Contralápida y otros textos escritos en la cárcel (Adelanto para degustación)
Contralápida
“Todos los incurables tienen cura
cinco minutos antes de la muerte”
Almafuerte.
A algunas cosas no tendría uno
que ceder.
Hay una tentación muy grande
o quizá un canto de sirenas
que viene desde el fondo de uno mismo
allá en lo oscuro
donde habitan
quién sabe qué fantasmas de abandono
quién sabe qué tango
recóndito y sublime
(allá en lo oscuro, digo
en la matriz primera
en que quedó enredado para siempre
un niño solo y angustiado).
Un canto de sirenas
que vuelve y vuelve imantando
el corazón de uno
irresistiblemente hacia las rocas
de la peor orilla.
No sé si en arameo,
en lunfa o en helado aliento
de la palabra ausente,
pero hay
la voz maldita
disponiendo no amarás
no amarás nunca si no es con abandono.
(Me llevó toda la vida
asumir al fin al enemigo,
al quintacolumnista solapado y artero
que organiza derrotas
con alta precisión y alevosía.)
Toda la vida es mucho
y todavía es duro
pelear contra el mandato enajenante
que una y otra vez rompió lo tierno
lo amado
lo valioso.
Pero aún así yo estoy en el camino,
y todavía y sin embargo y aunque
mi voz se quiebre a veces
bajo el peso de tantos expedientes
y de tantas heridas
yo sigo en el camino.
Epitafio
Como en un sueño, vivió las escenas de su vida en dos lugares a la vez: desde adentro y desde afuera. Actor y espectador al mismo tiempo de una ficción siempre dramática. Nada lo conformó nunca. Y nunca quiso verdaderamente a nadie.
Se metió en la piel de cada personaje sin ser del todo nadie.
No sabe, no sabrá nunca en qué pensaba Dios cuando escribió el guión de ese film mediocre que es su existencia.
Si alguna vez se preguntó sobre el sentido de su vida, un helado vacío de muerte lo hizo alejarse aterrorizado del interrogante.
Transitó sus años de fracaso en fracaso.
Atravesó esta vida traicionando amores, sembrando dolor y llanto en el corazón de cada mujer que lo amó.
Pudo haber sido un grande en la música, en la literatura o en el teatro. Dios lo tocó con el brillo esplendoroso del talento para las artes. Sus manos describían recorridos mágicos sobre las cuerdas de las guitarras y la piel de las mujeres. Pulsó e hizo vibrar de pasión a ambas con la firmeza de un arquero zen.
Su voz cantó canciones bellas como las gotas de rocío en la hierba al amanecer, y con la misma fascinación que impone un hechicero, tomó para sí el alma y el cuerpo de mujeres valiosas y valientes a las que llenó primero de dicha y de palabras dulces y luego de mentiras e infelicidad.
Tuvo con ellas hijos, tuvo con cada una de ellas historias de amor apasionadas y tormentosas. Y a cada una también traicionó.
Tampoco fue un buen padre. Casi no fue padre de modo alguno.
De las muchas maneras de hacer huérfano a un niño, él ejerció la peor: la ausencia. No la de la muerte sino la fría ausencia del que no puede amar ni a su propia sangre.
Jugó con fuego vivo haciendo arder a cuanto ser humano abriera ante él su corazón.
Vivió en la tempestad y buscó la muerte cada día, fingiendo amar la vida.
Hoy es un punto oscuro,
solo,
desolado.
Hoy es un condenado por la propia inercia de sus actos.
Hoy carga con la cruz maldita
de la soledad,
de su destierro interno.
Hoy es sólo una sombra entre las sombras
una equivocación de dios
un mal recuerdo.
Autor: Rodolfo Cacho Rodríguez
Ha sido un gran ladrón, sigue siendo un gran contador de historias, poeta y sociólogo.
Los textos reunidos en esta plaquette fueron escritos en distintos momentos de los veintidós años que pasó preso.
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