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Cinco formas de matar a una mujer


Mi ángel de la guarda dice que soy imbécil. Yo creo que él no anda muy lejos. Ni siquiera me avisó cuando vino a matarme. Todavía me pregunto por qué sigo escuchándole. Fue el primer sorprendido al ver el cuchillo clavado en mi cuello. Y eso que se tomó su tiempo.

Daba igual. Ya estaba muerta.

Mi agonía había comenzado mucho antes: el día de mi nacimiento, cuando decidieron marcar mi feminidad con unos pendientes de oro. ¿De qué sirvió gritar y llorar entonces? De nada.

Primer golpe. Sutil pero acertado. Para que cada paso que diera los guiara el espejo. Una lucha de mí contra mí en la que he modelado mi cuerpo a imagen y semejanza de la publicidad, los estereotipos y la moda. Tacones, silicona, dietas milagro, carmín, minifalda, supermujer.

Y todo ello con la sensación de no acertar nunca con mis decisiones. Con el eco del corifeo de mi subconsciente entonando los versos yámbicos contradictorios que cada una tiene grabados en alguna de las X de su ADN. Un soniquete que enturbia la capacidad melódica de nuestra existencia reemplazando incluso a las tristes melodías de las tablas de multiplicar en una tarde de otoño.

“Cuando te compraste esa falda, ¿no te pareció un poco corta?”

“Con las piernas tan anchas deberías optar por una prenda más larga”.

“¡Y más ancha! que se te marca la barriguita”.

“Tenías que haberte comprado una faja. No está bonita esa barriga en una mujer tan joven”.

“Claro, con ese color es complicado esconderse”.

“Estará de moda, pero tu cuerpo no es tendencia”.

Y en la princesa niña de pendientes de oro, de manera intermitente despierta a una mujer libre que germina en su interior, escondida en el pliegue del ventrículo izquierdo. Lee, pregunta, busca y cuestiona. Y entonces se convierte en una amenaza. No hay que permitir que se desarrolle. Hay que silenciarla para evitar que rompa el equilibrio perfecto: el de un sistema que quiere sobrevivir sobre tu espalda.

Mamá, ¿toda la vida voy a jugar con muñecas? Es que me gustaría saber lo que siente al darle una patada a un balón en el momento justo antes de meter un gol. En la televisión he visto que un chico parecía volar mientras esperaba que la pelota se le acercara al empeine. Como si de un imán se tratara, la pelota iba a esa zona de su cuerpo y rebotaba con tanta fuerza, que el portero ni siquiera la veía entrar entre los palos. ¡Fue alucinante! ¡La gente gritaba y reía, lloraba y le aplaudía por igual! Eso nunca me ocurrirá jugando con mis muñecas.

Y la madre, parte cómplice de un silencio ancestral, me sonríe y mira para otro lado para evitarme/ para evitarle el dolor de hija.

Ahora, convertida en guisante de una vaina solitaria, me siento rara. Y me enfundo de valentía y uso mi libertad. Y me vuelven a matar…

“Mejor no digas nada”

“No se puede tener tanto genio”

“Esa forma de ser solo te traerá problemas”.

“Es que provocas”.

“A las que critican…”

“…y a los que buscan”.

Y un día es una chica de 20 años y al siguiente una señora de 53, pero todas van cayendo. Unas veces por el salario, otras en la calle, cuando deciden disfrutar de su cuerpo libremente en pareja, cuando deciden salir a trabajar, cuando dicen no al miedo…

Y el miedo se apodera de mi vida.

Y me rodeo de flores, de cuadritos de colores y de historias de pasión en las que todo pasa por someterse a la voluntad del otro que decide por mí. Porque, sin saberlo, perdí la capacidad de discernir durante la pubertad por miedo a equivocarme.

Y me olvido de que era libre.

Y me olvido de mí misma.

Y cuando un día, sin querer, me miro en el espejo, no me reconozco.

Y decido buscarme en una herramienta virtual que no entiendo cómo funciona pero que me devuelve preguntas articuladas como consejos. Y para recuperarme me dice:

maquillaje rejuvenecedor,

hambre,

operaciones estéticas,

gimnasios femeninos,

más hambre,

pintalabios

ropa de marca

blogs de belleza

revistas de moda

ayuno.

En una consulta, alguien dice que sufro un trastorno de personalidad, pero realmente lo que paso es hambre. Toda mi vida he vivido con un ojo en la báscula y otro en el qué dirán. Buscando el difícil equilibrio entre lo que debo y lo que deseo. Y eso a pesar de que soy adicta a las patatas fritas. Y al buen libro, y a las carcajadas, y a llamar a la cosas por su nombre, y al sexo, y a una buena copa de vino y a la vida.

Por ello, cuando menos me lo espero… otro golpe. De nuevo resuena el eco:

“¿Qué dirán tus hijos si te ven así vestida?”

“¿Y con esos pelos?”

“Parece que estás enferma”.

“Dónde vas con esas pintas”.

“Mejor quítate esos colores de la cara”.

“Y esa falda”.

“Y esa sonrisa”

Y me doy cuenta de que, aunque dispongo de piernas, soy como aquella sirena que se quedó sin voz. Ya nadie me escucha. La historia me borra de una página que me había reservado junto a otras tantas que tampoco estarán incluso habiendo alcanzado la cima de una techo que nunca vieron pero sí sufrieron. Me he vuelto tan invisible que no me encuentro ni en el reflejo del agua. Alguien me robó el aliento y ya no me hace falta respirar. Soy una pequeña célula que se desarrolla siguiendo los patrones de la bilogía. Esos que un buen día me infiltraron en un pequeño pendiente de oro con el que quisieron decirle al mundo: he aquí otra mujer.

Así que, cuando él llega, ofendido por no poder llevar a cabo sus mandatos patriarcales, ya estoy muerta. Solo escucho al corifeo, pequeño y marchito, repitiendo en mis oídos:

“La culpa es tuya”.

 

Autora: Carolina Ramos Fernández

Doctora en Filología y actriz, Carolina Ramos Fernández es una apasionada del teatro infantil. Sus textos parten de su experiencia como docente en talleres de teatro, de donde surge la necesidad de contar con textos apropiados para trabajar en el aula, documentos que no suele encontrar por la gran cantidad de participantes. En sus propuestas teatrales se tratan temas tan diversos como la amistad, el medio ambiente, o la revisión de los modelos femeninos, por mencionar sólo algunos de ellos. Hasta el momento ha publicado dos textos teatrales infantiles: “El misterio de las abejas” (Benilde, 2018) y “Brujas, brujas” (Mr. Momo 2019); aunque cuenta con otras ediciones de teatro breve, relatos y trabajos de investigación.

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