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Miró sus anteojos, estaban sucio y rayados, cuando se dispuso a limpiarlos imaginó sus ojos al otro lado de los cristales, después su rostro, el cabello y su cuello. Un espejo imaginario le devolvió su imagen. Quedó algo sorprendida. Sin levantarse del suelo, dejó los lentes a su lado y continuó mirando por la ventana.

Gracias a tener su torso desnudo el piso fresco le aliviaba el calor. Sus pechos descansaban y la brisa que entraba los acariciaba. Por un momento se sintió excitada, con ganas de quitarse la bombacha y masturbarse, pero no lo hizo. No por los vecinos, tenían sus ventanas cerradas, no lo hizo y listo.

Hacía dos días que no salía del departamento. Era acompañada sólo por una planta de interiores, a la que una tormenta, por su descuido de dejar la ventana abierta, había mutilado. También estaba Márquez, y El amor en los tiempos del cólera, en ese departamento del noveno piso.

Se quitó la única prenda que quedaba y, así, su cola también sintió la frescura del piso. Se miró los vellos de la entrepierna, acarició su panza y volvió a postrarse.

No quería nada y no esperaba nada, se dijo en silencio. Volteó para tomar el vaso de agua y sus pechos cayeron hacia la derecha. Sintió vida, una alegría le recorrió el cuerpo, pero se esfumó rápido. Bebió agua y volvió a la horizontalidad.

La vida, con muchos zigzags, la había llevado a ese pequeño departamento. ¿Qué quería de ella el destino? ¿Cómo había llegado a estar desnuda en ese piso? Quiso repasar su vida pero la mente le frustró el intento, al poco tiempo ya estaba observando las hojas de la planta que, a su lado, se balanceaban con cada empujón de viento. Le pareció raro que las hojas sean verdes y rosas, más aún, que el segundo color se volviera transparente y dejara ver los vasos que llevaban la energía.

Sintió una conexión con ella, ambas desnudas, ambas mostrando lo íntimo. Volvió a desear masturbarse, pero ya no por excitación, lo deseaba para sellar un pacto con la planta, para mostrarle al otro ser vivo lo que un ser humano podía sentir. No sólo mataban animales y destruían ecosistemas enteros, también podían disfrutar tocando, ya sea unos pétalos o sus zonas sensibles. Los vellos del cuerpo se le erizaron, los pezones se le pararon y dejo salir un pequeño gemido. Sus manos estaban al costado del cuerpo, cerró los ojos e imaginó que ella misma se recorría el cuerpo, como si fuese otra persona. Besaba su cuello, apretaba una de sus tetas y las lamía con dulzura, buscando un nivel de placer que ella conocía. Siguió besando su propia panza y comenzó a lamerse, despacio, despacio, como le gustaba que le hagan el sexo oral.

Quiso masturbarse pero se detuvo, quería saber cuán lejos podía llegar sin que nadie la tocase. Sus piernas se le tensaron, sus músculos se marcaron, y sentía como su lengua recorría cada parte de su vagina. Otro pequeño goce salió de su boca. Apretó los labios y gimió un poco más. Eso le gustó, era como una aprobación a sí misma. Su espalda se arqueo y generó un ruido al despegarse, sudada, del piso.

Sus manos apretaron sus muslos, levantaron, un poco más, la cintura para que ella pudiera lamer y masturbarse mejor. Pudo ver cada parte de la vagina, pudo verse a sí misma gozando, sin abrir los ojos. Golpeó su muslo izquierdo, volvió a golpearlo con más fuerza, ahora un grito de gozo se le escapó.

Despacio, despacio, se repetía a sí misma. Me encanta, seguí.

Sintió la caricia de la planta. Había entendido que el sexo es la parte animal que nunca va a morir, es la conexión con la naturaleza. Ni toda la "civilización" unida podrán ocultarla.

La planta le rozó el hombro, abrió los ojos y vio como ese ser vivo volvía a su posición natural. Le besó una de las hojas más grande y fue camino a la ducha. A su vuelta, desnuda y con el pelo mojado, la regó.

Se sirvió un vaso de whisky y le convidó un trago a la Madre Tierra. Brindaron en silencio. Brindó con Márquez, darle de beber sería arruinar una obra. Ella durmió en el suelo, desnuda, mientras la luna y la planta cuidaban del cuerpo de una humana.

 

Autor: Bruno Schinoni

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