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El cuerpo femenino se mantiene inmóvil, de pie frente a los fragmentos de cristal que se esparcen a su alrededor. Está de espaldas, con las piernas finas, interminables, separadas en una V invertida magnífica. Las sandalias negras que la sostienen la elevan aún más. La espalda perfecta; los omóplatos se marcan en ese cuerpo delgado, de una juventud fresca, tan frágil como el cristal del florero que había sido hasta pocos minutos antes. Los brazos lánguidos cuelgan a ambos lados del cuerpo magro; las manos están apoyadas en sus muslos y las uñas, pintadas de negro, parecen incrustarse en su piel. Los rulos rubios rozan su hombro derecho. Apenas le cubren parte de la nuca y dejan ver un collar negro con tachas metálicas ajustado a su cuello. Las sandalias y el collar son lo único que viste. El caleidoscopio de trozos de cristal devuelve las imágenes de los colores que decoran la habitación: apoyada en una mesita, una tira de leds blancos que traza la palabra love; en la pared, un tubo de luz roja señala BAR. Del otro lado de la habitación, unos globitos chinos cuelgan en el respaldar de la cama. Sobre la mesa en la que estuvo el florero, hay dos vasos con restos de bebida y una botella, no se ve la etiqueta. Otra mujer se acerca: es más baja, tiene un cuerpo robusto y fusco, un abdomen prominente dibujado de estrías y unos pechos enormes y pesados que alcanzan la altura a la que debía estar la cintura. La piel se le amontona en pliegues que cuelgan sobre su espalda. El cabello negro, lacio y brillante. Lleva puesta una tanga que destaca el trasero enorme, y un pequeño antifaz de cuero negro que enmarca sus ojos oscuros. Los labios carnosos tienen un brillo delicado, las cejas son finas y delineadas. Las manos diminutas -demasiado pequeñas para ese cuerpo- sostienen un látigo de tiras de cuero. La recién llegada demanda: “¿Qué hiciste, perra?” La que está en falta no se mueve. La otra ordena: “¡En cuatro!” Le indica con el mango del fuete la alfombra suave y mullida a su lado. La rubia se agacha y su perfil queda expuesto: los labios pintados de negro y los ojos verdes, maquillados en exceso en el mismo tono dark. La morocha engancha un lazo de cuero al collar y tira de él hacia el otro lado de la habitación. Apoya el látigo entre los glúteos magros, donde descansa unos segundos. Desliza después, lentamente, las tiritas de cuero por la columna hasta la nuca. “De rodillas” es la nueva orden acatada de inmediato. “¿A ver cómo jadea la perra?” y la joven saca la lengua forzando una respiración por la boca que puede oírse, mientras recibe dos azotes en las nalgas. La que ordena posa el látigo en el vientre de la rubia y eleva, con ensayada parsimonia, apenas rozando la piel, las tiras de cuero hasta las tetitas firmes. Allí se entretiene en cada uno de los pezones traspasados por dos piercing diferentes. Las tiras suben, recorren el cuello níveo y el mango se ubica bajo la barbilla de la joven. Presiona sobre ella, indicándole a la sometida que se levante. Mientras lo hace, la gorda sostiene el látigo, toma las tiras, las desliza por el hueco de su mano y las suelta, repitiendo el movimiento una y otra vez. Finalmente lo apoya en la cintura delgada y empuja hacia la cama. Ella se acuesta de espaldas. Se hunde ligeramente en un acolchado deslucido. El vello púbico es un triángulo pequeño que corona un monte de Venus huesudo. Una gota de sangre crece en el dedo grande de uno de sus pies. La morocha se para entre las piernas abiertas de su partenaire, le quita la sandalia y le lame la herida, le chupa el dedo. La rubia alza el pecho, curvándose de placer. La excitación la lleva a levantar la cabeza para observar el acto, pero la otra la obliga a bajarla poniéndole la mano sobre su cara. Presiona su mejilla mientras hurga la boca con los dedos; la blonda los succiona con avidez. Ahora las tiras tocan las ingles de la lezdom. La mano libre de la dominatriz busca su vientre y muslos y los acaricia frenéticamente. Rodea la cama, se sienta sobre la cara de la joven y frota sus glúteos sobre ella. Pubis, nalgas y caderas aprisionan la cabeza que se somete al rito. Los globitos chinos parpadean al ritmo de los movimientos de la gorda. El látigo se suelta y cae al piso. Ya no hay órdenes. La esclava complace con lamidas de placer a su ama que la flagela con nalgadas. Los pechos de la regordeta se aplastan sobre los otros, los de los pezones apenas insinuados. El recorrido que antes hacían las tiras de cuero, ahora lo hace una lengua jugosa. Los cuerpos hablan entre sí, se dicen, se someten, se demandan y se ofrecen generosos. Los gemidos se incrementan y resuenan en un dueto de paroxismo. Las lenguas se buscan y se encuentran en un duelo de besos y penetraciones, de fluidos y olores. Los dedos exploran pliegues, flotan casi sobre la piel y buscan el calor de túneles húmedos. El ritmo de la respiración se acelera. Los brazos envuelven; los cuerpos se abordan, se esperan, se balancean, se acompasan y se estremecen en espasmos de placer. Finalmente los gemidos alcanzan la intensidad que delata el éxtasis. El jadeo se atenúa, los ojos se abren, las miradas se cruzan y una sonrisa de Gioconda se asoma en los labios de ambas. ―¡Corten! Se graba, -anuncia la directora desde su sillón, mientras en el set estallan los aplausos del equipo.

 

Autora: Sonia Concari

Cordobesa, reside actualmente en Rosario. Física, docente e investigadora. Le interesan las energías sustentables y la tecnología. Ama viajar, le gusta bailar y escribir. Ha participado en ciclos de lectura en “Ciclotimia” y en “Mujeres que se animan”. Ha publicado poesía en la antología Corte al bies veinte16 (GatoGrillé, 2016), caligrama en Revista Furman 217 (http://furman217.com/es/landing-page-espanol-2/) y cuentos en números del Opúsculo del Taller de Escritura del Pasaje Pan, en El Ojo de UK (https://elojodeuk.com/2017/06/09/con-los-ojosbien-abiertos/), en la antología Entretiempos Cuentos (Dunken, 2019) y en Antología Porquesí (Ed. del Pasaje, 2019). Ha recibido menciones de honor y ha sido finalista en concursos literarios, con la publicación de los relatos en antologías: Ensamblando Palabras 2018 (Aries, 2018), Cicatrices (Inguz, 2018), y otros, en prensa.

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