abstracción se sintió cual violento piedrazo. Agitó la cabeza. No había lugar para el sueño. Debía continuar.

Tenía miedo de ponerse de pie, por lo que comenzó a reptar, casi impulsada únicamente por sus hombros. La tierra se abría paso y se acumulaba hacia los costados, como escoltándola. Al arrastrarse empezó a sentir punzadas en su tobillo y rodilla, dolor cuya intensidad justificaría alaridos y quejas, pero que en su caso debía bastar con muecas para proyectar tan intenso dolor.

Continuó con aquel avance zigzagueante durante varios metros, de forma lenta pero sin detenerse. Algunas gotas más cayeron sobre su cuerpo, humedeciendo las harapientas ropas.

El malestar en la rodilla y tobillo había aumentado, por lo que algunas lágrimas habían comenzado a recorrerle el rostro. Presionó con más fuerza su mano y continuó.

Un resplandor se encendió a lo lejos; luego otro, y luego otro, y así hasta ser cinco. Se detuvo; oyó voces rellenas con palabras imperceptibles, y más luces que se encendían.

Su respiración se alteró. Irguió la cabeza y se arrastró algunos metros más, esta vez con mayor rapidez y ayudándose además con uno de sus codos.

El tamaño de los resplandores aumentaba; las voces y sonidos también; las palabras comenzaban a tener cuerpo.

Reptó y reptó hasta que el codo se quebró vencido por el cansancio y el rostro dio con la tierra humedecida. Comenzó a llorar. El cuerpo no le resistía y la desesperación la estaba dominando. Empezaba a llover con fuerza.

Las gotas de lluvia le repiqueteaban todo su ser y se mezclaban con las lágrimas. La tierra comenzaba a abrirse y transformarse en un resbaladizo y chorreante barro por el que era difícil avanzar.

Levantó la mirada. Un tenue brillo se coló y reflejó en su retina. Aclaró un poco la borrosa vista y esbozó una diminuta y esperanzadora sonrisa. Había avanzado más de lo que pensaba.

Las voces sonaban casi en sus oídos; los resplandores comenzaban a alcanzar sus desnudos talones. Presionó su mano. No había más tiempo.

Con la mano libre empujó el suelo y se puso de pie. Con la otra mano lo sujetó con más fuerza que las anteriores veces y se echó a correr. Las luces se posaron sobre ella; ignoró la ronca voz que le ordenaba detenerse y continuó.

Un disparo resonó en el aire y aturdió sus oídos. Gritó.

Con la única rodilla que le respondía se impulsó y saltó hasta chocar pesadamente contra el cerco; concentró todas sus fuerzas en su brazo y arrojó por encima del alambrado a quien había sostenido fuertemente todo ese tiempo.

Y antes de que la intensa y destructiva balacera se proyectara sobre todo su esquelético cuerpo y le arrancara la vida, antes de que los embotados y armados hombres se abalanzaran sobre ella, antes de que llegara a su fin aquel anónimo y monstruoso cautiverio, su sangrante globo ocular registró, acompañado por una enorme sonrisa, la borrosa silueta del pequeño niño vestido con traje a rayas y estrella amarilla, corriendo y perdiéndose a lo lejos.

 

Autora: Paola Andrea Rinetti

Nació en Necochea, Provincia de Buenos Aires, Argentina, el 3 de Agosto de 1987. Es Realizadora Integral en Artes Audiovisuales, productora, guionista, escritora, correctora y redactora. En 2013 publica su primer libro de relatos breves titulado “Cenital y otros cuentos”, además de haber obtenido hasta la fecha varias publicaciones, menciones y premios en diversos concursos literarios a nivel nacional e internacional. Realiza charlas y seminarios sobre creatividad y guion de cine y participa como columnista en radios locales. Actualmente, se haya próxima a publicar su nuevo libro.

Foto de Erich Hartmann tomada de

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