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Corrí calle abajo dirección a la estación. Era tarde, y en apenas quince minutos saldría el próximo tren con destino a la ciudad del amor. Ella me dijo por teléfono que en su piso de estudiantes había un sofá bastante cómodo donde podría dormir. La había conocido un par de semanas antes, en las fiestas de su pueblo. Al principio pensé que no era más que otra chica estúpida que se acercaba a alguien nuevo para ligárselo, para pasar la noche y luego no volver a verlo. Cambié de opinión cuando al final de la noche comenzó a hablar de música independiente. Pocas chicas conocí en mi vida con las que tuviese una conversación tan interesante estando tan cansado.

Llegué a la estación y en cuanto compré el billete, el tren ya estaba listo para marcharse.

Al subir, observé a una muchedumbre de jóvenes estudiantes que llevaban sus mochilas para pasar el fin de semana en sus casas. Durante el viaje muchos hablaban excitados de las borracheras que habían cogido la noche anterior, y de lo bien que se lo habían pasado.

El tren llegó a mi destino, cogí mi mochila y me bajé. Al fondo, entre la gente que abarrotaba el andén, pude ver su diminuta figura agarrada de un paraguas, que le hacía compañía siempre que estaba con ella.

Salimos de la estación en dirección a su casa, que estaba muy cerca de allí. La noche caía sobre nosotros. Me comentó que tenía mucho que estudiar para los próximos exámenes de febrero y que el tiempo apenas le llegaba a nada, que visitas como la mía además de quitarle tiempo también le daba tranquilidad.

Llegamos al portal de su casa. Ya dentro, abrí la puerta del ascensor, pero ella dijo que no entraba. Me contó que odiaba los ascensores, que les tenía pánico, así que subimos hasta una cuarta planta por las escaleras, en las cuales los descansos parecían recepciones.

Abrió la puerta del piso con unas llaves que sacó del bolsillo al entrar en el portal y que no volvió a guardar. Entramos dentro y pude oler por primera vez el aroma fresco de un piso destartalado, pero cuidado, de estudiantes. Dejé la mochila al lado justo de la puerta de entrada.

Me dijo que pasase a la sala y que me sentase. Estaba bastante cansado después de subir las escaleras, así que me puse cómodo. Ella llamó por teléfono a un restaurante de comida rápida para que nos trajeran la cena. Pidió un par de bocadillos y le dijeron que en media hora el pedido estaría en casa.

Se sentó a mi lado poniendo los pies sobre la mesilla que estaba justo enfrente del sofá. Yo hice lo mismo, no quería que se incomodase. Al poco tiempo se levantó y se fue a su habitación. Aunque estaba muy cómodo, me levante también y eché un vistazo a todo. Me acerqué a un tablón de corcho que estaba pegado en la pared encima del televisor, estaba completamente lleno de fotos, apenas había espacios libres para descansar la vista. En las fotos, salía ella con sus amigas y compañeras de piso, y en algunas observé las dedicatorias que habían escrito. Al lado del tablón pude ver una lámina fotográfica de su pueblo que regalaba un periódico en una colección de pueblos de la provincia. Volvió a la sala y me vio de pie observándolo todo. Yo le dije que me encantaba su pueblo, y que la imagen desde el aire en aquella fotografía lo hacía más bonito. Ella contestó que también le gustaba, que iba siempre que podía, pero prefería las ciudades grandes donde tienes de todo y nunca te aburres. Miré aquella sala un par de veces más y volví al sofá a donde ella. Ya estaba acomodada en la misma posición de antes con los pies sobre la mesa.

La miré a los ojos y a sus abultados mofletes, que me volvían loco. Quise tocarlos y besarla, pero me detuve, pues quería que me lo pidiese ella, como lo había hecho, unos días antes en otra visita relámpago y en la que sólo paseamos.

Encendió la televisión, en un movimiento en el que pensé que me robaría el primer beso de la noche, pero únicamente cambió los canales hasta dejarlo en uno en el que estaban dando un documental sobre Chiapas y el subcomandante Marcos. Dijo que le encantaría conocer a Marcos en persona, era uno de sus sueños, y que el día de mañana no le importaría trabajar en una ONG que se encargara de las personas más desfavorecidas. Yo le contesté que eso para mí no tenía mucha importancia, que la revolución Zapatista no me interesaba demasiado.

Me lo recriminó, incluso le pareció mal, pues ella lo veía una causa muy noble, y dijo que todas las personas tienen que luchar por lo que creen. Era una revolucionaria.

En ese momento sonó el timbre. Eran los bocadillos que había pedido al restaurante de comida rápida. Se levantó y abrió la puerta. Yo también me levanté y la seguí, aunque no me acerque del todo a la entrada. El repartidor era un chico joven, se conocieron al verse pero no se saludaron. Jugaron al despiste, a la hipocresía, al malentendido… Después me dijo, que era de un pueblo cercano al suyo. Ella le pagó y se dedicaron las últimas miradas de reojo. Cerró la puerta y nos dirigimos de nuevo a la sala. Abrió la bolsa y sacó los bocadillos, que venían envueltos en un papel duro con la publicidad del restaurante, y comenzamos a cenar. Yo acabé mucho antes que ella y eso le hizo gracia. Dijo, que no conocía a nadie que comiese tan rápido y que nunca se atragantase, y yo también me reí.

Al acabar recogió todo de la mesa mientras yo le decía que quería ayudarla, pero contestó que no hacía falta, que en dos minutos todo estaría limpio. Se sentó de nuevo a mi lado, cogió el mando y miró todos los canales de la televisión. La dejó en uno cualquiera, ninguno le interesaba y se levantó de nuevo dirigiéndose a su habitación. Tardó un poco, demasiado. Yo volví a coger el mando, miré todos los canales para dejarlo en algo interesante, pero a esas horas ya no había nada que realmente mereciese la pena.

De pronto, apareció de nuevo en el salón con la parte de arriba del pijama puesto, con la que ella decía se sentía más cómoda. Estaba más simpática, al menos para mí. Cuando se lo dije sonrió, se sentó a mi lado y a los pocos segundos apoyó su cabeza sobre mi hombro. Fue entonces cuando volví a sentir su dulzura, su tacto, su olor, como lo había sentido unos días antes paseando por las calles más viejas y estrechas de la ciudad, por las que no paramos de besarnos ni un instante y que nos llevó horas recorrerlas, cuando apenas eran unos pocos metros. Entonces ella acercó su boca a mi oreja, como si quisiera contarme algún secreto, y comenzó a besarme en el cuello. Cerré los ojos y soñé con ella. Busqué sus labios lentamente, dando un rodeo por toda su cara, para llegar a sus mofletes, donde su dulzura extrema me llevaba al reino de la locura. Intenté besarle la punta de la nariz, pero no le gustaba. Me lo había recriminado en otra ocasión, pero ya no lo recordaba. Y a mí eso me encantaba. El volumen del televisor estaba bastante alto y nos servía de banda sonora, al igual que aquella máquina de discos a la vieja usanza, que sobrevivía en un bar poblado de estudiantes de letras que soñaban con cambiar el mundo al son de canciones decadentes de pop británico y al que ella me llevo el primer día que fui a visitarla.

Dejó de besarme y apagó la televisión.

—Así está mejor —dijo, y volvió a buscar mi boca, jugando con ella, y quitándola cada vez que yo me acercaba, y en el medio alguna sonrisa que la hacía más dulce, más suave, más grande.

Al rato nos dimos un respiro y volví a mirar todo a lo que me rodeaba. Me fijé en ella. Un mechón de pelo le cubría media cara resbalándole por delante de los ojos, haciendo desaparecer esa imagen de dulzura y convertirla en algo más salvaje. Me acerqué de nuevo a su boca para besarla, pero dijo que era mejor que nos fuésemos para su habitación. El sofá que me había prometido para pasar la noche se quedaba solo, sin cabeza a la que dar apoyo, ni cuerpo al que dar descanso.

Entramos a su habitación silenciosamente, como dos adolescentes que se esconden del alba, y que los primeros rayos de luz les traerá el descubrimiento de su secreto.

La habitación era pequeña: una cama, el armario y una mesa situada enfrente de la ventana cubrían casi todo el espacio. En las paredes tenía varios posters de grupos indies como los Planetas o Chucho, varios CDs al lado de un radiocasete, y en la mesa, el montón de apuntes que tenía que estudiar; todo ello construía el romántico paisaje por el que esa noche pasearíamos nuestras ilusiones y, desgraciadamente, también las decepciones.

La besé, y me agarró la cabeza fuerte con las dos manos, no quería que me fuese. Al rato paramos haciendo que el beso eterno llegase a su fin. Abrí los ojos, y pude ver enfrente de mí un tablón de corcho exactamente igual que el de la sala, en el que tenía fotos suyas en distintos lugares y con distintas personas: con sus amigas en la playa, en alguna boda o en fiestas. Su vida en fotos.

Apagó la luz en el interruptor que estaba al lado de la puerta, para luego acercarse y meter sus manos por dentro de mi jersey. La sentí fría, pero segundos después de su tacto inicial un aire templado estabilizó toda mi temperatura corporal consiguiendo que dejase de tiritar. Desabroché uno a uno los botones de la chaqueta del pijama, al mismo tiempo que ella intentaba quitarme el jersey.

Nos desnudamos con prisa como si la noche se fuese a acabar, cuando podría ser sólo el principio. Los reflejos de las luces de neón de la calle se colaban entre los huecos de la persiana mal cerrada, hiriendo de muerte a una oscuridad que se convirtió en aspereza. La besé tan fuerte que incluso llegué a morderla, y ella en un acto reflejo, sin quitar su boca de la mía, apretó fuerte mi mano para hacerme saber que le había dolido. Busqué sus pechos redondos y duros para cubrirlos con mis manos y así poder calentarlos, ella me dejó.

Al rato rodeó mi cuello con sus brazos y me arrastró con ella a su lecho en el que caímos, con dulzura y arrogancia a la vez, sobre aquel lugar acostumbrado a dar cobijo a una sola persona. Debajo de las sábanas fue donde nos sentimos cómplices sin necesidad de entender nada, ni de hablar, ni de discutir. Como único sello de nuestra cordura estaba la saliva húmeda de nuestros besos.

Ella se durmió primero y pude observar como dormía. Rebosaba tranquilidad, con sus pelos alborotados después de la locura de pasión. Creo que me dormí sin dejar de mirarla.

En mitad de la noche sentí de nuevo la humedad de sus labios recorriendo mi cuerpo. Se había despertado y no conseguía volver a dormir, se sentía sola. Sin abrir mis ojos comencé a besarla de nuevo, sin saber discernir si era sueño o realidad, ¿qué importaba?

Fue el mejor despertar que tuve jamás. Las caricias, los besos, haciéndose dueños nuevamente de las primeras luces del alba. Hicimos el amor con la misma fuerza que antes, en aquella habitación que para mí era ya un templo.

El cansancio nos venció, y nos miramos nuevamente en silencio, durante un rato que pudo ser eterno, hasta quedarnos dormidos.

Me desperté con sus vueltas en la cama, parecía incomoda. No se podía eludir la luz del día, ni el sonido de la lluvia en la ventana. Me giré para encontrarla despierta, mirándome con los ojos abiertos como platos, sin perder detalle. Me confesó que apenas había podido dormir.

Se levantó para ir al baño, y entonces ocurrió, aquella cama comenzó a parecerme extraña. Pensé en dejarla y correr lejos de allí. Que aquella chica no era para mí, que habría más y mejores ahí fuera. Quise abandonarla, todo me agobiaba y ya no quería estar más con ella. A decir verdad, era la primera vez que dormía con alguien y todo me oprimía, me sentía raro. Era extraño levantarme al lado de una chica que no sabía si podría complacerla el día a día.

El temor de no saber qué hacer después y de tener una relación seria me llevaba a pensar que no podría ser libre como los protagonistas de esos libros beatniks que había devorado hasta atragantarme, me traicionaría. También apareció en mi pensamiento, como una sensación encontrada, otra persona con la que me había ilusionado no hacía mucho tiempo, la cual se me había escapado de entre las manos y no había podido olvidarla.

Ella entró en la habitación, se acostó a mi lado y me miró.

—¿Qué te ocurre?, —preguntó. Pero no pude contestarle. —Venga, dímelo… sé que te pasa algo.

No podía mirarla, no podía sonreír.

—Si quieres, puedes irte. Sale un bus ahora para tu ciudad.

No le dije nada, ya que no tenía nada que decirle. No lo entendería.

—Hay hachís en el cajón, si quieres puedes hacerte un porro —me dijo enfadada. Abrí el cajón y saque un porro ya liado, lo metí en la boca y lo tire al suelo.

—¿Sabes?, creo que te gusta otra persona, sino no lo entiendo —dijo con la voz entrecortada, intentando retener las lágrimas.

Me dolía tanto el corazón, que no tuve valor para decir ni una palabra. Se fue a la sala y me quede solo. Recogí la ropa tirada por el suelo, me vestí y salí. Y allí estaba ella, sentada en un sofá con las piernas cruzadas como un viejo jefe indio, fumando, con ojos brillantes que miraban al techo, intentando que no notase que estaba llorando. Mordiendo su labio inferior, me miró de nuevo—: Ya está, ¿no?

Quise decir algo oportuno, pero no pude. Anhelaba explicarle como mi deseo de libertad la convertía en víctima de mi utopía, o que mis sueños no pertenecían a su mundo o, no sé…

Me dirigí junto a la puerta para coger la mochila que había dejado allí ayer, aquel ayer que entonces me pareció tan distante. Al mirarla le dije adiós, y me contestó tan bajo que apenas pude oírla. Mientras esperaba el ascensor, ella abrió la puerta. Se acercó y me susurró—: Dame al menos un beso de despedida al menos.

Y besé sus labios sin aquel sabor dulce, sin que ya supiesen a nada.

Y me fui.

Fin.

 

Me Fui”: Premiado en el Certamen Literario Internacional “Los libros de Charlie” (Argentina – diciembre 2017). No tiene los derechos de publicación comprometidos.

Autor: Jordi Cicely

Nace en Lugo (Galicia - 1978). Comienza a escribir a los veintiséis años, durante su primera crisis de ansiedad y lo que en un principio sería una terapia curativa, se convierte en una forma de vida. En esta etapa saca una gran cantidad de relatos y lo que será la base para su primera novela “Las Princesas de El Dorado”, ya que esta, en un principio era un relato largo. Esta primera etapa dura dos años, luego abandona la escritura. Pasado el periodo de diez años, retoma otra vez la escritura y que además coincide con su marcha a Londres. Es aquí, cuando retoma el proyecto de “Las Princesas de El Dorado” y lo finaliza como novela, después de estar trece años parado.

Durante este periodo, comienza a escribir otra vez relatos (“Suspiros de La Habana”, “Tarde con Daniela”), gana concursos literarios, consigue cierto reconocimiento y depura su técnica narrativa tan personal y emotiva. También se centra en retocar algún relato antiguo, como en el caso de “Me fui”, que más tarde sería premiado internacionalmente en uno de los más importantes festivales latinoamericanos, Los Libros de Charlie” (Argentina). Como colofón, abre el blog www.cosasquetecontealoido.com de gran repercusión en la red y que se convierte en su gran baza literaria.

Jordi Cicely, también es requerido por el prestigioso periodista y reportero Juan Carlos Bejarano, del canal internacional latino NTN24, para su web www.descubriendolondres.uk y en el que escribe acerca de lugares emblemáticos del rock y de la música en general que se encuentran en la capital británica y que él ha visitado y visitará, pero siempre bajo su estilo tan personal y emotivo. La web, es una de las más completas de habla hispana a nivel mundial que sirve información sobre la capital británica y el resto del Reino Unido.

En cuanto al conjunto de su obra, aunque se etiqueta bajo el romanticismo, no es del todo cierto, más bien tendremos que definirlo como Exahustismo y que se trata de un concepto nuevo literario, que abarca una literatura con un gran poder descriptivo, tanto del interior de los personajes, las situaciones que viven y el ambiente en el que transcurre la acción. Esto hace que el lector lo viva en primera persona. Todo está basado en experiencias reales propias, llenas de emociones desde la primera hasta la última línea, dejando al lector exhausto a cada momento. La intensidad con la que se describe la historia y la gran cantidad de sentimientos que fluyen dejan una carga emotiva enorme en la lectura, donde el amor y el desamor lo impregnan absolutamente todo, bajo una visión muy melancólica.

Premios y menciones:

“Me Fui”: Premiado en el Certamen Literario Internacional “Los libros de Charlie” (Argentina – diciembre 2017).

“Suspiros de La Habana”: Premiado en el Certamen Literario de la revista de viajes y viajeros Magellan (Barcelona – diciembre 2017).

“Tumba y cenizas de Freddie Mercury”: Seleccionado para el blog www.descubriendolondres.uk (Londres – septiembre 2018).

“Epitafio de Tolkien” es seleccionado para ser publicado en el diario El Progreso de Lugo, para un especial de relatos de verano. (Lugo – agosto 2016).

Imagen tomada de

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