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Tus piernas la poesía


A esta hora, donde el alcohol duele y la voz se vuelve ronca; donde los ojos se cierran y la resaca se precipita. Acá, en este estado desastroso, yo vuelvo a elegirte.

Muy sentimental, ¿no? Pero esto no comenzó en estas bellas palabras que surgieron del fondo mismo de mi pobre y bendito hígado.

Comenzó hace, más o menos, cinco o seis horas. Cuando caminando en dirección a la plaza, por la avenida que pasa delante de mi departamento, leí en un humilde cartel: happy hours en todos los partidos del mundial. ¿Qué ebrio podría desaprovechar tan hermosa promoción?

Averigüé a que hora era el próximo partido, no me interesa en lo más mínimo el fútbol, y decidí que miraría Marruecos Irán, tal vez Irak, lo que sea. Se enfrentaban islámicos.

La plaza estaba más que agradable, con la hermosa avenida Del Libertador y el sol que calentaba mis ropas. Pero no me pude concentrar en el libro de poemas del gran Federico García Lorca, la idea de la bebida a mitad de precio era afrodisíaco.

Ahora, cinco o seis horas después, con el estómago revuelto y saliendo de su cama, me pregunto: ¿Dónde estarán la fuente y el arroyo de la canción añeja?

¿Dónde, Federico, mis manos se volverán poemas?

¡Hermoso maestro! Tus poemas son el susurro de la vida. Aunque a tu fusilamiento sólo lo presenciaron, llorando, las hojas muertas. Esos versos me atraen y, debo admitirlo, quisiera robárselos. No para ponerle mi nombre debajo, sólo para dedicárselo a ella... Federico, a ella, a la mujer de rastas. Sabe usted, es en ellas que mis manos se vuelven poemas.

En la plaza, continuando con la historia, con la cabeza en la cerveza y, lo reconozco, un poco en ella, me dediqué a buscar esa fuente de la que hablaba Federico. ¿Son los miedos los que te llevan a escribir?, ¿los sueños?, ¿los transeúntes y la calle?, ¿el campesino y el obrero?

No sólo a los poetas le quiero robar la inspiración, o esa palabra que pueda usar de disparador, también a los músicos. Ellos, que con la melodía me pueden armar paisajes y recrear situaciones, que me transmiten sentimientos y pasiones, también son portadores de mi envidia sana, si es que existe. Españoles ellos, los que más escucho, todos canta-autores: Serrat, Sabina, Serrano. Desde la pequeña plaza Bolivia anhelo tener sus manos. ¡Por ustedes me compré una guitarra! Luego recordé que para los instrumentos musicales se necesitan habilidades en las extremidades, así que reposa, muda y sucia, al lado de la cama.

El tren sacudía la tierra que pisaba y los perros rondaban en grupo de matones, dueños de la plaza. Los autos escupían bocinas y humo, los deportistas sudor y quejidos y los perros sólo ladridos. En cielo el azul se imponía y ni el viento se animaba a mover las nubes. La anciana seguía dando vueltas, como una presa, pegada a las rejas que de noche prohíben disfrutar del espacio verde. Eran sus pasos los que escuchaba llegar y alejarse, y cuando estaba a mis espaldas una respiración agitada, no como cuando me ataca el asma, y sentía la estela de su perfume mezclado con su transpiración. Nada se me pasa de lo que hay a mi alrededor, ni las hormigas cargando el doble de su peso en pequeñas hojas verdes, el hornero buscando barro ni el bebé que quiere escapar de su coche y, en su desesperación, escupe el chupete.

¿Por qué con un ojo tan agudo soy falto de poesía? Debo decirles algo: soy un poeta precario, no, perdón, solo tengo un precario deseo de serlo: grandes ambiciones pero pocas acciones, me quedo en la contemplación. En el mero análisis de la realidad y rara vez escribo una palabra.

Porto un pequeño cuaderno blanco para todos lados, junto a un lápiz y una lapicera. ¿Saben que hay en las hojas? Palabras y dibujos. No poemas.

Soy un manco observador del mundo, Cervantes lo era y creó una maravilla, así que ni eso soy. No digo nada pero lo veo todo. Capto cada paso, el respirar agitado de los deportistas, el aleteo del pato que navega en el lago, los labios moverse y los pocos cabellos que caen de las boinas de los ancianos al sol. Soy una excelente cámara fotográfica, veo el mundo en imágenes que se suceden a una velocidad increíble, pero nunca dejan de ser ese instante antes del parpadeo. Y allí la poesía, magníficas líneas en colores, las palabras justas, la introspección más aguda. Todo un mundo en palabras ante mí, pero en el cuaderno sólo un precario dibujo de un pato que cojeaba.

¿Por qué tengo tan maravilloso don y no lo uso? ¿Por qué las palabras se desnudan ante mí y yo no las toco?

Saben, creo que luego del último trago tenía la respuesta, pero la olvidé. Me tratarán de loco, esquizofrénico que se alimenta de hojas con poemas y no ve la realidad. Admito que lo segundo lo he hecho alguna vez, borracho y sobrio también, creyendo que los poetas nacerían en mi interior. Pensamientos raros en un mundo raro, qué sé yo.

¿Conoceis a Krystyna Róz-Pasek? Realiza cuadros de tal manera que, si yo fuese artista plástico, lo hubiese pintado para representar mí realidad.

—¿El happy hours empieza cuando suena el pitado inicial?

El mozo analizaba las formaciones que aparecían en la pantalla.

—Traeme una.

Abandonó las tácticas que se iban a emplear en el juego y fue a la barra.

—¿Quién cree que gana? -Preguntó cuando me trajo la primera cerveza.

—Irak.

—Iran -Me corrigió.

—Marruecos.

Recuerdo que sonrió.

—Igual habría que ver qué país tiene más habitantes, ambos le estarán rogando al mismo Dios.

—¿Así ve el fútbol?

—No, así veo el circo romano. Aunque ellos tenían muchos dioses para rezar.

—Ya vuelvo.

Se alejó. En ese momento pensé que no iba a volver, que se había molestado, pero sólo fue a servir a otros borrachos como yo.

El ambiente allí fue más que tranquilo, no había nerviosismo ni las absurdas cábalas. Sí las opiniones, los gritos antes de que la pelota cruce la línea y la duda de si los jugadores se llamaban todos iguales o el comentarista los llama a todos parecidos.

Primera cerveza, primer partido que miro del mundial. Sin la primera no me interesaría el segundo... Sí, estaba en el Coliseo, pan y circo. Era uno más, no me importaban los hombres matándose, pero si ir a comer. ¡Alabado sea Ala y sus ciervos en la tierra!

Griegos, habrán inventado la democracia, pero sin este invento romano no se mantendría en pie.

Que les diga que no recuerdo el trayecto de la plaza hacia el bar demuestra lo cooptado que estaba por el gran circo... bueno, la bebida.

De chico cacé algunos pájaros con la famosa trampa: una caja, un palo que la sostenga por una de sus puntas y en el otro extremo el largo hilo del cual tirar y, por último, el alimento. ¡Que imbéciles son! <pensaba, y no sólo para mí> cuando ahora me doy cuenta que yo caería igual si me pusieran la cerveza de miel que me pedí, o el vino más barato, no soy exigente. Salvo, siempre hay excepciones, que esté con Yamila... ¡Oh, con ella beber se vuelve bendito! En esos momentos entran en mi vida los vinos caros y las cervezas con cuerpo (no como el de ella) y gusto.

—¡Otra, por favor! Que su imagen merece un brindis.

Los femicidas deben ser juzgados por asesinato y destrucción de una obra de arte. Los soldados también. ¿Y los caníbales? Seres de un agudo sentido del arte. Yo devoré, bueno, ebrio de tanto en tanto lo hago, hojas; quizá, si hubiese vivido en la época de Camus me lo devorase... no, se habría perdido sus últimas obras y yo no sería todo un hombre rebelde.

Levanté la mirada al televisor y el marcador se mantenía en un 0 a 0 que no me importa, lo que sí lo hacía era el tiempo de juego: 32 minutos de la primera parte. Antes de que acabara tengo que pedir la tercera. ¡Quién te dice, capaz que largo un poema! O dibujo la estrella de la bandera de Marruecos... cualquier cosa antes de volver a mi sucio departamento. Hace días que vengo esquivando la limpieza y ya es infranqueable, pero Napoleón me queda petizo y todavía lo hago. Regresar llevaría a encender las luces, a poner música en un alto volumen y seguir tomando, ¿por qué? Porque temo morir sólo. ¡Estúpida manera la de ahuyentarla, pero es la que conozco y, por ahora, me dio resultado! Equipo que gana no se toca.

Creo que allí no está la raíz de mi alcoholismo, lo que me lleva a beber es este mundo decadente, desolado por la cultura de aparentar, donde nos colocamos un velo delante de nuestro rostro antes de salir de casa. Velo y no otra cosa: esa tela transparente sólo nos oculta parcialmente, distorsiona, pero seguimos siendo el mismo civil que fichó el Estado. En cambio, la embriaguez me pone una careta, desaparezco como civil y me vuelvo errante, desconocido, inactivo. Sí, el alcoholismo en mí es frustración, es sentirme rendido ante una sociedad que quiero cambiar pero no puedo. Me paro frente a una gigantesca ola y no me muevo, espero el impacto, que es el estado de embriaguez. No hay miedo en la raíz, hay rendición. Algunos, de esa tragedia, logran ver una obra viviente ininterrumpida y viven constantemente rodeados de una procesión de espíritus: los poetas. Prefiero, señor Serrat, pero no hago nada para conseguirlo.

El pitado del segundo tiempo no lo escuché, pero ya tenía mi cuarta cerveza delante, que tampoco noté cuando se plantó para que la bebiera. ¿En qué estaba pensando? En esa deidad que intento hacer poema. Si pudiera transformarla en mito estaría conmigo a través del tiempo, más allá del bien y del mal. Mataríamos a la historia. ¿Cómo hicieron esos griegos para convertir el día a día en algo transcendental? ¿Cómo puedo hacer de sus ronquidos suaves, esos que escucho luego de hacer el amor, versos escritos? De seguro no trabajaban doce horas... ¡¿Cuándo asumimos que el sufrimiento es bueno y el ocio cosa de vago?! ¡Religión y la puta madre que te pario! Eres culpable de que yo no pueda describirla en mi hombro o el esfuerzo que hago para alcanzar la copa de vino cuando ella duerme sobre mí, y ese vino, cuando lo consigo, sabe mejor porque se mezclan recuerdos y olores, sudor y uvas. ¡Ustedes, desgraciados parásitos que viven de nosotros, y aparte piden limosna, son los que no dejan que me tutee con las nubes! Sí, señor Serrat, hay que bajar al Jesús del madero.

No es la sangre de ese ser crucificado lo que me embriaga cuando estoy a su lado, es ella, sus cabellos desparramados por la almohada y sus charlas antes de llegar al letargo. Brindé al aire, ahora me vuelve a la mente, por las parejas que discuten el significado de la cultura, que sobrevuelan los mejores viñedos cuando deciden si es malbec o tempranillo y, por ella, que no sabe de política pero para abordarla se para desde el arte, la calle y su trabajo.

—¡Otra cerveza! -Había gritado porque tuve que vaciar el vaso.

El mozo la trajo y se quedó a mi lado. Pobre, que aburrido debía estar para hablar con un borrachín como yo.

—¿Cómo ve el partido? -Preguntó.

—Algo borroso.

Rió.

—Marruecos está jugando mejor.

—Le dije que ganaríamos.

—¿Por qué hincha por Marruecos?

—¿Por qué lo hace por Argentina?

—Nací aquí.

—Yo no lo hice en tierra africanas, pero lo elijo con razón y no por azar.

—¿Azar?

—Si hubiese nacido en Brasil lo alentaría con la misma pasión.

—Claro.

—Pues bueno, usted porque le tocó nacer aquí. Yo lo hago por elección.

—Lo entiendo. No pasarán la primera ronda.

—Tampoco lo elijo por su juego. Lo hago por sus letras.

—¿Letras?

—Versos.

—¿Versos?

—Sí.

—¿Sabe leer esas letritas raras?

—No.

—No lo entiendo.

—Poetas.

—Ah, ¿es usted poeta?

—No.

—¿Le gusta la poesía?

—Sí.

—Ahora lo entiendo. Me gusta que se aliente por la poesía.

—No lo había pensado de ese modo. ¿Quiere una cerveza? Yo se la pago.

—No, gracias. Bueno, sí, pero no debe pagármela. Ahora la traigo y la bebemos juntos.

Se fue.

Bebí.

Volvió.

Brindamos.

—¿Conoce Marruecos?

—No. ¿Usted?

—No... ¿el I.S.I.S es de allí?

—El islam, famoso por sus escritos en verso, el Coram dicen que está escrito de tal forma, y nosotros lo conocemos por los atentados y por las guerras que tuvieron los países con el águila del Norte. ¡No está bien esto! ¿A dónde vamos? Marruecos... lo conocemos ahora que juega el mundial. ¿Cuántos poetas tiene? Ni yo lo sé que amo la escritura. No, todo está mal, todo.

<¿Sabés cuándo las cosas andan mal? Cuando aprendés gracias a lo malo: la muerte, el fanatismo religioso, la guerra, los medios de comunicación. ¡Esto va mal! Se aprende de los errores, pero esto ya no es un error. Error es la primera vez, el segundo puede pasar, pero más de tres ya es ser un hijo de puta. Por ejemplo, ¿cuántos poetas, escritores, te agrando el abanico, de color conocés? Ninguno. Yo tampoco. ¡Mirá qué interesante, qué instructivo puede ser el fútbol! ¿Sabías que gracias a los pueblos árabes nosotros conocemos a los filósofos antiguos? El cristianismo quemó toda esa literatura... ¡vaya edad oscura! Esa fue donde más iluminó el conocimiento: se quemaba todo lo que portaba conciencia crítica, algo de reflexión, dos dedos de frente. Gracias a los árabes que lo tradujeron a su idioma y lo conservaron. Sí señor esos jugadores que vos estás viendo tienen otra creencia y otra cultura su manera de ver el mundo no es la tuya o la mía la occidental hablo y eso no lo vemos nos enfocamos en la pelota y nada más caminamos a la guillotina oliendo el aroma a rosas del bosque ciego estamos ciegos... uf, hablé mucho, déjeme beber algo.

—¿Qué pensás de la selección nacional?

—¡Que no hay que pagarle al fondo monetario! No podemos pagarles a esos empresarios que obtienen sus ganancias de la explotación laboral, de seres humanos como vos, yo y los islámicos que están viendo el partido. No hay que pagarle porque ellos robaron, plusvalía señores. Son... son... asquerosos. ¿Nosotros tenemos que ver a esos parásitos como salvadores? No, claro que no. Perdón, le prometo que no golpeo más la mesa. Son parásito prestándole dinero a otros parásitos, y los que pagamos somos los trabajadores. Sí, ellos les robaron a los obreros para obtener los millones que nos dan y, se pone peor, van a volver a hacerlo para abonar las regalías... ¿regalías se dice? Qué sé yo. Cuando me ciego y suelto la lengua se me seca la garganta. ¿Otra puede ser maestro?

Respondió con la cabeza y salió, si mal no recuerdo, en dirección a la barra.

—Un compañero se cortó una falange y estos tipos se enriquecen con la sangre -Le dije al mozo cuando volvió.

Creo que movió la cabeza y se marchó lejos. Me perdí en el vaso de cerveza, en la capa de espuma en la superficie y en la transpiración que cae por el frío vidrio. Bebí, bebí y volví hacerlo sin levantar la cabeza. El mundo fuera, el bar fuera, el mozo fuera y yo allí, solo, perdido en el fracaso, que no lo es porque nunca comencé, del arte. Ni los colectivos, ni los insultos de los que miraban el partido podía sacarme de... no sé, me perdí en violento río encauzado en mi cabeza. ¡Llamé violento al río y no al cauce que lo oprime! No recuerdo qué poeta ya lo avisaba, y yo tropecé con ese pensamiento no razonado, sino impuesto. Ya ven, mi mente marchaba furiosa y yo rebotaba dentro de ella, de pared a pared, cada vez más mojado de dudas y viendo morir ahogadas hipótesis patéticas. Creí que nunca más volvería en mí, lo veo ahora que analizo lo que pensaba en ese momento. Pensé que me perdería en mi poderosa mente, a la que le temo, y terminaría en algún hospital psiquiátrico mirando la nada, que puede ser una pared, un vaso de cerveza, pero no sus piernas. Allí aparecieron: sus fuertes piernas bailando delante mío, madre mía, mejor que Maradona esquivando a los ingleses. ¡Cómo se mueve! Las vi, lo juro que las vi bailar sobre la mesa, para mí sólo. Me podrán decir que era el efecto de la cerveza copiando los bailes que ella ya me había dedicado, pero no, era real. Un poema, eso era. Olía a libro nuevo y sus labios tenían el filo de la hoja, un roce es un mordisco y a brotar la sangre. Las manos enredándose en sus rastas y la saliva, mezclada con sangre, pasando de boca en boca. Luego se despegaba de mí, me dejaba duro como la piedra en la que encadenaron a Sísifo y volvía al baile, provocación, pensamiento y acción. Ella, en ese momento lo era todo, y ahora también, cuando ya llevo algunas cuadras en dirección a mi departamento. Verla arriba de la mesa, en ese bar... lo entendí todo, che: ella, Yamila, es la compañera que necesito. Mis manos no se vuelven artistas, pero palpan una obra de arte; con el condimento de que no se encuentra a la vista de todos, no se exhibe en los museos, no, está en la habitación de algún piso, de un edificio, de esta ciudad.

Marruecos perdió 1 a 0 con un gol en contra. Pagué y salí ya sabiendo en que puerto atrancaría.

Cuando estoy sobrio a veces dudo de cuál es su timbre, pero borracho le atiné sin la menor dificultad. Recuerdo que bajó con sus jeans negros apretados, esos que le marcan las hermosas y fuertes piernas que tiene. Me excitó subir las escaleras tras ella, cuando sus piernas realizaron el esfuerzo que requiere cada escalón y su cola se movió lento. No hay duda que la moldearon manos expertas.

Llegamos, saludé a la madame y pasé al cuarto de siempre. Recuerdo que se estaba desvistiendo cuando le pedí pasar al baño. Entré al pequeño anexo que tiene la habitación y me abracé al inodoro, allí todo se pone borroso. Recuerdo que estaba tirado en el suelo tomándome el estómago, luego a ella sentada en el inodoro y mi cabeza en su falda. Para terminar, hace una media hora atrás, despertándome de su cama porque llegaban más clientes. Cuando estábamos despidiéndonos, a puro besos en la habitación, Yamila me mostró el papel higiénico que había escrito. Me dijo que lo hice sin despegar la cabeza de su falda y con su pinta labios. Aprovechó ese breve momento de reacción para llevarme a la cama y dejarme dormir una hora.

Tenía razón señor Serrat, el poema siempre estuvo en su regazo.

 

Autor: Bruno Schinoni

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