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“Pobres son los sueños, que están hechos de la misma materia que nosotros”

WILFRED JACQUES PEARE

La previa era en la casa de un pibe más o menos acomodado, claro que para nosotros eso era lujo puro.

Perspectiva: D. era el dueño, en la escala material no estaba ni cerca del podio de la clase que requiere su clase, pero en su casa tenían buen gusto. Familia de médicos no tan trascendentes. Tenían cuadros pintados por una tía, esos que suelen pintar los médicos, “abstractos”, inversamente proporcionales a sus vidas. La presencia de los cuerpos siempre es demasiado real y el discurso médico hace de esa instancia algo más teórico, algo un poco más “abstracto” y en cierta medida bizarro. Lo excrementicio, los flujos internos que no se ven, todo eso constituye una ley universal en la que una persona se vuelve un paciente, a la espera de que algún milagro tecnológico lo salve.

Los padres de D. leían mucho, ciencia y novelas románticas, qué pedantería. Eran de esos profesionales que dejan dos por tres la casa abandonada y se van en búsqueda de algún lugar en donde encontrarse. Por la escuela, D. no podía acompañarlos ni tampoco quería, prefería tener la casa sola para él. El que pone la casa a la vuelta de la gira seguro la pone. Eso no era ley, pero sí estadística. Punto de origen y punto final. La vida tiene esas cosas, terminar donde empezaste, para hacer lo que querías hacer desde un principio. Conociste a alguien en la previa, los dos quieren coger, salen igual, se cruzan de vuelta en el boliche, se vuelven juntos y cogen. Con el tiempo la vida se capitaliza más, todo lo que pueda ahorrarse se ahorra, reducir gastos, la salida se vuelve compromiso y deja de ser escape o aventura. Son los problemas de ya no tener que morir por un rey o luchando por la independencia.

Algunos recuerdan el caso de Romina, de otra piba que no me acuerdo el nombre y unos vagos de por ahí. Punto de origen y final en la misma previa y en el mismo baño.

R. había estado enamorada de un tipo y salieron durante un tiempo, ella era virgen, él se aburrió de esperar y estuvo con otras, R. se enteró y cortaron. Esa noche, en lo de D., R. se desvirgó. Se emborachó un poco, Mariano fue a chamuyarla y se fueron juntos al baño. La ex de Mariano estaba en la previa, de hecho, me la presentó y me la sirvió en bandeja. Mientras ella y yo franeleábamos, M. apareció pidiéndome un forro. Se lo dí, era un trueque justo. Molestaba a los tres por igual.

R. y Mariano estaban en el baño, una piba tocó la puerta, pero entre ah y ah le dijeron que estaba ocupado y ella, ¡qué catangos, se ponen a coger acá nomás, me estoy re meando! A la pasada otro pibe escuchó y fue a joderlos, se puso a gemir fuerte cerca de la puerta del baño, también gritó: ¡Mariano, Mariano, le gusta por el ano! R. entre placer y dolor se largó a llorar. Era y no era la situación pero se acordaba de su ex. Mariano era otro y al mismo tiempo era el mismo, más o menos como su ex, que también hubiese hecho cualquier cosa por un polvo. Se puso de pie mientras apartaba a Mariano con un brazo. Mariano, sentado en el inodoro, le tocaba el pelo, le preguntaba si le pasaba algo. R. guardaba silencio, mantenía el brazo alzado como diciendo pará, o basta, y apenas haciendo equilibrio se subió la tanga, el short, y se fue llorando, buscando a sus amigas. Mariano no acabó y se quedó boyando por la previa, caliente, con la leche molestándole en los huevos y con la virilidad un poco herida ¿qué onda la piba ésta? Se largó a llorar de la nada, estaba todo piola antes, vos viste o no, Ruso, me decía a mí, y yo escuchaba y preguntaba, sin verdaderamente escuchar o preguntar, estaba disfrutando del escabio y hasta de mis problemas, porque el escabio también era un problema, “let´sputthemooseonthetable”, pero nadie sabía inglé´, pa qué gastarse. Un gringo escapando de la heroína aterrizó en Buenos Aires y de un grito dijo, entre otras cosas: “mejor no hablar de ciertas cosas”. Los vicios son pura contradicción. Una vez conocí a una mujer cuyo vicio era olerse las uñas, llegaba al punto en el que uno creía que se le saldría un dedo, que tendría lepra o algo así, pero no. Llevaba las manos impecables, las uñas esmaltadas de blanco. El origen de algunas palabras es curioso. Vicio viene de vitium. Desviación religiosa. Por ejemplo, cuando se abría un buey y sus tripas no eran suficientemente tripas, entonces teníamos un escándalo litúrgico: - ¡Vitium, Vitium! -susurraban los encapuchados-. Cada quien tiene sus tripas anómalas, sus vicios perfectivos sedientos de repeticiones. El vicio es cíclico, y cuando se habla de vicios se habla de ruedas, pero después está la gente que dice que todo marcha sobre ruedas y no creo que se refieran a que todo marcha sobre tripas anómalas… ¿Qué desperdicio la gente que estudia el lenguaje, no?

Sí, ni hablar, bueno, tranqui Marian, la mina tendrá sus mambos, después le hablás para ver qué onda, ahora olvidate. Me voy a fumar un pucho arafue -respondí-. Entre otras divagaciones había en el patio unos vagos escabiando el trago que les había hecho, el “takav lacrá”, recién inventado, de color verde. Era en verdad un atomic green con licor de frutilla, pero eso no se podía decir, y como yo era el ruso, acordamos en ponerle al trago “takav lacrá” (te+acabo+la+cara), para el gil que preguntara de qué iba el nombre.

Los vagos del patio, terrible nombre de banda, fumaban un nevado, un porro con merca arriba. Habían salido de la nada, yo conocía a uno: el Diego. A Diegote hacía rato no lo veía, la última vez que escuché de él supe que se había marchado a Salta para trabajar en la ladrillera de su viejo, je, ladrillera. Al parecer todo sucedió luego de que un buen día su padre apareciera en la puerta de su casa. Era una casa decente, ubicada en las afueras de Campana -no sé por qué en las historias pueblerinas se mencionan esas cosas- allí una mujer ejercía de madre, panadera y vendedora ambulante. Mantenía sola a una familia. Como decía, un buen día apareció la figura del padre andante y tocando bocina como loco, reclamó al primogénito. Manejaba una RAM enorme, casi del ancho de la casa. Tenía dinero y venía en búsqueda de su hijo... clichés de los pueblos. Diego se marchó ese verano, se iba por tiempo indefinido. Cuando volvió era drogadicto, o quizás ya lo era, pero ahora el triperío anómalo se le salía por los ojos, por la voz. En su momento había cambiado el estudio por el trabajo, luego dejó el trabajo por la droga. Tenía cara de chorro, a mí siempre me saludaba: ehh ruso qué hacé tanto tiempo, vo sabé que con vos todo piola gil, vo sos mi bro, si viene uno a joderte avisame y le parto la ñata a ese gato, má vale. Ese discurso presentaba diversas variaciones, dependiendo del nivel de droga que tuviera encima, y siempre terminaba con un tendrás diez pesos por ahí, o unos mango pa la birra, o che… tenés, hic, un diego…? Un diego… un Diego tenías vos, loco, vos lo tenías y te lo dejaste quitar. Mientras fumaba pensaba en eso, mientras terminaba el pucho y le daba un diego al Diego.

Miré hacia arriba. Entre las heridas de una lona se dejaban entrever las estrellas. Hacía frío, decidí volver a la casa para continuar armando tragos.

Una mina se había caído arriba de una mesa y la había roto. Se hizo la boluda, todos nos hicimos los boludos, no dijimos nada. Esos culos enormes moviéndose por que sí, ése era nuestro paraíso, culos de pendejas calientes, culos borrachos, acercar nuestros culos y con el culo delantero apoyar ese culo trasero. Y que el culo de adelante se ponga duro cuando se mueve el culo de atrás... Alguno pensará que en un mundo de culos tiene que haber mucha mierda: pues no se equivocaría; sin embargo, cuando uno solo está pensando en culos pierde la capacidad de pensar en otras cosas y por lo tanto el sentido del olfato. Uno no hace nada, las cosas suceden, no hay voluntad, es como estar en piloto automático. La automatización produce un desgarramiento de los sentidos. Al igual que las primeras veces en las que uno viaja en subte. Al principio se sufren mareos, uno se percibe a sí mismo viajando por un tubo digestivo a toda velocidad, siente el hedor, respira la mugre. Después de algunos viajes uno se acostumbra y deja de pensar, por lo tanto ya no percibe nada. No sé si el olfato y el oído estarán conectados, pero están cerca, eso seguro.

Un culo deseoso de un culombio de la misma índole me pidió un trago y mi número. Disculpá culo, no estoy interesado en culombios, igual todo bien, mirá, aquél es de culebrear culombios, le dije. A lo que él respondió con una sonrisita irónica mientras sorbía de la pajita y se fue en esa dirección.

Me fui a fumar otro cigarro afuera, el Diego ya no estaba, los vagos del patio nevaban el suelo de vómito, se había sumado una corista, al parecer nevaba bien, pero quién es uno para andar diciendo qué de esas cosas.

De vez en cuando apretaba con la ex de Mariano, tenía uno de esos nombres parecidos a otro nombre. Le susurraba que me encantaría llevarla a la cama y le metía un poco la lengua en la oreja, y ella respondía que estaba toda mojada y que sí, pero a la vuelta porque ya habían pagado la entrada de la fiesta.

R. se había ido. Me dio pena verla así, había algo mal, pero el olfato… todavía no lo podía percibir. Apareció otra rubia, más suelta que la anterior, cogieron con Soto en el baño. Ella estaba por cumplir los quince. Cuando salieron del baño estaban para la foto. A veces me gusta pensar que la vida es una película, un film rodando, girando como un vicio puro sin desviamientos religiosos. Siempre imaginé que algo así sería un estudio de filmación. Esa cercanía con el artificio, inversamente proporcional al quirófano, los cuerpos son falsos y la historia está fijada. En la vida cotidiana el chiste está en que hay gente que lo sabe y gente que no. Cuando salieron del baño los encuadré con los dedos. Soto se acercó riéndose. Tenía 17 años, dos menos que yo. No sé por qué me tenía cierta admiración. Siempre decía, el Ruso es un crack. El tipo la tiene atada con las palabras, te lee la mente. O este gato es muy piola, y eso que se cogió a mi prima, jaaa, na mentira todo piola con vos chabón. Cosas así. Mientras se reía dijo: -eh Ruso armate algún trago que me la pegue… alto “takav lacrá” le hice a la rubia aquella eh-.

Yo estaba en la cocina sacando hielo del freezer. En todas las casas era el tipo de confianza, el que no iba a vomitar dentro de un florero o desmayarse encima de la urna con las cenizas de la abuela. Porque, aunque no hubiese urnas funerarias romanas, llenas hasta el tope, siempre las había. Ocho de cada diez familias argentinas tienen alguna pseudo-urna de adoración, llámese foto encuadrada, autito coleccionable, algún que otro A.R.E (artefacto religioso escalofriante), incluso un E.C.A. (elemento culinario antiguo) del 50´, por ejemplo, o lo que sea. “Los muertos viven del deseo de muerte de los vivos.” Es gracioso pensarlo hoy, en un país con producción masiva de psicólogos de bolsillo. Como fuera, había conversado con un vago que no conocía y su novia. Ella hacía manicura y el tipo estudiaba economía, antes de irse me invitaron a otra previa, pero dije que no. Todo un rito el de las botellas de plástico convertidas en hielo (ex botellas de plástico con gaseosa) No hay lenguaje que venga bien para expresarlo al menos de forma decente. “Botellas de plástico vacías, llenas con agua depositadas en el freezer (¿congelador? ¿nevera?) para hacer hielo”. Hacer hielo. Como fuese, sacaba del freezer las botellas de gaseosa rellenas de agua que terminaban siendo hielo. Todo un rito, como decía, el de agarrar el cuchillo y cortar por la mitad la botella. Cortar el plástico y el hielo. Quitar los restos de plástico, meter el hielo en un repasador y una vez envuelto pegarle con el mismo al suelo, para que se quiebre. Una regresión evolutiva fascinante. Una no-necesidad del lenguaje. ¿Existe pensamiento sin lenguaje? ¿Piloto automático de nuevo? Había unos monitos más evolucionados que otros (de chico miraba muchos documentales), macacos, creo, tardaban años, pero aprendían, aprendían a usar una piedra para abrir conchas. Acá se usaba escabio y porros, principalmente.

La rubia nueva llegó a la cocina. Venía en busca de hielo y un trago. Preguntó por mi nombre y dijo que le gustaban mis tatuajes. Pasó la mano por uno del brazo, después me subió un poco la remera y me preguntó si tenía otros más escondidos. Entonces, sin querer, miró hacia el baño, yo me reí, un poco incómodo asentí con la cabeza. Yo estaba tomando whisky, ella me pidió. Le dije que no, que whisky no porque era del dueño de la casa y no sé qué más. Insistió un poco y se fue ofendida. Ay, ay, como si hubiera alguna diferencia, sería culpa, el padre culo, cul(o)+pa, ese gusano burgués que lo roe todo siempre, apareciendo con su camioneta RAM, levantando tierra, tocando como loco la bocina del deber; y sí, nada que hacerle. Me asqueaba un poco que ella tuviera catorce años y estuviera ahí. Al mismo tiempo, eso me ponía a salivar. Se la veía tan mujer que daba impresión. Hablaba como una chica. Quizás porque a la edad de ella yo era demasiado virgen, es decir, demasiado pajero. Vaya uno a saber.

Al rato me llegó un mensaje de la mina con la que salía. No éramos novios, cogíamos y pasábamos el rato juntos, y yo la amaba, o más o menos, y ella no, o sí, pero no lo sabía entonces. Me dijo por mensajito que estaba saliendo con alguien más. En ese momento el sentido del olfato volvió y me di cuenta de que tenía vomito en los pies, calor en todo el cuerpo, que no sabía quién era, que nadie sabía quién era. Me desesperé. Me sentía esa figura que rompe con la armonía de un cuadro y que, en el intento de corregirla se hace un enchastre; algo que parece un bolo alimenticio o materia fecal, o un punto intermedio entre ambas. Comida pre-comida, esa que viene en latas o dentro de las empanadas hechas a máquina, esa que parece regurgitada por pajaritos. Basta, tenía que salir de todo eso. Crucé la casa hacia la puerta de entrada, en el camino le quité a alguien una botella de vodka y pensé, pero qué me importa si yo ando con otras y ella anda con otros y el valetodo de las relaciones modernas y el no lloro pero siento el nudo en la garganta. Entonces sucedió, el lenguaje volviendo, una voz a la pasada me dijo que no me preocupara: “Hacé la tuya Ruso, qué te importa, lleváte a la rubiecita al baño, loco, disfrutá”. No respondí, en verdad no sé si alguien me habló. Necesitaba estar en silencio. Llegué a la vereda y me recosté contra un arbol... el olor del pasto. Vacié la botella de un trago. Me empecé a reír. Le dije a alguien, no sé a quién, quizás a mi sombra:

-La vida, son sólo momentos.

Miré las estrellas y me reí. Son Sólo suena a nombre de Jedi, me dije. Pensé, ya fue, y me prendí otro pucho. Saqué algún papelito del bolsillo y una lapicera. Anoté algo. Le dije a mi sombra, mañana me voy a reír de verdad.

Mañana, siempre mañana.

 

Autor: Lisandro Wolter

Qué difícil esto de la biografía. Qué importa cuándo nací, dónde, qué hice. No digo que las biografías no sean interesantes. Es que yo, por ahora, no hice nada memorable. Por ejemplo: escribí dos libros y voy por el tercero, pero lo que hago no le interesa a ninguna editorial. Toco la batería desde que tengo tres años, doy clases. Ya hice jazz y cumbia santafesina. Estudio Letras en la UBA. No estoy bautizado. Para cínico, soy idealista, creo en el amor; para idealista, soy cínico; no creo en el amor romántico. Sé un par de cosas. Desconozco muchas. Cuando tenía 9 años pesqué en Necochea una raya de 7 kilos. Mi primera vez fue con una mina cuyo nombre desconozco. Ahora, tengo 22.

9+7+22=38 ¿Y qué rima con ocho?

Muchas cosas.

Imagen: Foto de Marina Klein IG @marinakleinx

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