Machete al machote
Tengo que dejar de fumar. Tiro la colilla por la ventana y sigo mirando por el retrovisor. La seguidilla de líneas amarillas reflejadas me recuerda lo que dejo atrás. Los vidrios empañados, los limpia parabrisas a tope, la guitarra acelerada de Led Zeppelin, todo es ansiedad pura. No queda tiempo. Por otro lado, los azulejos salpicados, la luz negra y el bajo estridente del bar demuestran que sí lo tuve. Lo premedité, y no me arrepiento. Ahí, en el suelo del baño, algún borracho se va a encontrar con el cerdo sucio y podrido que la violó. Después de vomitar y mear al lado del inodoro seguramente avise al barman que hay un tipo desnudo, con cuatro puñaladas en el pecho y los testículos colgándole del cuello. Nadie va a entender cómo ni cuándo pasó. Las mal llamadas “feminazis”, esos seres mitológicos del siglo XXI, serán la primera plana del diario del domingo. Me alegro de haber traído al otro, el que filmó. Me alegro de haberle cortado los dedos. Me alegro de escarificarle “soy un macho violador” en la espalda. Me alegro de que se esté tragando el pene muerto de su amigo. Bajo del auto, me prendo otro cigarrillo y miro alrededor. Bardas peladas, ni una luz. No sé dónde estoy. Camino hasta el baúl y lo abro. Su cara ensangrentada me mira con cobardía. -Tranquilo, ya salís.- Doy otra pitada y saco las sogas que están a su lado, amarradas a sus pies. Lo agarro de los brazos y lo dejo caer al suelo, atando firmemente el otro extremo de la soga al enganche del auto. Me vuelvo a subir y levanto el volumen de la música. Acelero. En la próxima curva decidiré si freno.
Autora: Rocío Velasco
Vivo en General Roca, soy de Neuquén. Estudiante de comunicación Social.
Tengo 22 años y estoy intentando comenzar a mostrar algunos de mis escritos.
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