Mujer arcilla
Tras el último intento fracasado, voy a cumplir con lo dicho.
La mañana vislumbrará un día tranquilo, nublado, pero no del todo gris, tendrá reflejos canela por la contundencia del otoño y de la humedad que lo espesará todo. Soñolienta la mañana, con el río todavía alto, el paisaje vivo y el biguá, puedo verlo, el biguá sacudiendo sus plumas solitario y altivo, mientras algún vecino cocinará el pan amaneciendo mi apetito, entonces entraré a la casa para comer algo rico, lo más rico que haya, no voy a ir a la tienda para no demorarme con nada ni nadie. Después voy a raparme, algo así como un desmalezamiento del terreno, para que no se enrede el pelo con las antiparras que intuyo están junto con la malla enteriza en una de las cajas llenas de cosas que nunca me animé a tirar. Y cuando esté lista, tomando suficiente carrera voy a saltar del muelle al río. Y voy a nadar. Nadar hasta que me canse, hacer la plancha, dejarme llevar por la corriente y cuando me sienta fuerte retomar el nado, así una y otra vez hasta que el hambre o el frío me sucumban y justo ahí, cuando crea o sienta que ya no quiero más, volverlo a intentar, una vez más, una última vez, como lo hice con vos hasta hoy. Estaré agotada, con los pulmones sin espacio y las extremidades entumecidas, por eso no tendré reproches para los peces si las mordisquean ni para las embarcaciones si me arrastran. Y si algún desalmado me encuentra y por su tranquilidad mental simula salvarme, voy a lanzarle toda el agua sucia que haya tragado en mis propios intentos iracundos de no perder y con voz de muerte y hojas de sauce voy a escupir, soltame, dejame vivir.
Ya no podrá el agua sostener el peso de mi cuerpo hinchado, recién ahí voy a hundirme, disolverme y entre el suelo arcilloso del río, desaparecer.
Alguna tarde, tus manos, resecas por el paso de los años y el trabajo, intentarán levantar sobre el torno esa misma pieza que siempre levantan, sin lograrlo ¡Oh, el fracaso! Y las vasijas bizcochadas, incapaces de ser, van a quebrarse cuando en el aire relinche mi voz estrangulada. Ha de abrigarte entonces una pena tan profunda que pareciera no pertenecerte, sin embargo tus manos… renunciarán sumergidas en arcilla blanda.
Y subirá el agua y destrozará el muelle. Allí mismo crecerá una araucaria.
El Delta. Buenos Aires
Este cuento es parte del libro Palabras Renacuajas.
Autora: Marisel Calvo
Imagen: Pablo Mar