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Apenas este diario


"Antes que termine la noche me tenés que escribir un poema". "No puedo escribir así, de esa forma. Yo escribo cuando me sale, cuando lo necesito". "Algunas palabras para mí tenés que haber sacado después de seis horas compartiendo la cama". "Si me das un tiempo, unos días, para que pase la pasión y quede el recuerdo de la pasión, así puede que me salga algo. Yo uso los recuerdos". "Bueno, yo tampoco soy de acostarme con extraños, suelo necesitar un tiempo también, y acá estoy, viéndote pasar desnudo por el comedor de mi casa. Quiero mi poema antes de que Horacio tire el diario por debajo de la puerta".

El pronóstico dijo temprano a la mañana que después del mediodía iba a llover a lo grande. Incluso con vientos fuertes y hasta con buenas chances de piedras. Un lunes magnífico. Un comienzo de semana con esperanzas de una gran tarde de café y bar, mirando caer al cielo, y a los porteños apurarse para llegar a ningún lugar a salvo. Huyendo de su trabajo, de su jefe, de su cliente, de su vecino, de sus miserias. Todo bajo una tormenta de esas que ahogan a la Juan. B. Justo y desenmascaran a los funcionarios y sus patrañas.

Este depósito da a un callejón abandonado y solitario, a una pared blanca y a un mariscal Biondini que escupe una falsa argentinidad para que se regodeen algunos nazis melancólicos y de cotillón. El mediodía llega cuando miro ese escenario, mientras el último sol que tendremos me pega en el mate cocido cargado de amargura. El augurio de agua empieza a mirarnos a todos cara a cara, y se larga justo cuando mi plan cambia de forma inesperada, aunque nunca es tan así.

El mensaje dice que me quiere y que la llame. Apenas me conoce. El texto atrevido manda en cana a la que escribe y sus intenciones; yo no comprendo pero me froto las manos enguantadas, no me importa no entender. Cuando entendí a una mujer fue cuando peor me fue.

Acordamos hora bien avanzada la tarde, esperando, sin admitirlo, que el mundo se estuviera aniquilando y nosotros, solos, en esa casa y en esa pieza; con ese fuego, y con el nuestro. Arreglamos que sería un buen rato, esperando, sin reconocerlo, que fuera mucho más que ello. Transamos que yo me ducharía al llegar, esperando, sin aceptarlo, que ambos nos empaparíamos al mismo tiempo bajo nuestra misma lluvia.

Llovió, y llovió, y llovió. Lo que quedaba del lunes cayó agua del cielo. Sin prisa pero sin pausa, sin furia pero sin tregua; tic, tic, tic, sobre las calles, sobre los árboles, sobre los taxis, sobre los techos, sobre mí.

Cuando llegué ya me esperaba con una toalla y todos sus ganas de que me quitara la ropa.

No le dejé un poema sobre la mesita ratona. Apenas este diario de un lunes no tan lunes.

 

Autor: Gabriel Rodríguez

Nació en Lomas de Zamora en 1974. Estudió historia en el Joaquín V. González y Ciencias de la Comunicación en la UBA. Publicó un poemario y el libro de historias y microcuentos “Buenos Aires, ciudad de Luces y sombras”. Se desempeñó como educador popular y colaboró en diversos medios alternativos. Actualmente cursa la carrera de Edición y coordina el Taller y Espacio Literario de la Casa Cultural y por los Derechos Humanos Luciano Arruga.

Imagen de Puri Salvi

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