La ciudad de Olvido
Todos los ocho de marzo comienza la larga noche, una noche que puede durar tres, cinco, diez o mil años. Las estrellas salen la primera noche y todos piden un deseo, un deseo que nunca se cumplirá, las nubes cubren el cielo y la tormenta se desata.
Desde las casitas se ve la luz del fuego de la estufa a leña, el apagón empieza a las 3 AM y las tazas de café humeante se enfrían en una mesa mientras el cuerpo de un reciente ahorcado, muerto de tristeza se balancea colgando en la araña del techo.
El frío arrecia y los bares se llenan de personas que buscan una sonrisa cálida que les caliente el corazón con más fuerza que el wisky del que beben.
Los afortunados emigran por un tiempo hacia el pueblo de “puede ser”, pero al final siempre regresan a Olvido, víctimas de una maldición.
La señorita de triste mirada y saco largo cruza su mirada con la mía, me acerco y le quito una lágrima de su mejilla, acá todos somos enfermos terminales que logran un poco de felicidad en una noche con otro extraño en cuyos ojos encuentran comprensión, comprensión del dolor. A la mañana alguno de los dos se marcha dejando una carta que dice: “te amé anoche, pero no podré hacerlo hoy, ni mañana, ni nunca más”, llevándose el puede ser consigo.
En la larga noche los tocadiscos se encienden solos y la luz de las velas iluminan a los poetas fracasados, a sus fracasados y patéticos versos, auténticas odas a los amores perdidos que jamás serán leídos, por amores que nunca pisaron esta ciudad, que ignoran alegres lo que es vivir en Olvido.
La desesperación los ataca a todos por igual, al final de la larga noche la población se redujo a la mitad, sobreviven los resignados, los que no se quieren convencer de que todo tiene un final, los que intentan encontrar en su propio olvido la razón de su existir, los que no quieren olvidar.
A ellos también les llega eventualmente su hora, pierden las esperanzas cuando no pueden recordar una voz, cuando no pueden recordar la sonrisa que aman, cuando se sienten vacíos y fríos en pleno verano.
El cementerio es un lugar alegre, con lápidas con nombres pero sin muertos debajo, los muertos los lleva cada uno en su recuerdo.
Todos los años, en las fechas significativas cada cual se reúne con sus pares a recordar los momentos felices y a pensar que la felicidad es eso, un eterno regreso a un pasado que ya no existe.
Y el vino corre por las venas y el humo del tabaco fluye con las charlas y ahogamos las penas haciendo el amor entre tumbas de nombres borrados por los años y sabemos que la felicidad es tan fácil de encontrar como de perder y sabemos la diferencia entre reír y sonreír.
Yo soy el cronista de olvido, mi vida es escribir sobre estas historias y evitar que se olviden, haciendo que los mayores amores de personas olvidadas perduren, pero tenemos prohibido publicar en otros lugares, nuestros cuadernos repletos de tinta, sangre, amor, felicidad y lágrimas se convierten en papel en blanco apenas cruzamos las fronteras.
En olvido viven los amantes olvidados, los que no pueden olvidar. Los que convirtieron su vida en un eterno añorar lo que ya no está, lo que no pudo ser, lo que nunca será, lo que ya no vuelve más.
Autor: Gonzalo Moreira Cuesta
Mi nombre es Gonzalo Moreira, de Montevideo Uruguay, tengo 36 años.