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Irreverente y otros textos


Irreverente

Yo hice la propuesta indecente yo arranqué la manzana del árbol y mordí a la serpiente, más de una vez. Liberé un deseo y pronuncié la tormenta el huracán el río y su desembocadura. No fue sabiduría sólo supervivencia respiración profunda, mis atajos contra las maneras de la muerte. Primero quise el atrevimiento la posibilidad de ser otra en otro detrás de cámara detrás de la máscara un 'pasen y vean' mientras yo los veo, mientras no me ven. Después quise la proximidad su secreto el tesoro, también lo lúdico. No pensé en el ring o el combate porque hay admiración, mucha, no rivalidad. Pensé sí en el despojo en quitarme todo en ofrecer una intimidad sin el cuerpo sin la piel ni el olfato. La intimidad del lenguaje, la verdadera, la traducción, la llave maestra. No me interesa la vanidad del nombre llenando bocas ni palmas ajenas esa embriaguez inmediata y pasajera, yo quiero el paladar el nervio el tatuaje el vértigo lo inaugural. No me interesan las reglas ni los juegos de mesa limpiarme los pies antes de entrar el podio al final de la carrera el deseo previsible en la comodidad de la alcoba. Por eso arranco todas las manzanas me quito los ojos para ver muerdo las serpientes y te pido el 'casi' de ese todo que tendrías para dar.

Mía

Me aferré a la decisión en el instante mismo en que salió despedida de mi boca. Solté las palabras con tono firme y poco solemne para que no sonaran a ingenuo arrebato o sentencia hueca. Tuve la suerte de no medir su dimensión y de no deslizarme rápidamente por las grietas que convocaban. Apuré las valijas, las plantas, los libros, cerré todas las puertas, las ventanas, los miedos, las lágrimas y me fui. Una buena decisión no se planea ni se mastica demasiado porque nos entierra, se vuelve digestión y se marchita, atraviesa los días rumiando penas, angustias, pesadillas, temblores. Se vuelve patio sin llover, tarde sin besar, día sin sombra. Las decisiones no se esperan ni se toman, hay que cazarlas, al vuelo, atraparlas con firmeza y zambullirse como si fueran mar y sol, la última frutilla de estación o la víspera de un recital. Entonces, en medio de esa claridad, las decisiones nos instalan en el centro mismo de nuestro deseo, le ponen letra, lo vuelven aliento, refugio, yacimiento, puro resplandor. Y así, cazando decisiones, se liberan casas, se sueltan amarras, se desbaratan esquemas, el día se vuelve canción y el encuentro gesto de amor.

Cama trampolín

Mientras me esmero en tender la cama, sacudir las sábanas, acomodar las almohadas, dejar que el sol penetre los pliegues, voy tramando formas de desacomodarla. Pienso que debemos ser más desobedientes, ni ella, ni yo queremos disfrazarnos de orden y pulcritud, la intimidad no debería ser de aromas bien planchados y pieles bien guardadas. Ahora coloco el cubrecamas, respetuoso, prolijo, la pincelada final. Gracias a él la cama tiene flores y rayas y, más colores pero le falta volar. No quiero una cama aburrida, que cargue con el trajín de los días, que se beba mi cansancio por obligación, que me espere ordenada, pulida o normalizada. Quiero una cama que palpite, arrebatada, sin límites, sin escrúpulos, encendida. Una cama con huellas, demandante, obscena y divergente. Cama trampolín, inquieta, siempre domingo o tornado. La quiero furiosa, gruñéndole a la muerte o a cualquier forma del aburrimiento y del cansancio. La quiero sin descanso, sin guardar el sueño, siempre desordenada. Pobre cama mía, de todas las dueñas posibles, aparezco yo para borrarle los límites, para desacralizarla, para dinamitar estereotipos, para exigirle el arrebato y la desmesura, para pedirle, sin contemplaciones, que no se duerma, no conmigo, adentro, hundida, abatida, perdida.

Salto

Hay que caer lentamente, sin piruetas defensivas ni ademanes pretenciosos, para lograr un buen salto. Un salto columna vertebral, un salto pulmón, un salto todo o nada. Un empujón no ayuda, un libro no ayuda, la indiferencia no ayuda, la experiencia ajena no ayuda, el desparpajo sí, la desobediencia sí, la alevosía sí. El salto no se enseña ni se aprende. Si su cama es aburrida, su pareja lo ignora, los vendedores lo maltratan, la soledad lo empacha, los perros lo muerden, la realidad lo patea fuerte y decidida: salte. Salte a ciegas, sin paracaídas, sobre el asfalto, entre espinas, sobre el fango, sobre el fuego o las brasas, sobre cataratas espumantes o congeladas. No lea libros, no mire series o películas, no beba en exceso, no grite canciones ni acuda a templos celestiales. En cambio, festeje los goles del rival, lave los pies en la fuente, hunda los dedos en la torta, robe besos prohibidos, goce en los velorios, acaricie nucas descuidadas, asalte camas ajenas, abrace fuerte y sin permiso. Para los domingos salto, para la angustia salto, para los besos salto, para la risa salto, para perderse salto, para la culpa salto, para el deseo salto, para respirar salto, para la urgencia salto, para escribir salto. Para nosotros, salto.

 

Autora: Rocío Pamela Fierro

Sobre mí: Me llamo Rocío Pamela Fierro. Soy de Resistencia Chaco, profesora en Letras, mamá –no de tiempo completo-, corredora y fotógrafa aficionada. No tengo nada publicado pero siempre escribí, en secreto –imagino que como muchos-. Ahora transito un divorcio, me decidí a salir de años de violencia y, junto con esa decisión, pude recuperar la palabra. No me considero una ‘escritora’ pero sí considero que escribir es algo que me pertenece, que merece mi trabajo, mi dedicación. Tampoco sé si algún día tendré ‘un libro’ o algo que se pueda publicar, no es el tipo de anhelo o esfuerzo en el que estoy. Tengo poco y quiero cada vez menos y la escritura libera, despoja, hace bien.

Imagen de Kaethe Butcher tomada de

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