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¿Quieres pasar?


De madrugada me despierto sobresaltado. El corazón me late con fuerza, la pesadilla ha sido una putada. Roto el cuerpo hasta reposar en posición fetal, me llevo una mano al oído derecho y descubro, como de costumbre, la falta del tapón de cera. Por algún raro motivo siempre es el de esa oreja el que desaparece entre las sábanas. Me incorporo haciendo un esfuerzo supremo, la espalda me está matando, lo que me lleva a pensar en lo mucho que últimamente voy al gimnasio. Así sentado noto un bultito deslizándose por la espalda. Es el tapón de cera, aplastado y sucio ha conseguido escurrirse por un nuevo derrotero, como si tuviese una especie de conciencia adquirida por el uso y hubiese decidido que ya estaba bien de tanta sábana bajera. Hora de explorar nuevos territorios.

Podría hacerme gracia, seguro que me río un poco, pero no son horas. A propósito alargo la mano al móvil. Las cinco de la mañana. Me cago en mi vida. Me dejo caer, dejo caer el móvil encima del pullover dejado caer en el suelo hace tres horas. Hago un repaso mental de las últimas noches y el balance es una mierda. Veamos:

Ayer: a las dos y a las cuatro de la madrugada. Sueños desagradables: dos. Recordados: el último. No quiero darle vueltas, lo descarto sin más.

Antes de ayer: a las dos y algo de la madrugada. Sueños desagradables: Uno (creo). Lo olvidé al poner la lavadora a las siete y media (si es que lo tuve) aún con legañas en las concavidades de las cuencas.

Podría seguir, pero son las cinco y cuarto de la madrugada. Maldigo entre suspiros, no me siento tan mal, sé que podría ser mucho peor, además noto un placer veleidoso en la tranquilidad de la noche.

En el sueño de hoy soy una mujer o chica de pelo rubio cobrizo. Se suceden diversos escenarios en bucle. En un momento estoy en el gimnasio, es tarde y me van a echar por lo que me doy prisa con las pesas (como si fuese posible darse prisa con eso, pero bueno), al otro estoy metida en una cueva con forma de zahorí en el que se abren nuevos caminos a cada rato. Apunte: estos nuevos caminos horadados en la tierra no llevan a ninguna parte, se terminan en una pared sin sustancia a través de la que puedo ver al otro lado, es como una cortina transparente o una película viscosa que niega los sonidos de esa parte de la cueva.

Un hombre, tal vez mi padre, o mi novio, o el marido o sencillamente un hombre de quien dependo. Un hombre que me tiene en sus manos, me impide avanzar. Sus rasgos son morenos, arrugados e indefinidos a causa de una gorra encasquetada hasta la punta nariz. Llego a una pared y me fijo en un chico, un mozo, junto a un carro cargado de sacos resguardado del sol bajo un sauce. Difuso a causa del polvo flotante se extiende un polvoriento camino muy hermoso. El chico me gusta, me atrae y quiero estar con él así que me pongo a cavar con las manos desnudas. Mis dedos nudosos y fuertes no dejan de extrañarme, los siento ajenos al resto de mi cuerpo.

El hombre se entera de mis intenciones y por supuesto, cae una prohibición. Yo desoigo sus palabras y me hago un explosivo plástico con un par de saquitos (los sueños son maravillosos por cosas como esta). Lo pego a la pared, sin aviso, esta se ha vuelto más sólida como si entendiese lo que me dispongo a hacer, veo muy poco de lo que pasa al otro lado. Pum. La explosión no genera ningún ruido.

Abro una vía. El hombre se entera, aún en el silencio de la cueva, la reverberación hace hervir la sangre. La vía es cerrada inmediatamente ante mis ojos. El hombre ahora me vigila de cerca y ya no puedo hacer nada. Pasa el tiempo, tengo la sensación de que estoy perdiendo algo importante en ese chico, en el carro y en el camino franqueado de árboles. El conjunto, como un cuadro con ruedas se mueve lejos de mí. La sensación de pérdida es una quemazón en mis nuevos órganos. El útero parece moverse y hay algo desasiéndose muy despacio dentro de mí. Una pulpa indolora escurriéndose entre mis piernas, por lo demás, demasiado blancas.

Pasan doce días y unas pocas horas en una fracción de segundo. El hombre, sin previo aviso, me ordena marcharme a la universidad. Su tono es de repugnancia, me odia, me desprecia y me quiere fuera de su cueva-zahorí. Aún odia más a la universidad, quizá porque es un paleto de camisa blanca remendada o porque no sabe leer o porque sabe me irá mal entre sus muros.

Hago la maleta, para mi sorpresa, cargo un cubo con patatas asadas. Esto me es de suma importancia, a saber debido a que lógica onírica. El desasosiego me hace polvo. Fin del sueño de hoy. Hora: cinco y veintidós. Espero no recordar nada tras dormir un par de horas.

Por la mañana voy a comprar. Un hombre viejo y medio tarado se queda en mitad de la cola, un paso por delante de mí y otro a la derecha. Se está intentando colar con tres barras de pan firmemente apoyadas en su pecho hundido. En una mano ganchuda lleva las monedas. Dudo si mandarlo a la mierda, aunque se ve que está mal de la azotea. Al llegar el momento de tomar una decisión, me descuelgo un auricular y le pregunto con ironía:

- ¿Quieres pasar?

- (Balbuceo incoherente de su parte)

- Va a lo suyo.- dice la cajera sonriendo

Me encojo de hombros diciendo cualquier cosa . El hombre viejo paga y se marcha casi volando. Lo miro sortear con habilidad las puertas automáticas diciéndome para mis adentros que una gorra le sentaría muy bien.

 

Autor: Adan Mena Mesa

He escrito una breve novela titulada Mi hermano Charles, así como varias historias de fantasía ambientadas en los años noventa. Una parte de estas giran en torno a los barrios más pobres de mi ciudad. En ellas documento la vida de un niño desde los tres años. Además, he recogido en un libro una serie de cuentos moldeados bajo el puño del realismo mágico, mi género predilecto.

Imagen de Penélope Siopis tomada de

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