Algo que se llevó este invierno
Frío invierno, noche en calma, tormenta en el interior. Eran las ocho de la noche cuando me subo al auto, sabía que era la última vez que nos íbamos a ver, la última en años al menos. Me pongo bufanda, guantes, gorro y campera, me protegen del dolor del frío y son escudo, para todo lo que me está dejando este invierno. Me subo al auto, está más frío que afuera y el volante parece hecho de hielo. Lo prendo y arranco un recorrido de 10 minutos hasta la casa de él. Llego, se lo esperaba porque en realidad es su cumpleaños, entro el auto por si de casualidad lo llego a dejar afuera y me lo roban. Ya no está el perro y el jardín está vacío. Cuando paso la puerta de la casa, me topo con un mundo de personas conocidas y desconocidas, familia que es mía aunque no lo es, amigos que por esa noche también fueron míos. Se ve todo con normalidad, como si nada fuese a pasar, no se habla del tema para no llorar. Le pregunto a esa madre cómo está, rompe en llanto por dentro, por fuera me dice que bien. Sus ojos se van humedeciendo a medida que pasan los segundos, me arrepentí de inmediato en hacer aquella pregunta. Comimos rico y tomamos mate, nos reímos, hablamos del partido de hoy, del laburo de ayer, de lo que quedaba para hacer antes de irse. Hablamos de los cambios culturales, del jamón crudo, de la navidad y del idioma. Después de estar un par de horas todos fingiendo que era un encuentro como muchos otros, llegó el momento de volver a mi casa, era tarde y tenía que estudiar. Carajo. Le digo que me voy, que hace frío y es tarde, me dice que espere, y yo solo quiero que esa espera sea eterna. Camino hacia el pasillo, ya más frío, y justo cuando me voy climatizando con el exterior, llega el abrazo. Fuerte, constante, de esos que no terminan, éramos dos árboles sobre cemento. Sentí que lo abracé tan fuerte que mis dedos entraron como raíces en su cuerpo, quería llegar a dejarle algo de mí ahí adentro y sentirme también con algo de él. Te voy a extrañar, fue lo que dije, frase cliché, pero dicha tan profundamente que hasta me sonó desconocida. Prendí el auto y así sin más, me fui. A la cuadra me angustié, lloré y grité, preferí hacerlo sola ya que puedo imaginarme lo difícil que es dejar sus amigos y familia atrás por ir detrás de un sueño. Mi amigo se va hoy, se va del paisito de mate y tortas fritas, de fútbol en la calle y de amigos en todos lados, del país de viejos donde nunca pasa nada y es difícil progresar. Deja las tardes de rambla por tardes de estudio, noches de pizza y cerveza por trabajar incansablemente para algún día tener lo que quiere. Todo esto me hace preguntarme, ¿vale la pena? Me pregunto si la felicidad de lograr eso sea más grande que la tristeza de dejar todo atrás. Lamentablemente la respuesta la saben solo los valientes o extraviados.
Autora: Stephanie Caballero
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