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Identidad


Hacía mucho que Juana no tenía problemas con quien era, con la señorita en que su mamá la había convertido a base de una esmerada crianza llena de cuidados, de palabras de aliento, de abrazos contenedores en momentos de necesidad, de respuestas escuetas pero acertadas cuando asaltaba la curiosidad. Pero esa mañana se sintió diferente.

Minutos después de despertar, el espejo no le devolvió la imagen de todos los días. Sus rasgos se veían más acentuados. Se alejaban de los de esa dama delicada, de piel blanca como la leche y cuello finísimo que le había dado la vida.

Decidió entonces dejar de lado su rutina de estudiante por un día e internarse en su casa en busca de respuestas. Abrió la famosa caja de fotos que su madre guardaba en el armario y comenzó a recorrer con la vista los recuerdos allí archivados.

No era la primera vez que lo hacía. Infinidad de veces habían observado esas fotografías. Su madre con un enorme vientre en un vestido floreado, ella en un moisés de mimbre blanco con una manta tejida por su abuela que aún conservaban, su primer cumpleaños con un moño rojo en la cabeza y su madrina sosteniéndola en brazos, su primer paseo en bicicleta de la mano de su abuelo. En dieciséis años habían acudido a la misma caja para aplacar cada momento de duda, siempre acompañadas de anécdotas y explicaciones de cada instante retratado.

Juana sentía que ya no era necesario que estuviese su madre para verlas juntas. Conocía cada historia a la perfección, incluso aquellas que no se hallaban en papel. Sabía de ese hombre que había jurado amor pero que había huido antes de que ella viniera al mundo. Sabía que era muy parecida a él porque su madre se lo había descripto en muchas ocasiones. Pero no podía comprobarlo. No había en esa caja ni una sola foto de él. Eso era lo que la torturaba esa mañana, lo que no sabía.

De repente se imaginaba en un futuro cercano enamorándose de algún joven y temiendo que por el azar del destino perteneciera a su familia. O en un futuro más lejano, con sus propios hijos en las rodillas, tratando de contarles una parte de su vida que ni siquiera ella podía explicar con claridad. Todo era muy confuso. Sentía en su interior que su historia estaba sesgada, pero no sabía por qué.

La mañana pasó con rapidez y Juana se dejó llevar por la cotidianeidad. Esperó a su madre con una comida agradable al paladar, charlaron de nimiedades y compartieron el aseo como era costumbre entre ellas. Pero mientras preparaba el té pensó que era momento de enfrentar la realidad, de buscar las respuestas que necesitaba. Sirvió dos tazas que apoyó sobre la mesa e inició la conversación que la llevaría a conocer los detalles de su origen.

Su madre revolvió una y otra vez el té, como si el azúcar no quisiera despegarse del fondo de la taza. Los tintineos de la cuchara resonaron en el silencio que invadió el comedor. Luego de mirar invariablemente el fondo de la taza y el de los ojos de su hija, aclaró su garganta sabiendo que había llegado un momento poco esperado pero inevitable de su vida.

Hija mía, esbozó mientras mantenía sus dedos apretados sobre la cuchara de metal, ojalá a tu edad hubiera tenido una pizca de tu determinación. Pero no todo ha sido tan fácil para mí. A tu edad yo ya te tenía en mi vientre y mi cabeza luchaba entre las dudas de la maternidad y la verdad retumbándome en las sienes.

Yo acababa de cumplir quince años y, como era costumbre, se invitó a toda la familia al campo donde vivíamos a compartir días de festejo que incluían carneada, asado, gente entrando y saliendo de casa, tardes de mates y noches de bullicio interminables.

Disfrutaba mucho de esas jornadas porque significaban días compartidos con mis primos, con los que intercalábamos tardes de juegos y de ayuda a los adultos en las tareas hogareñas. Llegábamos a la noche agotados y no pasaba mucho después de la cena para que la nueva carrera a ganar fuera la de quién se dormía antes.

Una de esas noches, entrada la madrugada, sentí ruidos en el comedor. No me sobresalté, seguramente fuera alguna tía que por no usar el baño del galpón, generalmente usado por los hombres y escaso de higiene, hubiera caminado los metros que lo separaban a la casa principal.

Mi actitud cambió cuando se abrió la puerta de mi habitación, entrecerrada para que entre el haz de luz del pasillo. Nunca me gustó la oscuridad. La puerta se cerró y se abrieron mis sábanas. Me paralicé. Tuve miedo de gritar y que mis primos se despertaran. Pero aún si hubiera tenido el valor no habría podido. Una mano se posó sobre mi boca y una voz susurró en mi oído. Una voz que conocía muy bien. Una voz que había escuchado más de una vez en la cocina de mi casa mientras mi madre preparaba la comida o en el cuadro mientras mi padre esquilaba alguna oveja.

Esa noche, Daniel, mi propio tío, desechó mis ilusiones de niña. Me despojó del derecho de soñar con enamorarme, de ser una joven como otras. Imprimió el dolor en mi cuerpo y en mi alma para siempre. Nunca volví a ser la misma.

Los meses que siguieron fueron aún más dolorosos. Enfrentar cambios en mi cuerpo que no entendía. Las preguntas de mi madre. Acusaciones que juzgaban mi inocencia de niña. Silencios que costaron reuniones familiares incómodas donde la que bajaba la vista era yo. Palizas exigiendo explicaciones que yo dejaba ser. Quizás que se muriera eso que llevaba dentro era mejor. Quizás morir era lo mejor.

Cuando me di cuenta de que ninguna de las dos cosas iba a suceder, decidí contar la verdad. Ante los ojos desorbitados de mi padre y la angustia de mi madre descubrí que una gran tormenta se desataba sobre mi familia pero que yo estaba bajo techo. Eso me salvó.

Las lágrimas se mezclaron con el té que ninguna de las dos volvió a tocar. Juana envolvió a su madre entre sus brazos. No hacía falta una palabra más. Entendió que las ramas del árbol genealógico pueden enredarse de modos perversos, que hay mentiras que intentan protegernos y que hay verdades que nunca cicatrizan, que irremediablemente nos hacen ser quienes somos.

 

Autora: Nuria Toscano

Nacida en 1993 en Tres Lomas, al oeste de la provincia de Buenos Aires. Docente en educación primaria. Con poca experiencia en publicación pero un profundo amor por las letras desde la infancia. Primer texto publicado en la antología Microterrores V de Diversidad Literaria. Los demás en la red social

Instagram: toscano.nuria

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