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Tokio, ida y vuelta


En Navidad hace frío y tiempo:

en un oscuro callejón, cerca de Shinjuku,

apostando mis últimos yenes

entre intérpretes de la ruleta rusa,

desafiantes ante el teatro del infinito,

interrogantes todos

por una milésima de segundo:

desafío también ante toda lógica,

ante toda probabilidad,

versus toda matemática,

a la que por esta vez se derrota

(excluyente moneda, ruleta de suicidios:

cinco caras para una sola cruz

en singular poesía aleatoria).

Salgo indemne

y tras la suerte

queda sellado mi beneficio,

que rápidamente habré de finiquitar

en forma de sucesivos desacatos:

a la diosa Fortuna

(seguiremos tentándola),

al metabolismo propio

(¿por qué está el bar del hotel

repleto de Godzillas?),

y a las buenas costumbres,

cadalso, perdición y deseo

en barrios de prepago,

pasando de pasar de sol a secundario

(deseo de ser Tim Duncan).

Por Ginza, Roppongi Hills y Omotesando

rompo a llover en mil pedazos,

y por calles de dolor

en Metrópolis gastada,

circulan estos mis ojos vendados,

de no poder verla,

de más nunca posarse en ellos reflejo

de sus ojos, sus labios,

su culito, su alma:

lágrimas hechas trizas.

De vuelta a casa,

me exhala Madrid

con su hálito imperecedero,

intrusivo, afín,

el recuerdo de un pasado,

ella y yo, ambos,

en común,

la vida como sumatorio acotado

de experiencias en presente continuo:

entre otras

un verano follando en Harvard,

felices como bestias,

felices como fiestas,

tante auguri a te,

también hubo momentos

hard discount

(esto es,

admiramos el cine de Fassbinder

–Rainer Wender-

en paralelo y en continuo;

compartiendo sudor y caracolas

vivimos champán y calambres,

y otras veces dejamos fluir el tiempo

como quien admira a Fassbinder).

Todo se rompe…

…excepción hecha, claro está, de la eternidad:

nuestro último cuarto de hora juntos,

una escasa porción de ser humano:

un hospital en pretérito pluscuamperfecto

(o sea, un koljós en Venecia).

Después pregunté

a un cónclave gremial de filósofos

acerca del sentido de la vida

y ellos me remitieron a Wall Street

visiblemente consternados,

casi muertos de risa.

 

Autor: Tomas Sanchez Hidalgo

Imagen detalle de foto de Masashi Wakui tomada de

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