top of page

Para, por, sin, sobre, Ana


Rebueno que todo está bien, que no soy el hombre ni ella la mujer que troquelaron, que no somos una casualidad ni una mala suerte y que teníamos que vernos otra vez y sabe cuántas hasta que la hipertensión deje de usarnos. Pensé que no iba a quererla; no sabía si revisar las fotos o borrarlas para ocultar nuestras siniestras posiciones. ¡Qué bueno es ser su macho y que hizo su parte porque así no perdió el pasaje y yo mi tiempo y darle mi frente y mi espalda fue un examen de madurez!. Estuve avergonzado y casi arrepentido de su habilidad y de las etapas del amor.

Escribir cómo nos conocimos comienza por el lazo rojo que subía la loma de Bohorque hacia el “hospitalito” de Baracoa. Yo en la bicicleta verde que le dieron a mi padre por inventar una pinza para operar las vesículas y que dio a su hijo con más amor que Rockefeller. A los 27 años sudé como un potro y así llegaba a la entrega de guardia; Hiram hacía lo mismo y desde más lejos después de besar a su guajira y nos sentábamos alrededor de la mesa a discutir los casos ingresados y operados sin hacer consciente que éramos los especialistas en Cirugía con el futuro de las tripas de Baracoa en las manos. A 22 años de distancia parece un sueño.

Una mañana Yura, la enfermera más puta y eficiente de todos los hemisferios me dijo que si yo era comemierda al no darme cuenta que la de los ojos verdes estaba loca por mí. ¡Claro que estaba loca, … todavía, y en el 97 era casada con un buen borracho, profesor e hijo de dos apellidos que, como halcones, vivían en una casa encima de la gruta que también soporta al hotel donde siempre quise hospedarme y hacer el amor y eyacular mirando la bahía que antes debió estar llena de indias e indios desnudos, sin prejuicios ni sífilis. Tuve que mirarla y bajó las persianas que cuidan esas valinas de esmeraldas: Patognomónico de quien está pidiendo ser amada con urgencia y para siempre. Esa misma noche, después de operar como el único cirujano del planeta, nos dimos el primer beso de los millones que tenemos en la agenda de esta vida. Por supuesto, tanto amor nos daba para soportar los desaires de la ciudad. Pero aquella bicicleta verde no le hacía caso a la lógica y los buenos modales de quien fue criado para no mezclarse con adúlteras y mucho menos con alumnas.

Desde Lindi la llamé dos veces hasta que pidió no repetir la evisceración de su matrimonio, recién recuperado del accidente que fue aquel romance.

Miguel, el otro internacionalista perdido frente al Indico, casi me obligó a botar la foto gris que respiraba en la billetera y que un día desapareció intencionalmente en algún cesto del Sokoine Hospital, donde el Schistosoma, después de dragar los escrotos de África, me los dejaba en la puerta del quirófano, y a partir de entonces comencé a padecer de nostalgia por las mujeres que picotean sobre los hematomas de mi Centauro.

A veces te engañas y no aceptas que la voluntad de luchar contra el vicio fue inhumada en tu presencia, por eso pedí a otra ex alumna, quien trabajaba en el norte de Brasil, que se pusiera en contacto con la droga y le diera mi dirección en Curitiba. Aquella noche Zuckerberg no pudo dormir. No tenía descanso la noche. El predio gastó la cuota de electricidad asignada para la sala de estudio donde suponían que estudiaba y aprendía los protocolos mercantilistas del Sur para tratar a los humanos. Hablamos hasta de nuestras hijas que perdieron al único hermano varón en la batalla contra la cureta a la edad de tres meses. Es lo que no perdono porque, con certeza, sus manitas no alcanzaban para cubrirse la cabeza del filo insistente.

Sabes cuando la albaca marchita resucita bajo la lluvia? Más o menos me sentí de ese vegetal modo al escuchar a la que mantiene erecto mi gusto por las hembras. En celo saltó desde Goiás hasta el aeropuerto Alfonso Pena. Tuve varios intentos de fugas desde que tomó la decisión de invadir mi apartamento 148 en Batel. Esperé sentado, no quise pararme en la desembocadura de la terminal donde casi todos saben lo que esperan y otros levantan un cartelito. Después de 21 años nada es seguro y mucho menos el sacro de una mujer. Llegó armada en Cleopatra. Nunca fue tan hermosa como hace un año. Mi barriga y la chaqueta de cuero ocultaban la alegría de la hormona, y en el ómnibus que hace el recorrido hasta la ciudad le di un beso transfusional, sin previo aviso hasta para mí. Son esos actos permisibles y obscenos que luego se encogen frente a las batallas sexuales en ayunas, postpandriales, diurnas y nocturnas. Sirvió un poco para que mis vecinos supieran que puedo trocar los ronquidos por el amor. Especialmente los que copulaban detrás de mi living a las 3 y 30 de la tarde con más de 70 años. (Cuando la fruta y la boca son cómplices de la gula te rebajas a lo insaciable). Nada era estrecho para llegar a los mismos campos húmedos donde antes patiné. Las fotos en el Jardim Botanico, en la Ópera de Arame y en las fuentes de Tanguá están en el yeyuno de la laptop y de su Samsung, si no las expulsó por otros paisajes más claros. Otra vez dijo que era mía y que su bote sólo iba a pasear en mi playa, sabiendo yo que el bote es del esposo, mi playa no tiene arena fija y ella es lo mejor que he tenido para ser instantáneamente feliz, como un bostezo anal en medio de una asamblea.

La esperé en aquel sulano piso 14 hasta que una ambulancia se encargó de avisarme que debía substituir la Rua Lamenha por la realidad de un corazón asustado de soledad y delirios de reconquista. Estuve en el borde, tambaleando sobre el andamio del destino. Opté por otro chance de cordura y juicio y también de humildad. Bajé de peso, de piso y de sueños. Me enamoré de las berenjenas. Habilité los bolsillos con aspirinas y seguí el camino inútil de los videos que me recordaban los años de estudiante y junto a Luisa, la flaca que me dejaba recuperar del oleaje emocional en el cuarto de al lado, llegué a la conclusión que el lazo rojo nunca es mío porque es un efímero trofeo inaugural en la subasta de las camas triangulares.

 

Autor: Abelardo Urgelles Orúe

Profesión: Médico cirujano.

Miembro de la APLA (Academia Pontagrosense de Letras y Artes), Paraná, Brasil.

Vivo em Suramérica y escribo sobre cualquier mapa.

Imagen tomada de

bottom of page