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Me desperté sobresaltado. En un acto reflejo abrí el cajón de la mesita de luz para comprobar que estaba ahí. La Flaca al lado, todavía dormía plácida con un gesto angelical.

El mayor de mis hijos saludó desde la puerta de la pieza con la mano, y salió para el colegio. El más chico hoy no iba a tener clases, así que se quejaba desde la cama porque el hermano lo había despertado.

Ese alboroto seguro fue la causa de mi sobresalto.

Hace unas semanas, después de pensarlo mucho, hablarlo con amigos que habían pasado por situaciones desagradables, y siendo consciente de la jungla en que vivimos, decidí comprar un arma para defender la familia soñada.

Cerré el cajón de la mesita de luz. La Browning belga siguió durmiendo. Una extraña sensación de seguridad se siente en estos casos. Estaba en su sitio, limpia, tal como la había dejado a la vuelta de la práctica de tiro. Sí, de ser necesario, el arma estaba para cumplir con su fin.

Me levanté. Después del baño preparé el mate y unas tostadas. La Flaca se levantó. Desayunamos, nos despedimos con un beso, y me fui a trabajar. Siempre soñé con esa mujer, esos hijos, esa familia. El sueño de un hogar que no permitiría que nadie me arrebate, Absolutamente nadie.

Hoy en el centro me encontré con una vieja amiga: Nora.

Fuimos noviecitos hace casi treinta años. Que impresión me dio verla tal cual veía yo a su madre por aquel tiempo. La noté algo desalineada. Su pelo amarillo, sí, no era rubio, era amarillo, desdibujaba un tenue brillo en sus ojos.

Muy rápido nos contamos sobre nuestras familias. Ella tenía una nena de cinco años. Había sido mamá de grande después de penosos tratamientos. También supimos a qué nos dedicábamos. Finalmente nos despedimos con un mentiroso deseo de volver a vernos para charlar.

El resto del día pensé, no sin algo de culpa, la suerte que tuve en terminar con aquella relación. Pobre Norita, por todo lo que tuvo que pasar.

Hoy me desperté como siempre. Tenía la sensación de haber escuchado el insoportable llanto de una criatura. Me di vuelta en la cama buscando a la Flaca, mi Flaca, y la ilusión se esfumó.

Los pelos amarillos de Nora desdibujaban los ojos opacos que me miraban sin comprender.

En un acto reflejo, abrí desesperadamente el cajón de la mesita de luz, y deseando recuperar mi sueño, desparramé mis sesos por la almohada.

 

Autor: Miguel Ángel di Giovanni

Imagen tomada de

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